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Por Alejandra Dandan Mariana pensó en su psi. Volvió la vista al tarotista. Imaginó el diván y a su analista cuando pocos días después le hiciera evocar las conjuras del tarot: ¡Un papelón!, dijo. Pero cedió. Después de todo era el modo de completar su paseo por Plaza Francia. Alrededor, los tarotistas reclamaban ocuparse de su destino. Ellos están ahí, todos los días entre las calles de la plaza. Invadieron el predio hace un año. Sólo en Plaza Francia hay alrededor de cuarenta cada fin de semana. Pero no es la única: el negocio del tarot se expandió a Parque Centenario, Barrancas de Belgrano y otras plazas populares. Desde una tabla vocean ofertas de tarot egipcio, marsellés, gitano, las runas o el I Ching. En la urbe más psicoanalizada del mundo consiguieron capturar el raciocinio de jueces, abogados, psicólogos y psiquiatras que ahora son sus mejores clientes. Mariana enfrentó a la tarotista gozando como ante un buen chiste. Escuchó irónica por un rato pero su Occidente tan mentado por la universidad flaqueó. Cuando empezó a hablar de situaciones que realmente estaba viviendo, empecé a escucharla. Terminó, volvió a pensar en el diván y dijo: Bue, creer o reventar. Regresó a la plaza, esta vez con testigos: sentó a una amiga dos meses después ante la misma mujer: Le repitió cada una de las cosas que me había dicho a mí cuando fui la primera vez. Pero los tarotistas sobreviven a pesar de estas refutaciones. En el 92, el único tarotista de la plaza, Miguel Angel Tokkosian, ni siquiera tenía tabla. Era él y un paño. Ahora, aunque trabajan todos los días, los fines de semana el zoológico de la Francia los convoca de a decenas. La mayoría pasa un tiempo mirando cómo se hace, piensa en el negocio, viene con su tablita y se pone un cartel de tarotista, dice Miguel Angel, que se autodefine como el más veterano. En su maletín, hay celular y recortes de periódicos gastados que el hombre insiste en exhibir cada vez como documento de antigüedad. Al comienzo tenía sólo aquel paño que resistía embates de los artesanos. Hoy cuenta con territorio propio, marcado incluso con pintura asfáltica. Es que tenemos permisos precarios, y si yo dejo de venir un solo día viene otro tarotista y me ocupa el lugar. Por eso, una noche esperó el alba y sigiloso sacó su tarrito de pintura amarilla y trazó los límites del territorio frente al restaurante Dalí. En este caso no hubo videncias agoreras o malos presagios para apresurar la pintada, pero sí experimentación pragmática de cómo se hace para sobrevivirles a las brujerías vecinas. Sus buenos colegas del tarot, dice el hombre, habían echado la gotita en la cerradura de su auto y desactivado, varias veces, el sistema eléctrico. Por eso ahora el camino desde Palermo su casa a Recoleta lo hace en taxi. Para Miguel Angel todo se mide en términos de conjuras sectarias o brujerías, por eso prefiere, incluso para tomarse el taxi, acudir a la parada del Buenos Aires Design. Acá cada uno tiene su territorio, hasta los chorros que suelen estar por allá abajo, bromea. A pocos metros del cuadrado de asfalto privado, Caty sonríe frente a su puesto. Bien bronceada, cuenta de su temporada en Punta del Este y Cancún y también, de cómo se ocupa de conocer ese mundo que a los jóvenes sentados a su mesa les trae tantas complicaciones. Ahora cuando fui a Punta me metí en el Coyote para tratar de entender mejor a los chicos y saber cómo es su entorno. Me gusta estar aggiornada porque me prepara mejor, dice. No habla de numerología, ni de los 22 arcanos mayores de simbología escasa nombrados por Miguel Angel. Caty prefiere pedir credencial a quien se presenta como periodista y tomar, al parecer, lecciones terapéuticas para arreglárselas con sus conflictivos clientes. Caty atiende los días de semana. A metros de allí también Carmen repite la jornada de trabajo a diario. Trabajamos más tranquilos dice la mujer de gorro ladeado en la semana porque no hay tanta gente. Suelen ser clientes de los restaurantes paquetes de la zona y turistas el público de semana. Pero también los clientes fieles a cada tarotista se atienden por las noches. Como en un psicoanálisis, ellos hablan de pacientes que ritualizan la consulta a los astros cada semana. Carmen se acuerda de ese ingeniero, un muchacho muy vinculado dice intrigante a la Capital: No puedo dar el nombre porque hace diques y tiene obras muy importantes. El hombre quiso saber la factibilidad de una obra. Carmen vio en el mazo del porvenir a tres personas, sólo dos conocidas del ingeniero. La mejor apuesta laboral vendría de la desconocida. Absorto por el carisma de la señora, el ingeniero regresa ahora cada tanto aunque no con la frecuencia de otro, el Rey Mago. En la galería de Dalí la mención del mítico Rey es bien recordada: El primer día que vino por él hice 300 pesos. El Rey quedó impresionado por su consulta a Miguel Angel, se paró cerca y gritó: Por favor, vengan, el hombre dice la verdad, yo le pago la consulta, hágalo. La locura provocó ganancias interesantes para el tarotista que ahora cuenta con dinero seguro cada vez que el Rey concurre a la plaza. El sendero del tarot se inicia frente a La Biela. Hay allí tres puestos que combaten con luces religiosas la atracción de turistas. La actividad fuerte empieza después de las nueve. Por treinta o veinte dólares los puesteros ofrecen verborrágicos vaticinios del destino. Esto es muy largo de explicar se excusa una, si lo hago gasto demasiada energía y la necesito para la gente. En los bares cercanos es la hora del último bocado y la posibilidad de pique seguro necesita de la tarotista atenta. Para sobrevivir a la oferta pueden escucharse en la plaza consejos para diferenciar truchos de verdaderos tarotistas. Si no te hablan del pasado, no les creas, aconseja uno y repite: Seguro que no van a querer que les preguntes demasiado. Carmen dice leer los diarios por eso descubrió que algo falló hace cuatro años cuando tuvo una visualización de Ramón Ortega: Palito todavía estaba en Miami y no había sido gobernador. Yo lo vi como presidente ... pero ahora menea la cabeza está muy enredado. De todos modos hubo quien de paso por allí quiso reunirla con Carlos Menem. Fue Pino, un italiano al parecer de fortuna, empresario y vinculado con el poder. Creyó emocionado en las palabras de la mujer y ofreció un encuentro inmediato con el Presidente. Carmen dice que no fue pero envió una misiva: Digale que como papá debe ocuparse del atentado a su hijo. Pero la fortuna y los aciertos son limitados, sobre todo en temas de juegos: La ansiedad por ganar te agrede las visualizaciones, argumenta ahora Juan Carlos. Y Carmen lo probó. Durante una época imponía sus manos regordetas en los escaparates de comercios de juego. Como tenía visualizaciones confiesa yo sentía cuáles eran las raspaditas que tenían premio y las que no. De poco le valía el recurso: Pero cuando las iba a buscar tenía un peso o dos de premio, nunca sacaba más. Al final gastaba más energía de lo que ganaba.
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