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empataron sus partidos y desperdiciaron la chance de quedar solos en la punta
River no pudo más

Arrancó como para sacarle todo el jugo al partido, terminó exprimiendo sus propias reservas, y se conformó con el puntito.

bernardo romeo cabecea de pique al suelo y termina en la red un gran contraataque: 1 a 1 .

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Por Ariel Greco

t.gif (862 bytes) Este plantel está integrado por muchachos muy inteligentes. En esta semana hicimos un trabajo táctico bárbaro y acá están los resultados.” Tras el 3-0 al Once Caldas, Ramón Díaz mostró su agrande por el rendimiento de su equipo y el envión le duró para repetir la fórmula ante San Lorenzo. Sin embargo, a medida que corrían los minutos, Ramón bajó su apuesta y terminó muy lejos de aquel esquema. Los tres delanteros iniciales derivaron en la soledad del juvenil Saviola para los últimos minutos. La línea de tres defensores del comienzo mutó por una de tres volantes de contención, bien apuntalada por una tradicional zaga de cuatro. Y el arrollador arranque de River se transformó en una tibia espera basada en la lucha, con un enamoramiento cada vez más notorio por el empate. Nada reprochable desde las estadísticas: un punto en una cancha ajena y difícil, la punta compartida con Boca, un rival directo en el camino y un obstáculo menos para la trajinada semana que debe afrontar el plantel.
Los primeros quince minutos de River fueron inmejorables. Con la movilidad de Berti delante de los volantes y la inteligencia de Sorín para ocupar cada espacio vacío, sin olvidarse de cuidar su espalda, el equipo de Ramón Díaz manejó el trámite a su antojo. Pero San Lorenzo contestaba ante cada ataque, con lo que el partido se tornó emocionante. Goles, llegadas claras de ambos lados, tránsito rápido por la mitad del campo y actuaciones individuales destacables. Hasta que Fernando Galetto se afirmó en el medio y la pelota pasó más tiempo por los pies de Gorosito. Con eso, San Lorenzo emparejó y en una eventual definición por puntos hubiese sacado ventajas. Además, Romeo jugó un gran primer tiempo, por lo que los de Ruggeri dejaron una mejor impresión.
El planteo de Ramón Díaz ya empezaba a tener fisuras. Sorín, golpeado, ya no podía cubrir la trepada de Coudet y Hernán Díaz perdía con Romeo. Adelante, Cristian Castillo y Rambert jugaban de lo mismo, por lo que era evidente que uno no iba a volver. Incomprensiblemente, el que se quedó fue Rambert. Más allá de la displicencia del ex Colón y de su poco discernimiento para elegir la mejor opción, lo suyo había sido muy superior a lo de su compañero.
En el segundo tiempo, el desarrollo cambió sustancialmente. La lucha empezó a prevalecer sobre el juego, y de a poco le ganó definitivamente la pulseada. Ya no hubo situaciones de riesgo, por lo que el nivel decayó. Sólo quedaba la emoción por el resultado incierto.
San Lorenzo buscaba el triunfo, aunque ya Romeo se había apagado, Gorosito no pesaba y sólo el criterio y la elegancia de Galetto permanecían inalterable como en la primera parte. Lo de River era bastante pálido. Con la obligación de justificar la negativa de entregar a Saviola a la selección juvenil, Ramón, obstinado, lo mantuvo hasta el final. Sin compañía, el pibe se debatía entre los centrales rivales, obligado a un desgaste innecesario y, peor aún, sin posibilidades de demostrar sus cualidades. Díaz le quiere sacar jugo, pero terminó exprimiéndolo.

