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Por Fernando DAddario Si sólo se tratara de un disco, habría que referirse a un trabajo que resume la tendencia más significativa del rock nacional en los últimos diez años. Pero la presencia de las Madres de Plaza de Mayo descoloca los parámetros valorativos. ¡Ni un paso atrás!, el CD de homenaje a los 20 años de lucha de las Madres con que Página/12 acompañará su edición del próximo miércoles (será de compra opcional, tendrá un valor de 6 pesos y la recaudaciones servirá para contribuir a la construcción del Centro Cultural de las Madres), constituye un punto de inflexión en la vieja y sinuosa relación entre la música y el compromiso político. Como yapa, en el disco aparece Bono recitando (en castellano y en inglés) el poema de William Butler Yeats The mother of God, además de una interpretación a capella de Mo-ther of the desappeared. Imposible olvidar aquellas dos noches, en octubre de 1997. León Gieco, Los Piojos, La Renga, Divididos, Attaque, Los Caballeros de la Quema, Todos Tus Muertos, Bersuit Vergarabat, Las Pelotas, Actitud María Marta, A.N.I.M.A.L., Malón y Rata Blanca parecieron dejar de lado celos, histerias y contradicciones tan rockeramente argentinas para sumarse a un homenaje que intuían honesto y necesario. La selección de temas dibuja un no buscado greatest hits del rock barrial, en sus versiones rockeras, heavies y punks: desde el Ala Delta de Divididos hasta El rito de los corazones sangrando de La Renga, pasando por El fantasma de Canterville (León Gieco) y El Chupadero (Todos Tus Muertos). Aquella vez, la diversidad artística se extendía, claro, al público, 55 mil jóvenes que llenaron dos veces la canchas de Ferro. La primera noche, que se hizo rogar por culpa de una lluvia impiadosa, cobijó a punks de Attaque, rockeros de Los Piojos y heavies de A.N.I.M.A.L. La segunda jornada atrajo a una multitud suburbana, seducida por la participación de La Renga y Malón. Y el Oh, soy de Attaque/es un sentimiento... o el Vamos La Renga/con huevo vaya al frente... se fundía con el que no salta es un militar, y las ovaciones varias que recibieron las Madres, una fusión afectiva impensable para el rock de los 80, e incluso el de los 70. Es que hasta entonces, el gesto solidario, el compromiso musical con las grandes causas parecía estar supeditado a lo que se dio en llamar, con cierto tufillo peyorativo, el rock sammaritano. Era algo que pasaba allá lejos, en el primer mundo culposo, con protagonistas como Peter Gabriel, Sting, U2, y que eventualmente podía trasladarse a la Argentina cuando alguno de estos pesos pesados dejaba bajar al tercer mundo su corazón noble (Sting con las Madres en 1987, por ejemplo). Pero los rockeros nacionales en los 80, con toda su rebeldía declamativa (Redondos, Violadores, Riff, V8), o con todo el glamour pasatista representativo de la fiesta alfonsinista (Virus, Soda, Abuelos) sacudían la cabeza o movían la patita, pero ambas tendencias artísticas seguían inmovilizadas por el terror de la dictadura. Esta generación de rockeros nacionales y populares (según otra definición de algún modo prejuiciosa), en cambio, encontró la manera de coincidir con una línea de acción que intuía compatible con sus códigos: la de las Madres es una rebeldía apartidaria, activa, y definitivamente no careta. Eso es lo que reivindica, también, el manual del rockero correcto, sólo que las Madres vienen poniendo en práctica el manual desde hace veinte años, mientras que el rock y el pop nacional siguen discutiendo (si bien no explícitamente, lo hacen cada vez que sale un disco de Babasónicos y otro de Los Piojos) el rol que le cabe a la música en la sociedad. El rock que estuvo en Ferro hace un año y medio es un cambalache en muchos sentidos, pero probablemente confluya en un punto: no compra el placebo de la abstracción artística como excusa para justificar la falta de compromiso ideológico. Para nosotras fue algo muy fuerte, porque nos fuimos del circuito habitual de lucha por los derechos humanos a otro que no conocíamos tanto.Ahí terminé de conocer a los rockeros, que me parecieron chicos maravillosos, que dejaron de lado todo y desinteresadamente estuvieron con las Madres. Cuando pronuncié el discurso, sabía que a esos miles de pibes les estaba llegando lo que les decía, recordó Hebe de Bonafini, en diálogo con Página/12.
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