Aquella
aspiración, desde siempre ilusoria, de lograr una nueva reelección para Carlos Menem se
ha degradado tanto que ya ni siquiera tiene consistencia onírica. Todo ha quedado
reducido a un mal trago que el Gobierno quiere pasar lo más elegantemente posible para
que la silueta del Presidente no aparezca grotesca a los ojos de los ciudadanos.
Es que la ficción que supo crear el riojano
le jugó una mala pasada. Sus diligentes empleados, los más cercanos y los más ignotos,
esos que sólo tienen asegurado un lugar bajo el techo del poder si el Jefe sigue en el
poder, tomaron a pie juntillas los guiños que florentinamente supo regalarles Menem para
envalentonarlos en una intentona fatua que nunca tuvo asidero en la realidad del país.
Menem envió las suficientes señales para
que sus adláteres creyeran posible la concreción de la re-re. Tantas fueron que hasta
sus adversarios, dentro de su propio partido y fuera de él, también se convencieron de
que iba en serio. Nadie supo o nadie quiso confrontar los decires del Presidente con los
intereses del Presidente. Y sus intereses siempre fueron claros a partir de un saber
privativo del riojano: Menem guarda in péctore el convencimiento de que, si por algún
arcano pudiese presentarse como candidato del PJ el 24 de octubre de este año, sería
derrotado por Fernando de la Rúa.
Siempre lo supo. Antes del congreso de Parque
Norte, antes del triunfo de José Manuel De la Sota en Córdoba, antes del fallo del juez
Ricardo Bustos Fierro, antes de la convocatoria a los plebiscitos anti re-re, antes de la
estrepitosa derrota que compartió con su socio Ramón Saadi en Catamarca.
La certeza del Presidente, no obstante, no lo
deja inerme, fundamentalmente porque en base a ella ha trazado su esquema de presencia en
el poder hasta lo que él cree será su regreso a la Casa Rosada en el 2003. Menem tiene
una estrategia de poder estrictamente personal. Para concretarla debe contribuir a la
derrota de su propio partido a fin de que, tras la victoria de la Alianza, las huestes
vencidas del PJ vuelvan a encolumnarse tras su figura de estadista nunca doblegado en las
urnas. A eso responde el hostigamiento ininterrumpido a Eduardo Duhalde, los esfuerzos por
conseguir un candidato muleto para competir bajo sus estandartes en la interna y la
postergación de las primarias partidarias para el 4 de julio.
Su esquema cierra con el país que le dejará
al próximo gobierno, sumergido en una feroz recesión, con el desempleo en aumento, las
exportaciones un baja, el precio de los commodities por el piso y un esquema institucional
adverso para la Alianza: la Corte Suprema seguirá siendo la que Menem modeló a gusto de
sus deseos al igual que la justicia federal, el Senado estará bajo su férula hasta la
mitad del mandato de De la Rúa y la mayoría de los gobernadores seguirán colgando la
foto de Juan Domingo Perón en sus despachos.
Aunque cascoteado por la encerrona en que se
encuentra y que él mismo ayudó a construir, Menem ya tiene ubicadas las piezas en su
ajedrez. Y espera. Espera y tributa al fracaso de sus adversarios para que solo él pueda
ganar. |