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OPINION
Bandera de llegada
Por Eduardo Aliverti

No hay caso. A pesar del frustrado plebiscito porteño y de los sucesivos mandobles, políticos y judiciales, que está sufriendo la recontraelección ya moribunda, la Alianza insiste en mostrarse con una única razón de ser: Menem.
Respecto de la consulta, según algunos análisis técnicos el tribunal no tenía salida en tanto pretendiese “debutar” ante la opinión pública con una imagen independiente. Lo que se quería preguntar era un despropósito, visto desde el sentido común. ¿Cómo interrogar a la ciudadanía si desea violar la Constitución? Otro razonamiento, ya por los andariveles partidarios y siendo que fue el propio De la Rúa quien eligió a los jueces, dice que la suspensión fue acordada o sugerida cuando todas las encuestas revelaron que habría una bajísima participación popular. Y precisamente por esto último, una tercera interpretación –quizá la más certera– sostiene que, si bien no hubo influencia sobre el dictamen judicial, éste le cayó a la Alianza como anillo al dedo. En cualquiera de las hipótesis, el fondo no cambia: se refleja el grado de improvisación con que actuaron los convocantes, como producto de esa menemdependencia que les impide ver más allá de la sombra que proyecta el Presidente. Es lo que Alfonsín definió como el “tacticismo” y que, según confesó a sus íntimos, ya lo tiene harto. Tan harto que prefirió irse de viaje, agregando a la confusión aliancista una fotografía de desunión.
Mientras tanto, Menem sigue contra las cuerdas por donde quiera mirárselo. La Corte Suprema le avisa que no piensa terminar de inmolarse en un altar que no está construido. La Cámara Electoral acaba de dejarlo con medio cuerpo afuera del ring, y nada menos que en torno del único fallo que le dio una esperanza lejanísima. Los gobernadores lo abandonan. El círculo de sicarlistas empieza a preparar las valijas, y sus preocupaciones continúan centradas en la vía judicial pero ya no por impulsos recontraelectivos sino por la suerte que puede tocarles en un futuro gobierno capaz de mandar a investigarlos (con el interés que fuere). Apenas le quedan como voceros mediáticos personajes de la estatura de Víctor Bo o el Turco Asís. Pero la Alianza insiste. Lanza una caravana, despliega afiches por toda la ciudad, recorre la radio y la televisión sólo para hablar de “eso” y encima no descarta convocar a otro plebiscito o subirse al de Duhalde.
En un juego entre dramático y grotesco entre uno que ya no puede y otros que insisten en que quiera. Porque cuando diga de una vez por todas que ya no quiere más, vendrá la madre de todas las batallas: tener que proponerle a la sociedad algo distinto.

 

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