|
AUN EN EL PEOR DE LOS
DESIERTOS VALE EL JUEGO
Una marcha de pato hacia la muerte
|
A través
de la rendija por donde mira el hijo, el padre ríe antes de morir.
El padre no niega la realidad: se adelanta al hiperrealismo de los campos
de concentración. |
Por Juan Carlos Vasen *
Podríamos imaginar que
Roberto Benigni y Donald Winnicott tuvieron un inspirador común. La conmocionante
película del director italiano escenifica el epígrafe que el psicoanalista inglés
escogió como portada de Realidad y juego: Convertir en terreno de juegos el peor de
los desiertos.
La desesperada zona de ilusión que Guido despliega intenta velar, para su hijo, el horror
concentracionario. Compleja heredera de la frazadita inglesa, la trama lúdica ilusoria
intenta acolchar esa inscripción siderante, cuya lógica reduce la singularidad a un
número impreso en la piel.
Y ese despliegue adquiere un tinte maníaco, exhuberante, abrumador. ¿Podría ser otro el
tono, siendo que se sostiene la certeza, casi delirante, de que ese velamiento es posible?
Un delirio, decía Winnicott, lo es en tanto se obliga a otro a creer en la propia
fantasía. En este caso se trata de un juego de a dos. Un juego extremo, un dale
que, frenético y tan patético como el guiño que Giosué atisba en la cara de su
padre a través de la rendija, en su histriónica marcha de pato hacia la
muerte.
Ilusionar no es sólo engañar, es también dar esperanza, y esa esperanza asume en la
ficción la forma de un premio, un tanque de guerra que Giosué podrá pilotear. No hay
juego ni ilusión ni esperanza si no hay zonas inaccesibles y metas aún imposibles. Freud
anotó que los niños juegan a ser grandes. Siempre que no estén expuestos a serlo
prematuramente.
Entre nosotros miles de niños no cuentan siquiera con ese tenso colchón que Guido hacía
y rehacía. En algún aspecto sus realidades no son mucho mejores. Marcados por un
presente que apremia, el lugar para sus proyectos es inexistente o está desocupado.
* Psicoanalista.
|