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Panorama Politico
Malas conductas
Por J. M. Pasquini Durán

Los rasgos autoritarios de la política criolla sobresalen más que nunca en tiempos de competencia electoral. Cada facción considera que es la única y absoluta representante de la voluntad nacional. Cada caudillo cree que merece lealtad y obediencia ciegas de todos, en primer lugar de sus partidarios. Cada gobernante recibe el poder delegado como una herencia privada que pasa a formar parte de su patrimonio personal. En consecuencia, cuando pelean entre ellos por espacios de poder piensan que el asunto es la máxima prioridad del país.
Así, la mayoría de los políticos en la actualidad han logrado intoxicarse con sus propias ingenierías y conspiraciones electoralistas. Muchos de los que eran frescos y creativos ahora lucen marchitos y desorientados, mientras los más veteranos ofrecen viejas astucias en lugar de sabiduría. Para responder a las críticas que merecen sus conductas, unos y otros andan diciendo por ahí que la desconsideración hacia ellos es desprecio por la democracia. Ninguna crítica queda satisfecha con esa réplica que, encima, reduce la democracia a la excluyente influencia de sus intereses particulares en lugar de aplicarla como sistema que atienda al bienestar general.
No son pocos los que respiran con arrogancia satisfecha porque son, a su juicio, expresión de la voluntad popular. Aparte de la persistencia de las listas sábanas, que obligan a elegir al bulto, esa convicción es demasiado parecida a la de los programadores de TV chatarra o basura: “Damos a la audiencia lo que quiere”. O sea, la culpa nunca es del chancho. La pizca de verdad en esas afirmaciones se refiere al acto mismo, cuando el ciudadano elige al candidato o al programa de TV. No llega a ser una verdad entera porque pretende ignorar las condiciones disponibles para la elección.
Mientras más hambriento y maleducado es el ciudadano, menos posibilidades tiene de promover y elegir lo mejor. Mientras menos sabe, menos opciones quedan a su alcance. Estas evidencias, entre otras, decidieron hace diez años al Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) a medir la evolución de las naciones por indicadores más amplios que los económicos, incluyendo la educación, la salud y otros índices, y a definir el “desarrollo humano sustentable” como “el proceso de ampliar las opciones de las personas”.
Argentina no marcha en esa dirección, a pesar de la confianza de los prestamistas internacionales en el “modelo”. Para conocer las dificultades de la recesión económica nacional, ya no hace falta escuchar sólo a los pobres y a los excluidos. Basta con atender los plañidos de la Unión Industrial y la Sociedad Rural, los mismos que ovacionaban al “modelo” y festejaban la desaparición del Estado. Podrían tomar lecciones de conducta en la Carpa de los Docentes, que pronto cumplirá dos años seguidos de ayunos.
Los maestros representan más votos que los socios de la Rural, pero reciben menos atención del gobierno y de la alianza opositora. Aunque el mundo cambie, hay tradiciones que sobreviven en el país. También este dato obliga a corregir los cargos contra la supuesta indiferencia generalizada de los políticos: no es para todo ni para todos. Los jefes de la Alianza han recibido, además, a las otras tres entidades del agro, a las tres centrales sindicales por la situación de la industria, y también a los gremios patronales del sector.
En los comentarios privados de los participantes en estos encuentros y en los corrillos de la coalición, circula con fuerza el nombre de Ricardo López Murphy, el afiliado de la UCR que más elogios recibió de Domingo Cavallo, como la opinión económica de más peso en la fórmula De la Rúa-Alvarez. Es otra señal de lo que se entiende en la Alianza porgobernabilidad: ofrecer confianza al establishment acerca de la continuidad de las líneas maestras del “modelo”.
Mientras tanto, continúa el bullicio alrededor de las ambiciones del presidente Carlos Menem. En primer lugar, porque él mismo lo provoca, mientras gana tiempo a la espera de una mejor oportunidad o, aunque sea, para que ninguno sienta la seguridad de la sucesión. Como no puede hacer demagogia económica, apela a otros temas, aunque todos son de corto alcance. Del encuentro con Bill Gates en Miami obtuvo un simulador de golf para la computadora. De la promoción contra el aborto logró atiborrar una foto de sotanas episcopales, pero al día siguiente las autoridades nacionales de la Iglesia Católica le hicieron saber que las normas de la Constitución deben ser respetadas.
