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EL MES QUE VIENE SE ESTRENA EL FILM DOCUMENTAL “H.G.O.”
Un misterio llamado Oesterheld

Los realizadores Víctor Bailo y Daniel Stefanello cuentan cómo empezaron pensando en ahondar en los pasos de Rodolfo Walsh y terminaron metiéndose con la vida del genial historietista.

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Los realizadores debieron trabajar mucho para obtener testimonios.
Los compañeros de profesión no fueron problema, los de militancia sí.

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El inconfudible rostro de Alberto Breccia, en solapado autorretrato.
Es Ezra Winston, personaje de Mort Cinder, clásico de Oesterheld-Breccia.


Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes) Apenas ha comenzado el film y en la pantalla las voces ya se enciman. Los protagonistas se sientan y prueban su micrófono, se disculpan y salen de escena, o se ríen de lo que aún no han dicho. Las miradas se cruzan y las dudas le ganan a las certezas, se diría, aún antes del mismísimo comienzo de H.G.O., un documental de Víctor Bailo y Daniel Stefanello que recorre la vida del guionista de historietas argentino por excelencia: Héctor Germán Oesterheld. “Ese comienzo habla de una estética que se nos impuso”, explica Stefanello, docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación al igual que su coequipier. “Porque en cada entrevista había cosas de las que era difícil hablar. Algo que fuimos aprendiendo a reconocer en el transcurso del rodaje, y que fuimos respetando y aceptando como parte de él.”
Sinónimo de historieta en la Argentina, y autor de personajes inmortales como el Sargento Kirk, Bull Rockett, Mort Cinder, Randall el Justiciero o El Eternauta, Oesterheld fue desaparecido por la dictadura militar instalada en el poder hace hoy 23 años. Como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti u otros intelectuales que siguieron el camino de las organizaciones armadas al comenzar los años setenta, Oesterheld –tal como escriben Bailo y Stefanello al presentar su propio film– buscó, a través de una militancia activa, que “los ideales que exponía en la ficción de sus obras se hicieran realidad”.
Desaparecido a los 62 años, el mismo destino que corrieron sus cuatro hijas mujeres, la figura de Oesterheld aún hoy es enigmática. Sobre todo en lo que se refiere a su militancia, una etapa que –en opinión de los autores de H.G.O.– se suele desdibujar al ponerse en perspectiva con su obra artística. “Hay mucha gente que prefiere enredarse con todo tipo de eufemismos antes que decir la verdad, que Oesterheld era un montonero”, explica Bailo. “Prefieren recordarlo como un tipo clavado en los cincuenta e inventando personajes que todo el mundo leía, antes que verlo luchando y muriendo por un ideal.” Extenso, fragmentario y realizado a pulmón, H.G.O. es un documental –a estrenarse el mes próximo en el cine Cosmos– que se permite perderse en los pliegues de una vida en la que se cuela la historia de un país al que Oesterheld le supo contar sus mejores aventuras, hasta que se vio atrapado en la peor de ellas.
–¿Cómo llegaron a Oesterheld?
Daniel Stefanello: –En realidad, antes que el nombre teníamos en mente el proyecto y nuestras prioridades. Hace tres años y medio, cuando comenzamos con la idea que nos llevó a este largometraje, lo que buscábamos era algo que pudiéramos hacer nosotros dos con la sola ayuda de una cámara. Por eso pensamos en el género documental. Y como lo que estábamos buscando era una temática argentina, ahí fue cuando nos cruzamos con Oesterheld. Aunque en realidad con el que nos cruzamos en un principio fue con Rodolfo Walsh, y él fue el que nos llevó a Oesterheld.
–Un camino que lleva de un escritor a un guionista de historietas.
Víctor Bailo: –Precisamente. De alguna manera, y salvando las distancias, Walsh y Oesterheld se nos aparecieron como dos figuras de características similares. Los dos son antiperonistas que se convirtieron al peronismo, los dos son creadores e intelectuales que se fundieron con una causa en la que creyeron. Con la diferencia de que la historia de Walsh es más contundente, más expuesta, y más conocida, claro. Por eso nos decidimos por Oesterheld. Porque se nos apareció como una figura aún más representativa de la sociedad argentina. No es una figura mitificada sino que es un personaje que en su historia pública aún arrastra demasiados conflictos, demasiados lugares oscuros, demasiadas historias para descubrir.
–Desde el primer plano del film queda claro que, antes que nada, lo más importante son los testimonios. ¿Desde el principio se lo plantearon así?
V.B.: –Lo que sucedió es que no nos planteamos ninguna estructura de antemano. Simplemente fuimos haciendo entrevistas. Completamos cincuenta horas de entrevistas antes de ponernos a pensar en el film. Y lo que fuimos haciendo en el transcurso de una a otra es lo mismo que tratamos de hacer en el film: completar los huecos que se nos presentaban a nosotros dentro de la historia de Oesterheld. Su retrato se construye a través del recuerdo de la gente que lo conoció, y con ellos se va armando una imagen tan fragmentaria e inconclusa como era su personalidad. A la manera de El Ciudadano, de Orson Welles, nosotros vamos detrás de las pistas que él va dejando.
–¿Y qué se les apareció como el Rosebud de Oesterheld?
D.S.: –Nunca buscamos una clave que lo explique todo. Porque no la hay, al igual que en El Ciudadano. No hay una respuesta que explique cómo es que un geólogo se hizo guionista de historietas. Así como no hay forma de responder a la pregunta de por qué es que un guionista de historietas se hizo montonero. Cómo es posible, se pregunta su esposa frente a nuestra cámara. Y en realidad es una pregunta vinculada más a cómo es que en la Argentina pasaron las cosas que pasaron. Una pregunta que no tiene respuesta.
V.B.: –Para nosotros, en realidad, fue más importante llegar a descubrir que Oesterheld no se golpeó la cabeza y despertó montonero, ni lo llevaron de la mano por el mal camino. La suya fue una decisión que aparece como coherente cuando uno recorre toda su vida.
–¿Hubo algún testimonio que les haya resultado particularmente difícil conseguir?
V.B.: –Todo fue difícil. Cada entrevista comenzaba indefectiblemente con un “de eso no quiero hablar”. Y de cada una de ellas nos íbamos con varias horas de grabación y un nombre y un teléfono. Fue como una reacción en cadena. Eso sí, fue más fácil hablar con quienes tuvo una relación profesional. Los encuentros con sus compañeros de militancia, por otra parte, siempre tuvieron un sabor a los viejos encuentros clandestinos. Pero una vez que entendían la propuesta desaparecía toda desconfianza y nos contaban todo lo que sabían. A tal punto que uno de los grandes problemas que tuvimos a la hora de armar la película fue que nos costaba decidir cuándo cortar un testimonio. Todo lo que nos había dicho nos aparecía como una película en sí misma. Porque para hablar de Oesterheld debían hablar de sus vidas. Y del país en que vivieron. Lo que siempre da como resultado la mejor de las películas.

