Por A.H.M.desde Catamarca
Sus ojos celestes
esconden más de 50 años de historia catamarqueña. Juanita Vaccaroni, de 82 años,
candidata a gobernadora catamarqueña por el Frepaso, desafiará hoy, sin chances, a
Ramón Saadi y Oscar Castillo, pero antes accedió a explicar las claves más jugosas de
la historia provincial, desde cuando Vicente Leonides Saadi fundó el imperio político
que ahora parece resquebrajarse.
La candidata del Frepaso considera que Ramón Saadi y Oscar Castillo han dilapidado
la herencia política de sus padres. Vaccaroni fue durante 17 años miembro de la
Corte Suprema provincial, desde 1956 hasta 1972. Y nada le impide despacharse en su
carácter de abogada contra el Tribunal Supremo Nacional al señalar que algunos de
sus miembros tienen bien puesto el rótulo de mayoría automática.
Esta diputada provincial, madre de Alberto y abuela de cuatro nietos, aceptó a fines del
año pasado enfrentar a Ramón Saadi y Oscar Castillo y no oculta ninguna definición
sobre sus dos contrincantes. Ramón tuvo un gobierno muy desordenado, abusivo. Tiene
la virtud de que se da mucho con la gente pobre, pero también tiene la dádiva
accesible, dice sobre el peronista.
Los votos de Oscar son herencia del padre. En todos los años que estuvo de diputado
nacional, no ha hecho absolutamente nada y se han conocido algunos datos de algunas cosas
non sanctas, aunque a mí no me consta, afirmó sobre el candidato del Frente
Cívico y Social. Sentada en un patiecito de su casa, Juanita recuerda que, mientras
estudiaba abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba, tuvo como compañero a Vicente
Leonides Saadi. Pero sobre la carrera política del fallecido senador destacó que
era un pionero, fue el primer peronista de la zona. En su campaña para gobernador
en el 49 les dijo a los agricultores: Todas estas tierras -que eran
latifundios vendrán para ustedes para que las trabajen y el candidato a
vicegobernador me contó que se la pasó temblando mientras Vicente hablaba, porque él
era terrateniente de la zona.
En el 43, el interventor provincial, que pasó por casa, le preguntó a mi
papá qué hacíamos mis dos hermanas y yo. Cuando llegó mi turno, el interventor
preguntó: ¿No será usted la primera abogada de Catamarca?. Mire, así
me han saludado, le conteste yo, así, Juanita recordó su inicio en la
Justicia que fue hacerse cargo del Patronato de Menores catamarqueños.
La candidata frepasista también ejerció el cargo de defensora de pobres, menores y
ausentes y de jueza de primera instancia, pero en 1949, cuando se intentó promocionarla
para magistrada, Vicente Saadi, por entonces senador, le rechazó el pliego. Saadi
se destacaba en el Senado y me acuerdo de que tuvo una actitud muy severa con Evita. El la
enfrentó al pedir que, en una reunión en la que estaba Evita, ella se retirara para
poder hablar de política. Cuando terminaba el mandato de la intervención y el general
presentaba un candidato, Saadi, que era dueño de Catamarca políticamente, lo rechazaba.
Entonces, Luis Molinari, ministro de Perón, le dijo: General, dígale que sea él
el candidato y usted lo tiene al tiro del decreto y así fue, porque vino acá
Vicente y lo liquidó con la intervención, agregó Vaccaroni.
Pero en este punto, el cual a Saadi siempre se lo enrostraron sus adversarios internos,
Juanita se pone del lado de Perón, como jurista me pareció correcta la
intervención, por los abusos a la Constitución. También asegura que existió el
locutor que imitaba a Perón bendiciendo a Vicente Saadi en la campaña del 49. Por
último, sólo tiene amargura sobre su opinión actual de la Justicia. El día que
se perdió el expediente en la Corte Suprema, tuve que tomar un sedante para dormir. Me la
pasaba diciendo: Dios mío, a la Corte, que es el último refugio que queda para la
defensa de los ciudadanos, ya llegó la corrupción. Esta Corte tiene bien puesto el
cartel de mayoría automática, para mí es muy doloroso.
