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Panorama Economico
Academia de evasores
Por Julio Nudler

“Marcelo, quería avisarle personalmente que su diseño me pareció el mejor.” No era la primera vez que Raúl Alfonsín llamaba al despacho de director que Da Corte tenía en el Banco Central desde el regreso de la democracia, pero nunca había sonado tan cariñoso. En esa ocasión lo consagraba como inventor del símbolo que representaría al austral: una A con doble barra horizontal. Era su segundo éxito como diseñador, ya que anteriormente había ideado el logo de la campaña presidencial del radicalismo, un óvalo con las iniciales R.A., que inducían a equiparar Raúl Alfonsín con República Argentina.
Joven brillante para unos, “pendejo pechador” para otros, con militancia en la Franja Morada de Económicas en los 70 y de rauda carrera posterior en la consultora Pistrelli Díaz-Arthur Andersen, Da Corte conquistó a los 29 años un sillón en el directorio del BCRA gracias a su vinculación con la Junta Coordinadora. Aunque la presidencia del Central fue para Ricardo García Vázquez, éste no consiguió designar a ningún miembro de la Comisión de Economía y Finanzas del Comité Nacional de la UCR, que él conducía. El privilegio de colocar a los directores fue de Enrique Nosiglia.
El manejo de la deuda externa le permitió a Da Corte mostrar su pragmatismo, convirtiéndose en una barrera al ideologismo de los radicales históricos, provenientes de la era Illia. El se encargó de descarrilar la investigación de la deuda fraguada, sea por inexistente o por provenir de autopréstamos. Su actitud le ganó la confianza del equipo de Juan Vital Sourrouille, asumido en febrero de 1985, que para remendar las relaciones con el FMI y la banca acreedora, llevadas al borde del colapso por Bernardo Grinspun, debía archivar cualquier actitud irritante para el establishment financiero. El Día de Reyes de 1986, Da Corte asumió como director general de Impositiva, a pesar de que los impuestos no eran su fuerte. Era su trofeo.
Mientras tanto, un tal Héctor Salgado había descubierto el negocio de comprar por monedas empresas tan endeudadas con el Estado (DGI, Seguridad Social, Banade, Nación, Ciudad) que sus pasivos superaban a los activos. Luego, valiéndose de sus relaciones políticas en el radicalismo, lograba reprogramar las deudas o cancelarlas en condiciones muy favorables. Un vínculo clave era Rubén Rabanal, quien por entonces presidía la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados, y tenía como mano derecha a María Asunción Alegretti, más conocida como Coca Salgado, mujer de Héctor. Ella pasaría luego a asesorar al también diputado radical Hugo Socchi, que jugó un importante papel en la promoción industrial.
Cuando estalló el escándalo del gigantesco fraude fiscal del Grupo Koner-Salgado, fue Da Corte quien llevó la embestida. Para algunos observadores ajenos a la UCR, aquella fue una especie de guerra civil dentro del radicalismo, en la que la Coordinadora ajustó cuentas con Salgado y sus aliados, debilitados por la temprana muerte de Rabanal.
Irónicamente, el fraude fiscal, caracterizado como contrabando documental, por el que el juez Osvaldo Enrique Lorenzo ordenó recientemente la captura de varios directivos de Rhasa y de Da Corte, muestra que éste, antes de profugarse, había aprendido lo suficiente de Salgado.
Campana, por cuyo puerto ingresó el combustible de esta historia y en cuyo country club Los Cardales mora Da Corte, según la orden de allanamiento, es también donde Rhasa tiene su planta (una refinería no integrada), exactamente en lo que fuera la fábrica militar de tolueno sintético, instalada en 1952 como parte del equipamiento bélico con el que Juan Perón quería convertir a la Argentina en proveedora de los contendientes de la Tercera Guerra Mundial, cuyo estallido él avizoraba. Como todo lo que hubo fue la Guerra Fría, la planta terminó refinando combustible para las Fuerzas Armadas con la marca Famitol (es decir, Fábrica Militar Tolueno), y en los inicios del menemismo resultó privatizada. Fue entonces cuando la adquirieron Jorge Sambucetti y los suyos, aunque en el ambiente siempre se supuso que el verdadero dueño era Diego Ibáñez, y que el establecimiento le fue cedido como prenda para asegurarse que el sindicato petrolero no obstaculizaría la privatización de YPF.
