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Por Raúl Dellatorre A poco más de dos meses de lanzada la idea, el gobierno argentino puede considerar ganada la primera batalla: logró instalar la dolarización de las economías latinoamericanas como un eje de debate en el escenario internacional. La respuesta obtenida es, por un lado, un guiño favorable de los organismos financieros internacionales (FMI, BID, Banco Mundial), una mirada desconfiada de parte de las autoridades monetarias de Estados Unidos (Secretaría del Tesoro y Reserva Federal) y un marcado rechazo de parte de sus pares latinoamericanos (Brasil, México, Chile). Dependerá de cuál haya sido el objetivo concreto (si ganar más simpatía de los organismos internacionales o liderar un movimiento hacia la efectiva dolarización del subcontinente) que la evaluación de la respuesta deba considerarse un éxito o un fracaso. Por otra parte, la opinión del volátil capital financiero mundial todavía no ha sido expresada. Ruth Richardson, la ex ministra de Finanzas de Nueva Zelanda, cuyas ideas merecieron amplia difusión en Argentina cuando defendió los esquemas de flexibilidad laboral in extremis, no tuvo la misma repercusión cuando opinó sobre la dolarización. La ex funcionaria participó una semana atrás en un encuentro organizado por el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, en México D.F., durante el cual calificó de falso que la dolarización sea la varita mágica para lograr una política monetaria confiable. El anclaje de la divisa estadounidense dijo es tanto como reconocer que el país no puede lograr la estabilidad monetaria con sus propias políticas, y requiere importar la credibilidad, según lo recogido por el matutino mexicano El Financiero. El economista argentino Aldo Abram, de la consultora Exante, se pronunció en un informe difundido este último viernes con un criterio coincidente, aunque considerando que de hecho la Argentina ya aceptó, al adoptar la Convertibilidad, que la gente no confiaba en la capacidad de su propia dirigencia para manejar la política monetaria. De esta forma, la Convertibilidad logró dolarizarnos sin tener que pagar el costo político de aceptar lo anterior y de vender la soberanía nacional eliminando la unidad de cuenta doméstica, manifiesta Abram en su trabajo. Se lamenta, sin embargo, de que el país no haya logrado convencer a todo el mundo de que, en realidad, la moneda nacional argentina no existe y que lo que tenemos en el bolsillo son dólares disfrazados, un vale que el ex ministro Domingo Cavallo dio el 1º de abril de 1991, que representaba un dólar que nos guardaba en el Banco Central. Ante esta carencia de confianza, Abram sostiene que la dolarización es irreversible. Los efectos sobre la economía real de adoptar la moneda estadounidense como circulante constituyen otro capítulo del debate. Steffen Kern, estratega de Deutsche Bank Research, consideró más viable que los países de América latina establezcan la unificación monetaria entre ellos, en lugar de pensar en adherir al dólar de Estados Unidos. Es más viable establecer criterios de convergencia entre esas economías emergentes que tratar de homologar sus variables con las de Estados Unidos, precisó. Con una dolarización como la lanzada al ruedo por la Argentina, dijo, se generarían diferencias estructurales y cíclicas entre la alta industrialización de Estados Unidos y el desarrollo de los mercados emergentes de América latina, aspectos que generarían tensiones considerables en la economía real de esas naciones. Recordó que, con excepción de México, los países de la región no tienen enlaces comerciales tan fuertes con Estados Unidos, lo que otorgaría poco estímulo para alentar el crecimiento económico por la simple adhesión al dólar. En México rige un sistema de flotación sucia, de la mano de la cual el país logró recuperar el sendero de crecimiento tras la crisis del Tequila, sobre la base de un fuerte impulso dado por el saldo favorable de subalanza comercial. La propuesta de dolarizar desató un debate caliente, en el cual curiosamente coinciden las opiniones del oficialismo (PRI) y el principal partido de oposición (PRD). Rodolfo Becerril Straffon, el titular priista de la Comisión de Hacienda del Senado, expresó que con la dolarización de la economía mexicana los ingresos de los trabajadores necesariamente se verían afectados, porque mientras que el salario mínimo se traduciría en unos 60 dólares, los precios tenderían a equipararse a los de Estados Unidos. En términos prácticos, la dolarización implicaría sacrificar salarios y encarecer aún más la vida nacional, remarcó. Saúl Escobar Toledo, economista del PRD, ex diputado nacional y actual funcionario del gobierno municipal de México D.F., fue más explícito aún al serle requerida su opinión sobre la dolarización por Página/12. A mí me parece una locura, francamente. Es muy difícil aceptar una cosa así, porque significaría caer directamente bajo la dependencia directa de las autoridades monetarias del Tesoro de los Estados Unidos y de su gobierno. A mí me parece inaceptable. Admitió que hay un atractivo en esa propuesta para ciertos sectores empresariales, porque piensan que dejaríamos atrás la inestabilidad. Pero me parece una visión muy torpe, muy miope, porque por un lado ni se resolverían los problemas monetarios, ni éstos pueden ser el centro de una política económica. Es como creer que el estornudo es el problema central de una pulmonía. Y en cambio, los costos serían muy altos, porque los intereses de EE.UU. no pueden ser nunca los de América latina, de la Argentina o de México, no solamente por un problema de soberanía nacional evidente, sino también porque las sociedades son muy distintas. Y a eso nos llevaría la dolarización, es decir, a que la política monetaria se decidiera en EE.UU., con los criterios y los intereses de una sociedad como la norteamericana, y sin tomar en cuenta las particularidades de una sociedad como la mexicana o la argentina.
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