Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


OPINION
mate en 10 años
Por Miguel Bonasso

Si la política pudiera reducirse a términos ajedrecísticos podría decirse que Carlos Menem enfrenta, por primera vez en diez años, un jaque mate. Frente al cual sólo le cabe la posibilidad de un retiro negociado con el duhaldismo y la Alianza, que ya no será digno, porque ha faltado a la palabra empeñada cuando anunció hace varios meses su salida de escena, pero al menos es la única carta racional que le queda. Cualquier otra que intentara jugar podría acarrear consecuencias nefastas para el sistema político y la tranquilidad de los argentinos y tampoco alcanzaría para salvarlo. Intentar derribar el tablero institucional equivaldría en lo político a lo que le ocurrió a Alfredo Yabrán en el plano existencial. Porque ya no tiene tiempo ni poder para cambiar una correlación de fuerzas que le resulta absolutamente desfavorable. Cada paso que ha dado en los últimos tiempos va en contra de los objetivos de máxima y mínima que estaban explícitos o implícitos en su jugada continuista. El de máxima, que es la re-reelección misma, parece herido de muerte por varias razones. Primero, por la decisiva votación de la Cámara de Diputados, que implicó –de hecho– un acuerdo en favor del sistema político entre la Alianza y el duhaldismo que podría proyectarse hacia el futuro mandato constitucional asegurando una nueva etapa de respeto a las reglas del juego. Como dice un periodista amigo, Beto Borro: cuando se hizo evidente que la estrategia del Presidente consistía en matar al referí, los 22 jugadores se pusieron de acuerdo para echar a Menem de la cancha. Segundo, por las consultas populares en marcha que pueden ratificar en pocos días lo que ya anticipan las encuestas: que más de un setenta por ciento de los ciudadanos está en contra del proyecto continuista. Tercero, porque se le está fracturando el frente interno. Duhalde logró arrebatarle a Palito Ortega y a varios gobernadores, rompiendo lo que hasta no hace mucho parecía un bloque monolítico. Cuarto, porque una eventual derrota en las elecciones de Catamarca pondría en evidencia dos fenómenos concurrentes: la pérdida de sustento popular del propio Presidente que “puso el cuerpo” en la campaña del saadismo y la crisis –en una de las provincias más pobres y proclives a los resabios feudales– del viejo caudillismo. Quinto: porque los miembros de la Corte Suprema, que ya tenían severas dudas en julio pasado, deben pensar ahora que una interpretación maliciosa de la cláusula novena resultaría, en las actuales circunstancias, francamente temeraria. Algo que empiezan a pensar también los dos únicos cuadros políticos que le quedan al primer mandatario: Carlos Corach y Eduardo Bauzá. Que han enfilado sus cañones contra el ultramenemismo mesiánico y uno de sus epítomes, Alberto Kohan. A quien se le puede venir la noche si los diputados se ponen a hurgar a fondo en el escándalo del Banco Nación. Tampoco los muchachos del sindicalismo oficial parecen proclives a suicidarse y, salvo escasas excepciones, están tomando distancia de la Rosada. Lo que podría dificultar seriamente una jugada movilizadora, tipo 17 de octubre, con la que podría estar soñando el caudillo riojano.
En un traslape de tiempos y roles que nada tiene que ver con su proyecto de exclusión social y con la madurez política de una sociedad agotada por los abusos, que parece aspirar a un real estado de derecho, la re-re, como se ve, parece definitivamente derrotada. Pero tampoco le va mejor a Menem con sus objetivos secundarios y alternativos. La defección de Ortega, cansado de los manoseos, y las justificadas suspicacias de Carlos Reutemann han privado al príncipe de esa potestad que le resta a los poderosos, cuando deben dejar el poder, que es nombrar al Delfín, para conservar influencia en el gobierno que podría sucederlos. Si, como dicen algunos, sólo quería mantenerse en el centro de la escena, puede decirse que lo ha logrado, pero a un costo terrible para él, porque ese protagonismo ha terminado de asfixiar a vastos sectores de la población y lejos de servirle para mantener intacta la autoridad presidencial la ha deteriorado de manera insalvable al tornar evidente que el presidente no es un estadista al timón, en momento de crisis, sino un político en campaña. Menos aún le podrán servir las últimas jugadas para asegurarse la jefatura de un partido que está por dividirse o un futuro libre de investigaciones judiciales que podrían llevarlo a la cárcel. Ha engendrado tantos enconos dentro y fuera del PJ, que las chances de ser investigado avanzan en progresión geométrica. El jaque está cantado y el rey no tiene salida dentro del juego. Si no inclina la pieza y pretende tirar el tablero, pronto topará con la Embajada (la única que cuenta), que le recordará probablemente el destino de Carlos Salinas de Gortari, al que Estados Unidos permite vivir en su exilio de Dublín gracias a que entregó a su hermano como chivo emisario y le puso la banda presidencial a Ernesto Zedillo. A diferencia de Fujimori no cuenta con un ejército en operaciones que podría servirle como sustento para cerrar el Parlamento, y la Policía Federal no parece un instrumento idóneo para esa faena. Menos aún podría consentir a sus fanáticos escenarios de violencia y crimen político, como los padecidos en otras etapas de la historia peronista, porque marchan a contrapelo de la voluntad interna y el contexto internacional. La conmoción, lejos de mantenerlo en el poder, aceleraría un retiro mucho más vergonzoso que esa despedida anticipada de Alfonsín que tantas veces evoca para descalificar a su antecesor. Si observa bien el tablero, sólo le queda inclinar la pieza maestra. Pero nadie en sus cabales podría asegurar que vaya a optar por las reglas del juego.

 

PRINCIPAL