La tentación de derivar textos de otros textos, preferentemente
clásicos, ha emergido no pocas veces en la literatura universal. La imagen más acabada
de los avatares de ese empeño fue acuñada por Borges en Pierre Menard, autor del
Quijote: el protagonista del relato no quería componer otro Quijote lo cual
es fácil sino el Quijote, no quería copiarlo sino producir unas
páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de
Miguel de Cervantes. Es lo que Pierre Menard termina haciendo, luego de un incómodo
calvario, con un par de capítulos de la novela. Esta fábula abre un ancho campo de ideas
y también de ironía que Borges supongo propinó a La gloria de Don Ramiro,
narración ubicada en la España del siglo XVI, cargada de arcaísmos de época, de
Enrique Larreta, autor argentino del XX cuyo nombre ni vale la pena olvidar.
Componer el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable,
necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible, dice Borges.
Así introduce queriéndolo o no, no sabiéndolo o sí el asunto de la
relación literatura/historia, que desborda la cuestión de la temática narrativa o
poética para recalar en el lenguaje y en los tiempos que vive el creador. Por ejemplo:
las vanguardias artísticas de fines del XIX y comienzos del XX están agotadas; como
explica el gran poeta brasileño Haroldo de Campos, para que haya una vanguardia
debe existir un contexto histórico e ideológico adecuado; una vanguardia no se
improvisa, no se inventa, es colectiva. A la vez, una historia de la poesía sería
imposible, a menos de enchalecarla en andamios sociológicos, geográficos, retóricos y/o
cronológicos. ¿Acaso Safo no es una poeta moderna que vivió hace 26 siglos? De su obra
nos han llegado fragmentos que resplandecen con belleza superior a la de millones de
poemas de amor tema casi exclusivo de la griega que se han escrito desde su
muerte.
El Nobel de Literatura egipcio Naguib Mahfuz procuró en l980 continuar El libro de las
mil y una noches desde el punto en que lo dejaron narradores árabes anónimos del siglo
XIII: el sultán Shahriar, domado por los cuentos de Shahrazad, decide no cortarle la
cabeza como había hecho durante tres años con jóvenes vírgenes a las que
desposaba por una noche y casarse con ella, que le había dado en el ínterin tres
hijos varones sin que embarazos ni partos interrumpieran el hilo de su narración. En Las
noches de las mil y una noches, Mahfuz elige trece historias independientes del Libro,
logra que sus personajes se conozcan entre sí, inventa otros, introduce acontecimientos
nuevos en el viejo contexto y construye una novela coherente que sobre todo cambia el
destino del sultán: Simbad enumera las lecciones que ha extraído de sus aventuras y
Shahriar se interna poco a poco en la humildad. Lo primero que aprendí dice
el viajero es que la ilusión decepciona al hombre, pues cree que es la
verdad. O: También aprendí que es peligroso insistir en las viejas
tradiciones. O: También aprendí que la libertad es la vida del espíritu y
que el propio Paraíso cierra sus puertas al hombre que pierde su libertad. El
sultán deja el trono y viaja en busca de la salvación. Mahfuz utiliza el antiguo relato
para trazar una parábola sobre el poder.
Otro egipcio aunque gran poeta en lengua griega, Constantino Kavafis, expuso
en El rey Claudio una versión de Hamlet muy contraria a la de Shakespeare. Según el
inglés, Claudio asesina al hermano para quedarse con su trono y su mujer, madre del
príncipe Hamlet, y es consciente de la atrocidad de su delito: Su corrompido hedor
llega hasta el Cielo, exclama a solas. Hamlet jura vengar a su padre. Para el
greco-egipcio, Claudio fue un rey infortunado/a quien su sobrino asesinó/por
infundadas e imaginarias sospechas. Kavafis desmiente al drama shakespeariano: en la
tercera escena del cuarto acto, Claudio que ha dispuesto el viaje de Hamlet a
Inglaterra con secretas instrucciones de asesinarlo dice en soliloquio
Albión, si en algo estimas mi amistad (...) no acojas fríamente nuestro regio
mandato, el cual implica de lleno, por cartas al efecto pertinentes, la muerte inmediata
de Hamlet. Kavafis reitera que nunca pudo comprobarse la existencia de
la orden real de matar al príncipe. Esto no es sólo volver a Hamlet del revés: es
privarlo de su ser o no ser.
Mahfuz parte del Libro de las mil y una noches para desnudar la índole del poder y
Kavafis propone una lectura de Hamlet que pareciera subrayar los equívocos de la realidad
y aun su posible inexistencia. Pero ambos creadores practican el mismo ejercicio: apoyarse
en una obra clásica para enviar un mensaje propio y diferente, rehaciendo lo viejo para
convertirlo en nuevo, en materia que más adelante otros autores seguirán remodelando
para conferirle novedad a la tradición, como Ezra Pound quería.
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