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OPINION
Hacer macanas es más difícil
Por Martín Granovsky

Además de los propios paraguayos, solo hay una fuerza capaz de impedir que la crisis empeore: Brasil. La Argentina quizás ayude, y de hecho la diplomacia argentina está colaborando con sus colegas de Itamaraty, pero la credibilidad nacional en Asunción se cotiza en baja desde que el brigadier Andrés Antonietti le designó el defensor al general Lino Oviedo. Antonietti es uno de los hombres de mayor confianza del presidente Carlos Menem, a tal punto que hoy ocupa la importantísima embajada argentina en Uruguay. No es el representante en Asunción solo porque el entonces presidente Juan Carlos Wasmosy lo rechazó por oviedista.
Paraguay es muy Brasil–dependiente. Para comparar los términos, lo es más que los exportadores argentinos. En el caso paraguayo, la relación es estructural:
u Brasil es el principal inversor extranjero en Paraguay.
u Las industrias brasileñas del sur obtienen la energía eléctrica de la presa de Itaipú.
Además, 300 mil brasileños viven del lado paraguayo en la frontera con Brasil. Muchos de ellos son pequeños productores que no han llegado ayer ni pueden ser incluidos dentro de la inmigración golondrina típica de las zonas de frontera. Tienen fuertes lazos en Paraguay, que van desde la economía a la vida cotidiana y pasan por la política. Por eso pesan en el Partido Colorado, que sin interrupciones fue la fuerza de gobierno durante la dictadura de Alfredo Stroessner, siguió siéndolo con Andrés Rodríguez y con Wasmosy y ahora nutre tanto a Raúl Cubas Grau, el presidente oviedista, como al propio Oviedo y a los argañistas, los seguidores del asesinado vicepresidente Luis María Argaña.
Esos vínculos explican por qué es clave incorporar al análisis de Paraguay a un personaje extranjero: el embajador de Brasil Bernardo Pericás.
Pericás, ex representante de Brasil en la Unión Europea, reporta directamente a Fernando Henrique Cardoso.
Goza de la confianza de Luis Felipe Lampreia, el canciller, y del secretario general de Itamaraty, también Luis Felipe como los descendientes de la Casa de Braganza, pero Seixas Correa de apellido.
El embajador en la Argentina, Sebastiao do Rego Barros, es otro miembro del mismo grupo de funcionarios de alto nivel.
Un diplomático brasileño que accedió a dialogar con Página/12 a cambio de su anonimato explicó de este modo la posición de su país:
u Brasil solo acepta un régimen democrático en Paraguay, lo cual descarta tanto un golpe como un condicionamiento militar al Congreso.
u Como ya declaró Cardoso, dentro de la democracia cabe cualquier variante constitucional, incluso el juicio político y la destitución del presidente. (Por otra parte, Brasil no podría decir lo contrario: Fernando Collor de Mello renunció a la Presidencia después de ser acusado por el Congreso con cargos de corrupción, y los socios brasileños del Mercosur dijeron lo mismo que ahora sostiene Brasilia).
u Los brasileños no están dispuestos a que los 300 mil residentes de ese origen en el Paraguay se conviertan en una suerte de rehenes internacionales de una crisis.
Otro diplomático latinoamericano añadió un elemento que solo en apariencia es teórico. “En un régimen cerrado –dijo– las crisis siempre terminan mal. En un régimen abierto, en una democracia imperfecta como la paraguaya, las crisis pueden tener solución.”
Parte de esa apertura está condicionada por la pertenencia de Paraguay al Mercosur, junto con la Argentina, Brasil y Uruguay.
–El Mercosur es el factor de presión para garantizar que el régimen paraguayo siga siendo un régimen abierto –cerró su parábola el diplomático latinoamericano.
Y el brasileño agregó que su gobierno no dejará de lado lo que definió como “Dimensión política Mercosur”. Llevado al terreno práctico, significa que Paraguay no debe ignorar que si hay golpe de Estado o el Ejércitoimpide el funcionamiento democrático, quedará suspendido y fuera del Mercosur, aislado y en situación de paria internacional.
Los diplomáticos con los que habló este diario son optimistas a mediano plazo, porque suponen que no hay espacio para movidas antidemocráticas, pero no soslayan que cualquier solución en Paraguay debe surgir del equilibrio entre la legalidad y la canalización de la fuerza política de Oviedo. El caudillo domina la mayoría del Ejército, controla totalmente la policía y la inteligencia y maneja la mitad –el sector no argañista– del Partido Colorado. Oviedo no puede tomar el poder por golpe porque sabe que Paraguay quedará aislado, o al menos no puede hacerlo y pensar que podrá mantenerse al frente del gobierno. Y, en simetría, ningún arreglo será posible excluyendo políticamente a un sector tan amplio del coloradismo.
¿Y la Argentina? A los tumbos. La Cancillería trabaja ahora en coordinación con Brasil, pero sospecha que una buena porción de las relaciones concretas entre la Argentina y Paraguay pasa siempre por un nivel que supera al Ministerio de Relaciones Exteriores. Un ejemplo es el vínculo Menem-Oviedo a través de Antonietti. Otro, la denuncia del senador Juan Carlos Galaverna sobre las presuntas conexiones de Raúl Reali, director de Yacyretá y amigo de Menem, con el aparato oviedista.
Por suerte para todos, incluidos los argentinos, desde que existe el Mercosur hacer macanas es difícil. Y hacerlas para siempre, imposible.

 

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