A mediados de 1998, desde Industria y Comercio se le comentó a la AFIP un sospechoso aumento de importaciones que eludían pagar impuestos, valiéndose de empresas promocionadas, que pueden diferirlos. Fueron así destapándose varios casos, el mayor de los cuales, denunciado a la Justicia el 10 de diciembre de 1998, es el de Rhasa, de la familia Sambucetti, y dos firmas presididas por un asesor de aquella llamado Marcelo Da Corte. El combustible ingresaba al país consignado a favor de Rhasa (Rutilex Hidrocarburos Argentina SA), pero ésta, antes de retirarlo de la Aduana le transfería el dominio de los cargamentos a Estancias Realicó, empresa lechera de Da Corte que el 1° de octubre de 1997 se inscribió como comercializadora y distribuidora de combustibles y dos semanas más tarde efectuó su primera operación, aunque nunca contó con tanques ni vehículos ni proveedores ni clientes. Como Realicó aducía aportes de capital efectuados en Emexal, también presidida por Da Corte y acogida a los beneficios de la promoción industrial en San Luis, al pasar por Aduana difería el IVA (21 por ciento) y quedaba exenta del régimen de percepción del IVA (9 por ciento) y de retención anticipada de Ganancias (3 por ciento). En total, Realicó se ahorraba el 33 por ciento.
Los investigadores determinaron que la verdadera importadora del combustible era Rhasa (sus principales proveedores son la Total, Interpetrol y Coastal), aunque esas operaciones no aparecían en su contabilidad ni en la de Estancias Realicó, y tampoco pudieron detectarse movimientos de fondos que avalaran la realización de esas compras en el exterior. Las naftas y los solventes eran almacenados en los tanques fiscales de Rhasa y allí permanecían hasta su despacho a plaza. El combustible, teóricamente transferido a Estancias Realicó, nunca le era entregado.
Siendo Rhasa el verdadero importador, destinatario final y usuario del combustible, que vendía en su red de 120 estaciones de servicio, algún beneficio debía obtener Da Corte por prestar el nombre de sus empresas para la maniobra. El precio de este favor era igual al IVA (21%), que Rhasa le pagaba porque así lograba ahorrarse el otro 12%. Teniendo en cuenta que el perjuicio fiscal es calculado en, como mínimo, 37 millones de pesos, las importaciones investigadas debieron superar los 100 millones. Como resultado del diferimiento, Realicó acumulaba deuda con Impositiva por el IVA postergado, que debería saldar en cinco cuotas anuales, pero recién después de transcurridos diez años. Lo habitual en estos casos es que la empresa deudora quiebre o desaparezca de alguna forma antes de que llegue el momento de pagar.
El affaire Da Corte no mereció ninguna explicación pública por parte de la UCR, pese a haber sido el hombre que por más de tres años condujo Impositiva durante el último gobierno radical. En cierto modo, los casos de Ricardo Cossio (imputado por la gigantesca contratación directa con IBM) y de Hugo Gaggero (asunto IBM-Banco Nación) volvieron habitual el encausamiento judicial por fraudes fiscales de los máximos responsables de combatirlos. En el radicalismo responden que, después de 1989, Da Corte no apareció más por allí, mientras técnicos como Alfredo Fólica procuran que un eventual gobierno de la Alianza termine con el festival evasor de la promoción.
Aunque de Da Corte sólo se dice que, al volver al llano, pasó a dedicarse a negocios privados (entre ellos el del agua mineral), una importante figura actual de la Administración Federal de Ingresos Públicos asegura haberse tropezado con el ex DGI en llamativas circunstancias. Se trataba de la venta de Vasoplast, una firma que anteriormente había enajenado el Banco Central a bajo precio después de haber intervenido el Banco de Italia, que por créditos incobrables se había quedado con ella.El caso del Italia dio lugar a un famoso proceso que terminó en sobreseimiento general.

 

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