Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


“RESCATANDO AL SOLDADO RYAN” Y “SHAKESPEARE APASIONADO”
SON LAS FAVORITAS DE ESTA NOCHE
La ceremonia de este año tiene cara de domingo

La película producida y dirigida por Steven Spielberg parecía una segura ganadora, hasta que apareció, como un flechazo al corazón de Hollywood, la comedia británica sobre el Bardo. Ahora las dos están cabeza a cabeza, con once y trece candidaturas respectivamente, y una dura batalla publicitaria previa, en la que no faltaron las campañas negativas. La polémica de la noche, sin embargo, será el Oscar especial a la carrera de Elia Kazan.

Gwyneth Paltrow en “Shakespeare apasionado”, de John Madden.

“Rescatando al soldado Ryan”, de Steven Spielberg, tiene once candidaturas y las mejores chances.

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) It’s showtime, folks! Sí, una vez más, todos se reúnen alrededor de la mesa cuadrada del Oscar, del sacrosanto televisor que esta noche a partir de las 22 (antes no conviene, presenta Roberto Petinatto) hará un lugar en el Dorothy Chandler Pavillion de Los Angeles. Y sin necesidad de tener que pelear por una mísera entrada, como le pasó a Carlos Saura. Hay algo raro, sin embargo, y es que esta invitación llega por primera vez en domingo. Desde siempre la ceremonia se llevó a cabo los lunes, quizás para que Woody Allen pudiera poner como excusa que ese día es el que él dedica a tocar el clarinete en Nueva York (por lo cual nunca se lo pudo ver sentado en primera fila, al lado del sonriente Jack Nicholson). Pero justo ahora que el espectáculo se mudó a una hora razonable del domingo –una forma de ganar audiencia y aumentar aún más el astronómico costo del segundo de publicidad en el aire– el bueno de Woody no tiene ninguna candidatura, por lo cual la Academia ni siquiera se debe haber molestado en mandarle una entrada, sobre todo este año, que parece que están en falta.
Por ahora, el cambio de día parece la única novedad del show más repetido del mundo, cuya estructura casi no ha sufrido alteraciones con el paso de los años, como si se tratara de un estricto ritual al que se supone es imposible sustraerse (un ritual hipermediático, a escala planetaria, considerando que la transmisión llegará en directo a millones de teleespectadores en más de 70 países). Lo cierto es que a esta altura, la Academia de Hollywood ya es toda una septuagenaria, con 71 ediciones consecutivas, y con la edad cada vez es más fácil conocerle las mañas. Se sabe que los miembros con derecho a voto son unos 5500, que en líneas generales pertenecen a la elite de Hollywood y que por lo tanto comparten gustos, ideologías y tendencias, que tienen que ver también con su grupo de edad, más bien elevado.
Esta suerte de identikit muy sumario del perfil de los votantes, sumado a los propios intereses de la industria a la que esos mismos votantes pertenecen, ha determinado que el factor sorpresa estuviera cada vez más ausente de la ceremonia del Oscar. ¿Quién dudaba, por ejemplo, que el año pasado Titanic iba a arrasar con las estatuillas, o que un par de ediciones atrás todo el oro iba a ser para El paciente inglés? Pero este año la entrega, por fin, promete un poco de suspenso, al menos como para mantener un ojo abierto hasta bien entrada la madrugada, cuando se anuncie la ganadora del Oscar a la mejor película. Sucede que en esta edición, a falta de una, hay dos producciones capaces de seducir a los venerables académicos y provocar una dispersión de votos: Rescatando al soldado Ryan y Shakespeare apasionado.
La película producida y dirigida por Steven Spielberg ya era un número puesto seis meses atrás, desde el momento mismo de su estreno, cuando tocó las fibras más emotivas del público y hasta de la crítica estadounidense, con su imbatible fórmula de espectacularidad bélica más patrioterismo. Hacía mucho que Hollywood no hacía flamear las barras y estrellas como lo hace Saving Private Ryan, y los veteranos de guerra fueron los primeros en mostrar su aprobación y sus lágrimas. Pero cuando ya parecía que ni valía la pena que la Academia se molestara en contar los votos, apareció de pronto, como un flechazo al corazón de Hollywood, Shakespeare apasionado. Esta producción británica financiada por capitales estadounidenses tiene también mucho de aquello que suele cautivar el voto de los exclusivos integrantes de la Academy of Motion Picture Arts and Science: un protagonista célebre que asegura prestigio (basta recordar a Gandhi), una suntuosa reconstrucción de época, un romance como los de antes y hasta alguna dosis de acción, con un par de escenas de capa y espada.
El único problema –y no es un problema menor– de Shakespeare apasionado es que (¡ay!) se trata, al fin y al cabo, de una comedia. Y las comedias, históricamente, suelen tener denegado el privilegio de serelegidas como mejor película, salvo muy raras excepciones. Si en este terreno lleva una clara ventaja Rescatando al soldado Ryan, en cambio Shakespeare tiene otras estadísticas para mostrar. Sucede que en los últimos quince años las ganadoras del Oscar a la mejor película han sido siempre aquellas que lograron sumar la mayor cantidad de candidaturas. Y Shakespeare tiene trece, dos más que Ryan y apenas una menos que el récord, que siguen ostentando La malvada (1950) y Titanic (1997).
