Todo atípico, pero nada ilógico Por Mario Wainfeld |
Catamarca representa poco más del 0,7 por ciento del electorado nacional. Si los catamarqueños votasen unánimemente a un aspirante a presidente (un fenómeno sólo imaginable en las elecciones del PC de Georgia siendo candidato José Stalin), su influencia en el resultado total sería nimia. Además de minoritaria, Catamarca es atípica o, arrimando algo más el bochín, pertenece a un lote de provincias del norte con algunas semejanzas entre sí pero muy diferentes de las del Litoral, la Mesopotamia, la Pampa Húmeda y la Patagonia. Sociedades muy fincadas en el pasado, en las que nunca arraigaron a fondo la urbanización, la industrialización, la proletarización, los sindicatos. Provincias a las que no llegó la modernización abrupta, invasora, torpe y, queriéndolo o no, altamente progresista que encarnó el primer peronismo. Electoralmente esos distritos, regidos de modo autoritario y nepotista por caudillos conservadores populares, son un bastión peronista. Pero el PJ triunfa a nivel nacional cuando las trasciende y hace pie en los distritos más modernos y pierde cuando sólo se queda con ese piso, como le ocurrió en 1983 contra Raúl Alfonsín. Catamarca es además atípica porque su dinastía gobernante, la familia Saadi, sufrió un brutal desprestigio cuando el asesinato de María Soledad Morales desató una movilización popular inédita. ¿Por qué, entonces, Menem se jugó tanto, le puso tanto el cuerpo a Ramoncito Saadi? ¿Por qué apostó a lo imposible, a dar vuelta una elección que estaba resuelta y a decir que esperaba su resultado para decidir qué hacer con su zarandeada re-re? La respuesta más verosímil podría servir para explicar la inmensa mayoría de sus movidas de los últimos tiempos: en parte porque se equivocó y creyó de más en su carisma y su polenta (que los tuvo y por arrobas en los actos de Catamarca), en parte porque se tiró un lance, en parte porque no tenía nada mejor que hacer. El Presidente quiere prolongar el suspenso y su agonía y se le van acabando los conejos de su galera. Obstinadamente sigue intentando y a falta de algo mejor se pegó a Saadi (como se pega a Antonio Cafiero que no es precisamente un crédito a la hora de ganar votos) y hoy todos dirán, con toda lógica, que él fue el principal derrotado en Catamarca. Para Eduardo Duhalde la situación se invierte. Nunca se llevó bien con Saadi y su pollo, el vicepresidente Carlos Ruckauf, rompió varias lanzas batallando para que Ramoncito no tuviese una banca senatorial. La elección de ayer para él fue puro alivio, un nuevo tropezón de su adversario interno. La Alianza festejó, y mucho, y no le faltan razones aunque el triunfador no fue un aliancista sino un radical bien remiso a la coalición. Fernando de la Rúa y Carlos "Chacho" Alvarez demostraron de nuevo que se llevan de perlas, pero hasta ahora esa mancomunión no derrama satisfactoriamente para abajo donde pululan divisiones, celos y la imposibilidad de unirse para enfrentar al peronismo. La situación del PJ y de la Alianza parecen dos imágenes invertidas; el PJ se debilita por una terrible pelea por arriba, pero tiene mucho mejor anudadas sus listas en los distritos (con candidatos potentes como Rubén Marín, Arturo Lafalla, Jorge Busti o Carlos Reutemann). En cambio, más allá del binomio presidencial, la oposición no ha formado o no ha logrado consensuar las listas, o espera como Graciela Fernández Meijide una interna irrisoria (y de final cantado) que le designe compañero de fórmula. Ningún gobernador del PJ es Saadi, y un Duhalde potenciado, después de haber confrontado con Menem, tampoco será Menem. La Alianza parece activarse o desactivarse según tenga o no al Presidente enfrente, lo que es un riesgo cuando el hombre está a un tris de pasar a segundo plano, sobre todo porque no queda claro ni aun para los iniciados qué diferencia a la Alianza de un peronismo liderado por Duhalde (a esta altura un abanderado del antimenemismo) o por Carlos Reutemann como no sea el valor de la alternancia, que es un positivo y hasta necesario aditamento del sistema democrático pero que no apasiona multitudes. El juego democrático a veces aturde y hasta satura como ocurre con el carnaval de plebiscitos con que la clase política atosiga al ciudadano común. Pero, más allá del vaivén de partidos y candidatos que hacen un culto de la indiferenciación y de la indefinición (¿a qué dato del cosmos que no sea Menem se oponen el duhaldismo y la Alianza?), la democracia en acción no es inocua. La movilización que desató el asesinato de María Soledad unió un cúmulo de hechos (demanda de justicia a partir de un crimen individual, movilización callejera motorizada fuera de los partidos políticos, fuerte protagonismo de los medios de comunicación, nacionalización de un "caso" particular) que sólo pueden darse en un contexto democrático. Y ayer se vio que no fue en vano, que algo cambió en Macondo: Guillermo Luque y Luis Tula presenciaron las elecciones desde la cárcel y los Saadi fueron rechazados por la mayoría de una provincia que les fue fiel por décadas.
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