 

Lamolina se despidió y dejó una tarjetita
Por Juan Sasturain

Mientras bajaban las desnudas escaleras interiores que se enroscan en picada desde la zona más exclusiva de la platea de San Lorenzo, un par de hinchas reclamaban: “Ahora habría que ir pedirle que devuelva la plaqueta...” El taxista, cuarto de hora después, coincidía: “No sé para qué le dieron todas esas boludeces, si al final nos cagó igual”. Los juicios eran recurrentes: todos opinaban –final, casi póstumamente– sobre Francisco Lamolina. Lo notable, o no, es que a diferencia de los plateístas, el taxista era de River. Los quejosos y diversos individuos que se expresaban así no diferían en su juicio con la partida multitud: alternativamente, porque no se permitieron coincidir en el coro sino en el regocijo ante la derrota parcial de Boca, ambas cabeceras habían llenado el aire con un poderoso “Lamolina botóóón, Lamolina botóóón...” En algunas transmisiones radiales calificaron su actuación no sólo de la última sino también de la peor de todas. En fin... Sin duda que Francisco Lamolina no podrá decir, como dijo alguna vez Perón al irse del balcón de Plaza de Mayo: “Llevo en mis oídos la más hermosa música...” Y sin embargo hay algo de profunda injusticia en esa mezcla de prejuicio y equívoca vox populi, vox dei.
Lamolina se preparó especialmente para la despedida que fue, en realidad, vivida como una última función. Eligió a Taibi y Celano para que lo acompañaran en ese momento y tuvo de salida los regalos habituales en estos casos de retiro y culminación de carrera: toda esa ferretería que los hinchas le hubieran pedido que devolviera. Antes de empezar los jugadores no estuvieron efusivos: se lo vio al pibe Romeo arrimarse a saludarlo; tal vez a alguno más. Al final, Berizzo le dio su camiseta.
Lo cierto es que Lamolina no quiso que la circunstancia de su retiro pasara inadvertida y lo logró. Incluso, como en un recital, cambió de indumentaria para la segunda parte del show –volvió a lo clásico del negro con vivos blancos–, se armó una rutina que comenzó “eligiendo” el mismo partido con que había empezado su carrera y terminó con el gesto estudiado y simbólico de entregar en mano la última tarjeta amarilla de su carrera. Se la regaló después de mostrársela al Coco Ameli después de los cuarenta del segundo tiempo. Tan así fue, tan pendiente estaba de ese final que era más suyo que del partido en sí o de los jugadores, que aunque estaba en el filo de la hora no lo siguió después de un foul muy probablemente porque debía amonestar a uno de River y ya no tenía tarjeta... La terminó ahí.
Hay algo de paradójico en el puteado destino de Lamolina. Como en el de Castrilli, otro receptor de unánimes insultos. Aunque parezcan –y sean, ciertamente– exponentes de dos maneras opuestas de entender el arbitraje, los ha unido, en perspectiva, una misma intención (excesiva en ambos) de salvar el juego y lo mejor del espectáculo. Castrilli, soberbio “esclavo del reglamento”, encarna la incorruptibilidad en un medio corrupto, pero también la “mano dura” que todo argentino con enano fascista incluido requiere de la autoridad. Lamolina, débil pecador y uno más en la cancha, por sobre todo otro juicio, apostó a la persuasión, al calor y a la apelación personal: fue amiguero y dialoguista, más moderno e incluso “de izquierda” en otro contexto menos erizado de sospechas.
De cualquier modo (ayer alternó buenas y malas), como Castrilli, debió luchar contra nuestros deshonestos jugadores y nunca fue botón. No es poco.


Boca jugó de menos

Sin el Mellizo Guillermo, sólo con Riquelme  en función creativa, y desenchufado Palermo, el equipo no encontró intérpretes para ganar.

riquelme saca el derechazo que superará la estirada de noce: es el empate definitivo.