Hay otro factor que puede llegar a darle un dolor de cabeza a Spielberg. Shakespeare apasionado es una película autocelebratoria, concebida para festejar al mundo del espectáculo tal como lo piensa Hollywood, una suerte de homenaje no sólo a actores, directores y dramaturgos sino también a los financistas. Esa y no otra es la gente que emitió su voto y que hoy a la noche va a estar sentada toda junta, en una fiesta en la que la comunidad de Hollywood hace precisamente eso: halagarse a sí misma.
Esta competencia cabeza a cabeza fue potenciada aún más por el despliegue publicitario con el que ambas películas lucharon en los últimos días por obtener el favor de los académicos, en un grado de tensión que llegó a enfrentar en una guerra de declaraciones a Spielberg y Harvey Weinstein, de Miramax, el estudio que respalda a Shakespeare. Se llegó a hablar incluso de “campaña negativa” en detrimento de Ryan, y se desnudaron las cifras que ambas películas gastaron para el esfuerzo del Oscar en publicidad, con Shakespeare por lejos al frente, con más de diez millones de dólares.
En medio de esta feroz puja de intereses, sería un milagro que alguna de las otras candidatas –Elizabeth, La delgada línea roja, La vida es bella– se alzara con el Oscar a la mejor película. Las tres tienen siete candidaturas, pero la más favorecida se supone que será la fábula de Roberto Benigni, aunque más no sea porque cuenta con la bendición del mismísimo Papa, que seguramente cree en milagros. Lo cierto es que en toda la historia de la Academia La vida es bella es la segunda película en ser nominada simultáneamente al Oscar a la mejor película y a la mejor extranjera. El único caso anterior fue Z, en 1969, que se llevó la estatuilla al film extranjero, algo que muy probablemente suceda ahora con la película italiana, si es que no se le cruza en el camino –los brasileños también creen en milagros– Central do Brasil. No hay que olvidar que la ceremonia es, en primer lugar, un show. Y cómo se van a perder en Hollywood la oportunidad de que Benigni haga su número en el escenario del Pavillion, como lo hizo el año pasado en el Palais de Cannes, cuando después de ganar el Gran Premio Especial del Jurado se tiró a la pies de Martin Scorsese, presidente del tribunal, y le besó los zapatos, en un sorpresivo raid chaplinesco.
Otras categorías presentan menos interrogantes. Todos los analistas de Hollywood han puesto sus fichas en el casillero de Spielberg como mejor director y estiman que el premio al mejor actor será para el inglés Ian McKellen, por su magnífica composición en Dioses y monstruos, donde se recrea la leyenda de James Whale, el director del primer Frankenstein. Se sabe que la Academia tiene una particular debilidad por los actores británicos y, además, con este premio la comunidad gay de Hollywood tendría la oportunidad de hacer un doble homenaje: a Whale, que nunca escondió su homosexualidad, y a McKellen que hace de ella una militancia.
Un poco más discutido está el rubro a la mejor actriz. Algunos aseguran que la decisión recaerá en la australiana Cate Blanchett por Elizabeth, otros que será el turno de coronar a Gwyneth Paltrow por Shakespeare apasionado y así elevarla a las ligas mayores. Finalmente, están quienes apuestan a una veterana del Oscar, Meryl Streep, que con ésta ya tiene acumuladas once (sí, once) candidaturas, y dos estatuillas en el living de su casa. Esta noche puede sumar una más por Cosas que importan, lo que ha llevado a más de algún memorioso a recordar un viejo chiste de Bob Hope.“Bette Davis –decía el legendario maestro de ceremonias de otra actriz acostumbrada a codearse con los premios– viene todos los años. Charla con algunos amigos y, de paso, se lleva algún Oscar.” Ese sigue siendo el sueño de todos en Hollywood, pero la mezquina realidad de unos pocos.

 

Elia Kazan, bajo fuego

Más allá de cuál sea el resultado de los premios, hay un Oscar que ya lleva la marca del escándalo. Se trata de la estatuilla a la trayectoria, de esas que convocan al aplauso de pie y a las lágrimas de la nostalgia. Pero este año el elegido por la Academia es Elia Kazan, un hombre controvertido como ninguno en el mundo del espectáculo estadounidense. Auténtica leyenda viviente (tiene 89 años), Kazan fue el creador del célebre Actor’s Studio, descubridor de talentos de la talla de Marlon Brando, director de clásicos indiscutidos como Un tranvía llamado deseo, Nido de ratas y América, América. Pero Kazan también fue uno de quienes en tiempos de la caza de brujas en Hollywood denunció a varios de sus ex compañeros por sus simpatías comunistas, como el dramaturgo Clifford Odetts. ¿Qué premia hoy la Academia?, se preguntan muchos. ¿Al cineasta o al hombre? Los aplausos pueden convertirse en abucheos.

 

PRINCIPAL