La sensación de final de época, a pesar de la frustrada consulta porteña, va empapando los pies de los inquilinos de la Casa Rosada. Caído Saadi, la única carta que le queda es Cafiero, mientras Reutemann sigue en vigilia sin decidirse a ser el pollo del Presidente o a reincidir por las suyas en la gobernación de Santa Fe. Ahora que los opositores han descartado que Menem pueda llegar al tercer mandato por vías de incalificable “legalidad”, la obstinación presidencial se ha vuelto casi funcional a los demás.
A la Alianza la provee de la mejor propuesta que ha logrado imaginar hasta ahora: el antimenemismo. El dúo trashumante Duhalde–Ortega hace campaña sin rivales, como si fueran sucesores “naturales” y encima con una cierta pátina de opositores. Es un paisaje casi bucólico al lado de las noticias que llegan del mundo y de los vecinos. Ni siquiera la votación de los lores sobre Pinochet ha podido traer cierta calma, porque de inmediato se bifurcaron opiniones acerca del alcance justiciero de ese fallo. Quizás habría que celebrar las pequeñas victorias más a menudo, habida cuenta de las escasas oportunidades para festejar revoluciones, aunque sean morales. ¿O será que todo se va acomodando a una cierta resignación daltónica que confunde el gris con el blanco radiante por temor al apagón completo?
Temores hay, en el país y en el mundo, en tales dimensiones que nadie se indigna cuando las agresiones armadas internacionales se presentan como cruzadas civilizadoras o la inseguridad personal en las ciudades como una simple (y pueril) consecuencia mecánica de la degradante miseria. ¿Será por eso que ya nadie menciona que la violencia también es una forma de la política, sobre todo de la política de poder? Suceda en Paraguay, donde la anarquía es ley y los sicarios ametrallan al vicepresidente del país, o en Yugoslavia, donde manda un racista travestido primero de comunista y ahora de nacionalista, la indignación pública parece colmada, saturada por el desconcierto y la ausencia de liderazgos confiables.
En Argentina, ya se sabe, la gente que molesta se suicida, como Yabrán y Cattáneo, y el terror se aplica sólo contra fiscales cargosos, como Pablo Lanusse o José Andrés de los Santos. No se puede olvidar a José Luis Cabezas, cuyo asesinato acaba de ser rememorado en otro aniversario, sin que nadie sepa por qué fue detenido, golpeado, fusilado y quemado en el balneario favorito del gobernador Duhalde. Aquí hay crímenes, autopsias, marchas conmemorativas, discursos encendidos, cartas presidenciales, pero no hay castigos para los culpables. Aunque no sea Paraguay.
En esta época de transiciones permanentes el lenguaje político nombra a las cosas por sus apariencias virtuales, con lo cual crea zonas de ambigüedad donde impera la confusión. En esa lógica, tampoco el bombardeo de la NATO contra Serbia es una guerra, sino, según El País de Madrid, la defensa de “un concepto de civilización contra los procedimientos totalitarios”. Del serbio Milosevic nada bueno se puede decir, por supuesto, pero ese mismo concepto civilizador no se aplica contra Turquía, que masacra kurdos en lugar de kosovares, porque es una posición clave de la OTAN, próxima a celebrar sus cincuenta años de vida y con reclutasrecientes: Checoslovaquia, Polonia y Hungría, los tres rebeldes del antiguo dominio soviético.
El delegado argentino en el Consejo de Seguridad de la ONU votó ayer, por supuesto, al lado de Estados Unidos y Gran Bretaña que primero actuaron y después pidieron permiso, como es costumbre en la diplomacia de Menem. Difícil que alguien salga a contradecirlo en el país, si aquí no importan los usuarios de Edesur que viven en la otra cuadra, ¿qué pueden significar los pobladores de Kosovo? Debería importar más cada caso, sin embargo, porque el fracaso de la política para organizar la convivencia, en un país o en el mundo, es una pésima lección para todos los que esperan la oportunidad de tomar alguna revancha o sacar ventaja del río revuelto. No sea cosa, como decía Churchill de los balcanes: “Provocan historias que después no pueden manejar”.

 

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