UN DÍA MUY PARTICULAR Por Sandra Russo |
Danilo se había bajado del colectivo haciendo cuentas. Era el lunes 8 de marzo, las siete de la tarde. Tenía los trescientos pesos de su sueldo de operario clandestino en el bolsillo. Cien, como de costumbre, iban a ir para Lima, a la casa de sus padres. Otros cien eran para pagar el alquiler, y treinta para la cuota de la bicicleta que le habían robado una semana después de comprarla y que estaba pagando desde hacía seis meses, sin chistar. No habrá suspenso: una cuadra después lo asaltaron dos chicos que pasaron corriendo y que lo obligaron a subir a un auto que pasaba por la calle. Adentro del auto le sacaron la plata del bolsillo, las zapatillas Nike y la campera de jean. Después lo tiraron por ahí, ahogado en sus propios gritos que nadie iba a escuchar. Danilo lloró un rato arrodillado en su impotencia, después se recompuso, rezó un rato, y siguió viaje caminando. Anochecía. En el barrio de Domínico las vecinas tomaban mate en la vereda y los nenes se retorcían en los brazos de sus madres, que sólo se replegaban después de sonarles con fuerza los mocos. Una pelota iba y venía a un lado y otro de la calle. Danilo saludó con los ojos a la dueña de la pensión en la que él alquilaba un cuarto de tres metros por tres. Ella, que nunca lo miraba, lo miró fijo. Danilo supo por qué la dueña lo miraba al abrir la puerta de su pieza: alguien le había robado su minicomponente y su reloj, ése que él no llevaba puesto por precaución. Era un mal día. En dos horas lo habían desposeído de su sueldo, de su campera, de sus zapatillas, de su minicomponente y de su reloj. De un golpe abolló la puerta. El ruido atrajo a la dueña y a dos vecinas más. Danilo contó lo que había pasado un rato antes. La dueña lo observó más atentamente que nunca, como midiendo, él se dio cuenta, cuánta información le daría. Decidió hablar. --Fueron los tres pibes de acá a la vuelta, los hijos de la Cata. Entraron al mediodía. Andá a hablar con la madre, a ver si te devuelven las cosas. Danilo fue. Golpeó las manos frente a la casa desvencijada. Salió una vieja gorda con cara de desastre. Danilo le dijo: --Sus hijos me han robado. Mi minicomponente y mi reloj. La dueña los ha visto. Dígales que me devuelvan lo que es mío. La vieja pulseó con él un rato --"Mis hijos no son ladrones", "A vos quién te conoce"--, hasta que el llanto de Danilo pudo más: ella le dijo que los dos mayores se habían ido y que cuando se iban no solían volver pronto, pero que el menor estaba en el hospital visitando a un amigo, que fuera y le preguntara. Danilo fue. Encontró el chico, de unos quince años, en la sala de espera. El chico quiso escapar apenas lo vio. Danilo lo alcanzó y lo tomó por los hombros. --Tres años de trabajo me costó comprarme mi minicomponente. El reloj me lo regaló mi hermana. Es lo único que tengo y me lo vas a dar. El chico negó todo, se deshizo de Danilo y salió corriendo por el corredor del hospital. Danilo decidió ir a la comisaría. No iba a hacer la denuncia, porque los ilegales no denuncian, los ilegales van presos. Fue por ir a alguna parte, a ver. Se quedó más de dos horas disimulado entre otros denunciantes, mirando cómo los agentes tomaban nota a máquina de choques, violaciones, asaltos, vidrios rotos. Un policía notó su estar parado y sin habla. Se le acercó y con buenos modales, que era mucho más de lo que Danilo esperaba, consiguió que le contara todo. Su indignación, su humillación, su vergüenza, su cansancio, su rabia. --Mirá, pibe --le dijo el policía--, esto es una barbaridad. Vos no tenés papeles, pero te voy a ayudar. Hacemos una cosa: te acompaño a la casa de esos guachos y sacamos las cosas. Vos te quedás con el reloj y yo me llevo el minicomponente. Danilo le dijo después vengo dispuesto a no volver nunca más y sin alarma ni escándalo: ¿por qué esperar justicia? ¿por qué habría de pasarle alguna cosa buena? Llegó a la pensión y se acostó. Quería dormir y en eso estaba cuando golpearon a la puerta: era el chico del hospital, el ladrón, el que se había escapado. --El minicomponente no lo tengo. Pero acá está el reloj --le dijo. Danilo se lo puso en la muñeca. Eran las once. Esa noche se quedaron, Danilo y el ladrón, tomando cerveza en el bar de la esquina hasta la madrugada.
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