 


 

UN PROLIFICO CREADOR DE PERSONAJES E HISTORIAS
Cinder, Nekrodamus, Eternauta

t.gif (862 bytes) En los 62 años que fueron desde su nacimiento el 23 de julio de 1919 en Buenos Aires y su secuestro el 27 de abril de 1977 en La Plata, Héctor Germán Oesterheld fue un hombre de múltiples intereses. Padre de cuatro hijas, se recibió de geólogo, fundó una editorial (Frontera) y escribió las aventuras de media docena de imborrables personajes de historieta, entre otras ocupaciones. Entre sus colaboradores más conocidos figuran los dibujantes Hugo Pratt, Alberto Breccia y Francisco Solano López, es decir tres de los grandes–grandes de su oficio. Es vox pópuli que sus creaciones influyeron en varias generaciones de lectores. A mediados de los años cincuenta, por ejemplo, Oesterheld escribía los guiones de “Bull Rockett” y “Sargento Kirk” para la revista Misterix; a mediados de los sesenta fue la época de “Mort Cinder” –también para Misterix– y del discutido “Eternauta” para Gente; y en los setenta creó “Nekrodamus” para la revista Skorpio, “Argón el justiciero” para El Tony y “Marvo Luna” para Billiken. La obra más conocida, e importante, del arsenal de creaciones de Oesterheld, la que ayuda a cimentar su mito, es “El Eternauta”, cuya primera versión –dibujada en 1957 por Solano López– se publicó por capítulos durante dos años en la revista Hora Cero Semanal. Desde hace dos años, una plaza de Puerto Madero lleva su nombre. La placa conmemorativa allí ubicada recuerda una frase que escribió en el prólogo a la edición en libro de, precisamente, “El Eternauta”: “El único héroe es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo”.

