De tanto en tanto me doy una vuelta por la casa de té La Rosa de
Shantung. El dueño es Li Po, un chino centenario y de pocas pulgas,
aunque cuando no está de mal humor se le puede arrancar alguna historia. Hoy pido mi té
de jazmín y le digo:
Don Li Po, ¿por qué no me cuenta un cuento?
Puedo contarle la historia del emperador de dos cabezas.
Don Li Po, ¿usted no decía empeladol hasta hace poco? ¿No era que no podía
pronunciar las erres?
Sólo cuando estoy haciendo negocios. Rápido ruedan las ruedas redondas del
ferrocarril. Si quiere escuchar el cuento no interrumpa.
Discúlpeme, don Li Po, no volverá a suceder.
Había una vez, en mi milenaria tierra, un emperador depravado llamado Kung Chia, de
quien se decía que pactó con demonios. Como consecuencia de sus perversiones tuvo un
heredero deforme, Wu Chi Yu, de muy baja estatura, casi un enano y que tenía dos cabezas.
¿Bicéfalo?
No sea pesado, no interrumpa. Las cabezas nacían del mismo cuello, eran pequeñas y
juntándolas apenas se hubiese logrado una de tamaño normal. Desde chiquito, Wu Chi Yu,
para disimular su deformidad, cubría alternativamente cada una de las cabezas con un
hermoso faisán hecho de seda y oro. Las cabezas no se llevaban bien, perseguían
intereses distintos. Una albergaba sueños de gloria eterna y aspiraba pasar a la
posteridad como el gran renovador del Imperio. La otra estaba dominada por la lujuria y la
codicia, y lo único que le interesaba eran la conga y la pachanga. Las prédicas de la
primera cabeza entorpecían los desenfrenos de la segunda. El libertinaje de la segunda
deterioraba la imagen que pretendía imponer la primera. En algo coincidían, ambas
eliminaban sin escrúpulos a quienes dificultaban sus planes. Gobernaban un día cada una.
Habían establecido un acuerdo: la que estaba tapada con el faisán debía guardar
silencio y respetar las decisiones de la otra hasta que llegara su turno. Nadie conocía
el secreto del emperador. Los ministros recibían todo el tiempo órdenes distintas, los
favoritos caían en desgracia cada veinticuatro horas.
¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta?
Ya le expliqué que era petiso. Los súbditos decían: es enano y todo el mundo sabe
que los enanos son de pensamientos perversos porque tienen la cabeza muy cerca del culo.
En la intimidad del dormitorio imperial, ya sin el faisán, las dos cabezas se enrostraban
la ejecución de algunos favoritos. Decidieron limitarse mutuamente el poder y someter las
futuras decisiones al azar. Jugaban a la batalla naval. Alado y Fastuoso
viceministro de Progreso, Cultura y Moralidad, decía la cabeza lujuriosa.
Tocado, contestaba la cabeza que aspiraba a la inmortalidad. Magnífico
y Sublime Subdirector de Lupanares y Timbas. Hundido. Excelsa,
Celeste y Opulenta Conservadora de Caminos, Prados y Bosques Imperiales.
Agua. Soberbio e Ilustrísimo Recaudador de Impuestos y Director de
Inmolaciones. Hundido. En los días siguientes, las cabezas de los
funcionarios hundidos eran separadas de sus cuerpos.
La vida en palacio se había vuelto insalubre.
Me interrumpió de nuevo.
Perdone, don Li Po, juro que es la última vez.
Había gran desconcierto en el Imperio. Por un lado, corrupción total. Por el otro,
campañas moralizadoras de una energía ejemplar. Funcionarios y súbditos trataron de
asimilar esa realidad y también ellos, por reflejo, comenzaron a cambiar de personalidad
todos los días. Se pusieron de moda unas caretas, calcos perfectos de la cara del
portador, para ser colocadas en la nuca. Se popularizaron los zapatos de doble punta, una
para delantey otra para atrás. La vestimenta, con botonadura delante y en la espalda. Se
hicieron muy populares las academias de ventrílocuos. Y así fue como las dos cabezas
convirtieron al Imperio en un espejo de su extraña naturaleza.
¿Y cómo terminó?
Ese tipo de vida le costaba mucha plata a los pobres súbditos, las caretas venían
cada vez más caras, había que importarlas de lejos, lo mismo que los zapatos de doble
punta. Alguien se acordó de aquel viejo dicho de muerto el perro se acabó la rabia,
armaron una honda con un gran árbol que tenía dos ramas en horqueta y la usaron para
tirar al emperador bien lejos.
¿Cuánto de lejos?
Tanto que nadie quiso hacerse cargo del flete para mandarlo de vuelta. Hace una hora
que está con el mismo té de jazmín. O se toma ése y pide otlo, o deja ése y pide
otlo, siemple pide otlo.
Que sea uno doble, don Li Po.
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