Poder, feudalismo y vida cotidiana en Catamarca
Una tierra de presos vip
Por Nora Veiras
Nuestros presos son
todos vip, ironiza un catamarqueño y tiene razón. El Negro La Carpa es uno de los
presos famosos por sus hazañas. Lo condenaron por homicidio pero tiene tan
buena conducta que goza de los beneficios de la salida laboral. Durante el día tiene
permiso para andar en la calle pero apenas se oculta el sol debe volver a la celda. En la
práctica, La Carpa tiene sus propias reglas y parece haber decidido descontar las horas
de la siesta para prolongar su estadía en libertad. Uno de esos días, los cálculos le
fallaron.
Apurado. Con la melena al viento, el Negro volvía por la ruta a toda velocidad prendido
al volante de su ciclomotor. Eran más de las seis de la mañana y le sería difícil
explicar que acababa de salir del trabajo. De pronto aterrizó sobre el asfalto.
¿Qué hacés acá? le preguntó la mujer con la que se estrelló.
No era su día de suerte: había chocado con una mujer policía.
El traspié no lo desalentó. Estaba aburrido y la noche se le hacía eterna. Los
policías dormían. La oportunidad lo tentaba y decidió salir a divertirse. Eso sí, les
dejo una notita: Vuelvo a las 6. El Negro La Carpa llegó a la hora señalada
aunque su lucidez no era la mejor. Estaba embriagado no sólo por las luces del centro.
Catamarca tiene su propia lógica. Los lugareños abren la boca y salen a borbotones las
anécdotas de los personajes de un territorio donde Vicente Leonides Saadi, el padre de
Ramoncito, cimentó su poder feudal. Basta preguntar por alguien para que
todos recuerden el árbol genealógico con una precisión digna de otros fines. En
Catamarca todo se sabe. Y todos se regodean en las historias cruzadas de pueblo chico. Por
eso, sólo la impunidad de que gozaban puede explicar el intento por ocultar el asesinato
de María Soledad Morales.
El porfiado candidato a gobernador por el peronismo es uno de los protagonistas
insoslayables de esos relatos. Después de ocho derrotas consecutivas, cedió esta vez
ante los asesores de imagen y moldeó un discurso despojado de fanatismo. Pero sus
paisanos no se olvidan del manejo del poder que supo ejercer Ramón. En la residencia Las
Pirquitas solía invitar a su séquito a jugar al tenis. Todos sabían que no importaba la
hora, sólo el deseo del heredero de don Vicente. Todos debían esperar la orden del
señor para poder comer. El doctor Voget no daba más. Tenía hambre pero no podía
transgredir el mandato. El baño le pareció el refugio seguro para dar rienda suelta a
sus mandíbulas. Disfrutó como nunca de ese sandwich que arrebató de una mesa.
Ramón se enteró. El médico fue condenado a recorrer Villa Vil, un pueblo perdido al
norte de Belén. El saadismo se cobró el desafío sacándolo del círculo áulico del
poder. Pero antes practicó otra venganza: el gobernador obligó a su desobediente
súbdito a jugar al tenis descalzo. Los leales aplaudían ante el regocijo de
Ramoncito.
Es así: el saadismo humilla, cuentan los memoriosos y al instante sacan otra
historia de la cantera. Cuando murió el general retirado Ramón Brizuela, que había sido
consagrado diputado nacional extrapartidario por el peronismo en los 80, Ramón Saadi le
pidió a su ministro de Educación, Isauro Molina, que hiciera el discurso de despedida.
Era una jugada macabra, Brizuela había sido el jefe de la represión del
Catamarcazo, el movimiento sindical que había liderado Molina como secretario
general de la CGT.
En Catamarca no todo es saadismo, pero muchas cosas ayudan a entender por qué sigue
existiendo. El 24 de marzo de 1976, el Gallo Comelli era secretario general del Partido
Comunista local. Consecuente con la línea que bajaba desde Moscú y le transmitía Buenos
Aires, el Gallo esperó que amaneciera y se presentó al Regimiento 17 Aerotransportado
para brindar su apoyo crítico al golpe militar. El soldado de guardia lo hizo
entrar para esperar al coronel Lucena. El comandante dependía del III Cuerpo de Córdoba
al mando de Luciano Benjamín Menéndez, un general poco afecto alas sutilezas. Comelli
entró y esperó. Pasó sin solución de continuidad de la antesala de Lucena al Instituto
de Rehabilitación, la cárcel provincial, y después a Sierra Chica. El Gallo salió ocho
años después. Sigue siendo tan buen tipo como antes, pero no tan boludo,
repiten los vecinos que le llevan a arreglar televisores.
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