El desconcierto que produjo La Vita e Bella de Franco Benigni se
debe a que se aplican los procedimientos de la comedia y sus reglas para mostrar lo
siniestro del terror nazi. Hay quienes frente a este verdadero tour de force (que
subvierte el conocido consejo socrático: la comedia para el amor, la tragedia para la
muerte) rechazan de plano el film en nombre de una ética de la muerte, mientras otros
entienden que el tema queda debidamente retratado a través de una relación filial. Para
ambos se trata de un film donde un padre, para mitigar la dureza y el horror del campo,
entretiene a su hijo con historias divertidas aliviando el sufrimiento del pequeño. Pues
bien, esto es falso.
No se trata de un padre y su hijo, sino imagínense a Harpo Marx en un campo
de concentración que se propone salvar a su hijo sin dejar por un instante de ser Harpo.
O sea que la oposición que recorre la película no es la maniquea de buenos y malos, sino
algo menos usual que, por tratarse de Harpo, podríamos caracterizar como debilidad mental
versus barbarie.
Primo Levi cuenta en Si esto es Hombre que un personaje perfectamente adaptado y a quien
la dureza de la vida del campo parecía no preocuparle ni restarle fuerzas psíquicas era
un psicótico. Alguien que en época de paz estaría encerrado en un manicomio. La
debilidad mental roza la psicosis sólo porque también se la encierra, pero a diferencia
de ésta ejerce una lucidez inextinguible e indoblegable. Otro personaje, con quien se
puede comparar a Benigni y sus estrategias disparatadas y éste es mucho más
evidente porque sus films siempre plantean un mundo inhóspito e inextricable es
Buster Keaton. ¿Se imaginan al buen Buster lidiando contra el terror nazi? El terror y no
las pantomimas de los alemanes en el burlesque de Chaplin.
Para que quede claro: Benigni no hace de los nazis algo dialectizable, sino que los
muestra con una dureza poco usual en el cine, inabordables, fríos y con los que no existe
la menor comunicación. Justamente esta distancia infranqueable entre prisioneros y
carceleros el desconocimiento de la lengua alemana por parte de los prisioneros
italianos como elemento de terror no es un dato menor en las crónicas de Levi es lo
que permite la estrategia del idiota, que es una estrategia a todo o nada, mediante la
liberación del lenguaje a través de los acertijos, juegos de palabras y traducciones
alocadas que inundan los diálogos de la película.
Como no es fácil ser Harpo o Keaton y sería difícil sin una presentación y un
desarrollo adecuados, Benigni se toma el trabajo durante toda la primera parte de la
película de construir su personaje mostrándonos hasta qué punto es un tarado con ideas
y deseos muy claros, que además se las ingenia insistencia mediante para
obtener lo que quiere.
La primera parte transcurre en un pintoresco mundo de comedia. Un pequeño pueblo
piamontés, sus personajes, el fascismo a la italiana y Benigni dedicado a trabajar de
mozo en el hotel más importante del pueblo. El tema central es el amor, y no falta la
mujer que se puede enamorar del feo e imprevisible pero insistente joven. Tienen un hijo
que aparece gracias a una elipsis ya con unos cuatro años. Son felices y él
ama profundamente a su hijo. Unos pocos minutos más y es lo que tardan en aparecer los
nazis que illico los embarcan en un tren camino al Lager. Ahora el apacible pueblo cambia
por un paisaje de terror que Benigni inteligentemente no se encarga de pintar.
El lugar está allí funcionalmente, no es realista aunque el decorado sirva a los fines
de ser un campo de concentración. La preocupación contraria es lo que hubiese dado pie a
la obscenidad, ya que la imagen no puede estar nunca a nivel deeso e inevitablemente será
un artificio del realismo para alentar el voyeurismo barato del espectador. No obstante no
se trata de un film formalista, pues hay algo de la austeridad de Lancelot du Lac de
Bresson.
Pero no sólo la relación contranatura comedia/terror es lo que produce estupor en el
espectador (emoción inhabitual en el cine y que hace de La Vita... un film único), ya
que la puesta en escena no elude sino que promueve el consabido mecanismo de
identificación imaginaria con el personaje, aunque esta vez no tenemos a Bogart o a
Gibson frente a nosotros, sino a un idiota imprevisible que sólo cuenta con su ingenio
para sortear la muerte. Esto es grave y políticamente incorrecto porque no fomenta
ninguna adoración de la muerte donde verter nuestras lágrimas. Quien haya leído a Primo
Levi sabe que un sobreviviente siempre es mirado con desconfianza por los que piensan más
tranquilos en la paz de los cementerios, y rechazan la posibilidad de que algo del orden
de la verdad despunte en un libro o una película que, por sobre todas las cosas,
desbarata cualquier guiño o complicidad. ¿Acaso no se le reprocha a Levi su frialdad de
cronista ante el terror nazi?
Más arriba recordábamos la inadecuación entre la muerte y la comedia; la distancia
entre una cosa y la otra es la que recorre La Vita e Bella, dejándonos a los espectadores
con una sensación de que nos ha mostrado al fracasar lo impensable del Lager.
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