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Por Pablo Plotkin Hay regresos llenos de gloria. Esos que suceden pocas veces: un artista reaparece después de muchos años, genera una expectativa de mundial de fútbol y responde a la altura de las circunstancias. También hay de los otros, los del extremo opuesto: alguien que vuelve a escena en peores condiciones que en sus días de esplendor, a veces por dinero, a veces porque extraña las luces y la fama. Y son regresos patéticos, buenos para nada. La vuelta de David Lebón, el viernes y sábado a la noche en el teatro Coliseo sus primeros shows en cuatro años no responde a ninguno de estos dos casos. El Ruso no defraudó, pero tampoco brilló. Cumplió, al menos, con la expectativa de los más de 1500 rockers de treinta y pico que asistieron entre las dos veladas a escuchar las canciones que musicalizaron sus adolescencias. Hubo mucho de nostalgia en el Coliseo, y parecía ser eso lo que la gente fue a buscar. Treinta y dos macetas, un tema del primer disco solista de Lebón, abrió el fuego cuando se corrió el telón y la banda en pleno quemaba los primeros cartuchos de rocanrol tradicional. Entonces apareció el protagonista, moderado en su camisa blanca de mangas cortas, con una sonrisa que se ensanchaba en proporción al volumen de los aplausos y punteando el primer solo de guitarra de una noche que los tuvo de sobra. Los extrañé terriblemente. Nunca más me permitan que deje de verlos durante tanto tiempo, dijo Lebón, que desde hace cuatro años está radicado en Mendoza. Ahí cantó Dos edificios dorados, con un registro de voz más grave que el de la versión original, cosa que ocurrió durante casi todo el concierto con resultados variados. Después se escuchó en seco la percusión de Federico Gil Solá, el ex baterista de Divididos, y arrancó el primer tema de Seru Giran de la noche, Parado en el medio de la vida, con euforia y coro del público incluido. Las canciones de Seru, claro, fueron las que provocaron mayores ovaciones. Basta pensar en el disco en vivo que resultará de estos shows e imaginarse el tema de difusión: algún himno (¿Seminare?) mitad cantado por Lebón, mitad coreado por el público. Después sonaron varias baladas sentimentales. La sección de cuerdas dispuesta a un costado del escenario generó un buen clima en la introducción de San Francisco y el lobo, y Lebón y Pablo Guerra (guitarrista de Los Caballeros de la Quema) cambiaron la eléctrica por la acústica y tocaron esa breve performance unplugged, con El tiempo es veloz y la lacrimógena Quiero regalarte mi amor. Parecía como si la mitad de los presentes se hubiera enamorado por primera vez con esas canciones de fondo. Entonces subió al escenario el guitarrista Héctor Starc (ex Aquelarre), y reaparecieron el blues y el rocanrol ortodoxo. Sin vos voy a estallar y Copado por el diablo (otro del primer álbum solista) fueron los caballitos de batalla elegidos para recuperar el ánimo y permitirle a Starc lucirse en solos de guitarra por demás histriónicos. Noche de perros fue acaso el tema que mejor sonó (ayudaron mucho los arreglos de cuerdas) y Seminare, superclásico romántico e infalible, se convirtió en el capítulo más emocionante del concierto. Empezó con el líder cantando solo sobre una base de piano (los dos tecladistas eran Juan Hermida, de Mississippi Blues Band, y Ariel Caldara, de Caballeros de la Quema) y terminó con él bajando del escenario y recorriendo con su guitarra los primeros veinte metros del pasillo que separa las butacas. Se acercó hasta donde estaba Jana, su hijita, le sonrió, la mimó un poco y volvió al escenario. Grande Ruso, lo alentaba la gente mientras le palmeaba la espalda. El momento que define la melancólica noche del debut, seguramente. Después se incorporó Iván Noble, cantante de los Caballeros, para sumar su voz a Esperando nacer, otro de Seru. En los bises Lebón interpretó solo con el piano María Navidad, y repitió las estrofas de rock básico de Treinta y dos macetas. Fue muy difícil llegar hasta acá. Lo soñé durante cuatro años, había dicho el hombre cuyo currículum ostenta participaciones en bandas tan importantes de la historia del rock nacional como Pescado Rabioso, Color Humano, Pappos Blues, Polifemo y Seru Giran. El contrato con BMG prevé, además de la edición de este cd en vivo, la publicación futura de tres discos de estudio. Ahí, en las canciones nuevas, inéditas, se verá la verdadera forma del compositor. Todo lo que hubo el fin de semana, en el Coliseo, fueron recuerdos.
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