 


 

EL DEBUT DEL SEXTETO PULSOMADRE, DE ANDREA ALVAREZ
El santuario del Dios Tambor

Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes) El escenario parecía un santuario al Dios Tambor: dos baterías dispuestas al fondo, timbales aquí y allá, redoblantes, bombos, timbaletas y un órgano apostado en una esquina. El lunes a la noche fue el show debut de Pulsomadre, el sexteto que comanda Andrea Alvarez, la percusionista, baterista y cantante que tocó con Viuda e Hijas de Roque Enroll, Rouge, Soda Stereo, Divididos, Charly García, Tito Puente y Celia Cruz. Después de más de dos años de ausencia por maternidad, enfrentó al público del Centro Cultural Recoleta vestida con un trajecito rojo y verde fosforescente, a la manera de una improbable mucama supersónica. Y Pulsomadre tiene mucho de eso: mezcla de bases tribales y atmósferas creadas desde las máquinas. Una combinación acertada y natural del sonido primitivo de la percusión y los climas espaciales de un teclado tocado de manera no convencional. Pop salvaje y moderno a la vez, concebido desde una formación sumamente novedosa para el rock argentino: cinco percusionistas (una de ellas Andrea, también cantante) y un tecladista, Pablo de la Loza, responsable principal de que Pulsomadre no se hunda en el recurrente intento occidental de reciclar la música étnica de Oriente y de Africa, sin buenos resultados.
El concierto empezó con “Adictos”, un tema que bien podría ser el corte de difusión de un futuro primer disco. “Acepto el desafío de ser la oveja negra/ De este rebaño podrido/ yo soy la enfermedad”, canta Alvarez en el estribillo (su caudal de voz, eso sí, es un poco bajo). La lírica del sexteto tiene referencias permanentes al ser mujer, y apoya siempre un pie en el amor y otro en la furia. Andrea habla de la feminidad desde el antípoda del ideario Para Ti: sus letras –algunas en colaboración con Karina Cohen, de Los Visitantes, otras con De la Loza– pretenden sacudir la conciencia de las chicas entregadas, las que no se animan a nada. “Estoy sucia de vida”, declara en una de sus canciones, y suena a jactancia auténtica.
El show siguió con “40 minutos”, el pop rock de “Me acosté”, y “Yo Ko”, tema para el que la líder del grupo se puso al mando de una de las baterías. Después pasó una de las mejores canciones del repertorio, “Afrowav”: empieza con una base electrónica que genera el clima, y entonces entra en plano un coro sampleado que remite a rito tribal y a psicodelia. Después sonó “Mío”, un pequeño ensayo musicalizado acerca de la mujer moderna, “Acid” y la frescura pop de “Yo quiero andar”. “Tecnócratas” es un instrumental y “Tierras libres”, compuesto por Sinesi y Epumer, tiene algo del sonido de Blondie con una letra que habla de la América previa a la colonización. “Porque sí” fue el momento intimista de la noche, con una base más cercana al ambient y al trip hop artesanal (“No te maté por amor/ Te maté porque sí”, dice el estribillo). Vino bien para variar el clima de pop rítmico que acaparó casi todo el recital, y que se repitió después con “Mozambytes” y “Esto se juega así”, dos canciones bailables que dieron pie a “Las chicas están bien”, un arresto de optimismo que cerró el debut.

 

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