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Por Carlos Stroker

No era un domingo para dejar pasar. Boca sabía que debía hacer valer su fútbol para despegarse de aquellos equipos que lo siguen. También se perdió la oportunidad de separarse de River. Se notó en Boca la falta de belleza que pretende su entrenador Carlos Bianchi y quedó al desnudo que mantener un buen nivel de juego debe modificar algunos puntos de su esquema. Tiene como bendición la presencia de Juan Román Riquelme y la certeza de que en el próximo partido regresará Guillermo Barros Schelotto. Para los hinchas, tener a los dos es una fortuna; para los otros, resulta un castigo. Sin esos jugadores, Boca pierde presencia, carece de ingenio y muestra la ausencia de los mejores intérpretes del fútbol actual. Ayer, Boca chocó ante un rival mezquino, que optó por levantar un muro para evitar sorpresas y que eligió el egoísmo para llevarse lo que se llevó, un punto.
Boca fue más que su rival. Por voluntad, por intención, por insistencia. Desde los primeros minutos del encuentro se vio lo que sería el desarrollo del partido. Boca apostaba a la salida constante de su lateral derecho, pero también al pelotazo frontal a Palermo. Sólo la habilidad de Riquelme y la presión de Serna en la mitad del campo de juego iban a mostrar la diferencia del resto. No era para menos. El creador buscó incesantemente los espacios para manejar el balón y para tratar de habilitar a sus compañeros, mientras que el colombiano se cansó de recuperar la pelota y como lo hace casi siempre se le entregaba a uno de sus compañeros. Pero no era suficiente para romper la muralla levantada por Griguol. Gimnasia hacía su juego, rompía en la mitad del campo y apostaba al contragolpe.
Fue de esa manera que llegó la apertura del marcador. Yllana –uno de los que sustentan a este equipo– robó en la mitad de la cancha, abrió hacia Troglio y fue a buscar el centro. La recibió y de zurda gritó el único gol de su equipo. Si hasta ese momento Griguol se preocupaba porque sus muchachos cuidaran el punto, mucho más lo hizo con los tres. Le duró bastante. Pero la perseverancia, aun con errores, dio sus resultados. No podía llegar de otra manera, sino mediante una obra de Riquelme. Se notaba en el campo de Liniers que Palermo no iba a llegar a ser noticia como goleador. Se veía que los centros no podían superar la defensa de Gimnasia y que la única manera de vencer a Noce iba a ser con un zapatazo justo. La muralla levantada por Griguol sólo dejó una pequeña puerta abierta, y Riquelme la advirtió. Le pegó desde afuera y festejó.
Boca tenía el empate en su bolsillo, pero así como Riquelme mostró su fútbol, el resto del equipo no acompañó lo suficiente para hacer algo más que eso. Con la conquista de Riquelme llegó al premio a la insistencia y el castigo a la avaricia. Luego de la igualdad, ya no había mucho por hacer. O, mejor dicho, Gimnasia era puro conformismo y Boca ya no chocaba contra esa pared, sino también ante las propias falencias. Así se fue la tarde en Vélez, con un Boca que dejó en claro que necesita de sus mejores intérpretes para tocar la sinfonía de la belleza y con un Gimnasia que deberá decidirse a mirar hacia adelante si desea escalar en la tabla. Boca sigue primero. Con poco, parece que le alcanza.

 

Faltaron los dos mejores
Por Diego Bonadeo

Gimnasia tiene que encontrar su equilibrio” fue una de las paparruchadas más notorias que pudieron oírse minutos antes del comienzo de Boca-Gimnasia. Es que el equipo platense llegó a la cancha de Vélez con la faltriquera llena de incertidumbres, que ciertamente poco tiene que ver con el tan remanido “equilibrio”, eufemismo demasiado habitual, que disfraza mensajes timoratos y menesterosos.
Este Boca que gana siempre, golea casi siempre y gusta bastante, y sin goles en contra hasta ayer, tenía como rival a uno de los más goleadores y, al mismo tiempo, uno de los más goleados, con dos partidos jugados como local –0-5 contra Unión y 7-5 contra los jujeños– que antes que desequilibrios, parecen demostrar una vez más que, videos, pizarrones e informática aparte, el fútbol sigue siendo afortunadamente impredecible.
Sin Palermo una semana atrás y sin el Mellizo Guillermo ayer, Boca llegaba sólido y fortalecido a la cuarta fecha. Pero los buscadores de equilibrio, apólogos de lo predecible, probablemente hayan sido tan sacudidos como los hinchas locales cuando, con el gol de Yllana, Boca se fue al descanso perdiendo. En términos de lo “esperable”, del resultado y, otra vez del “equilibrio”, las cosas empezaron de nuevo a encauzarse hacia la normalidad cuando Riquelme empató definitivamente, y Boca conservó el invicto y la punta, habida cuenta del empate de River con San Lorenzo en el codificado una hora más tarde.
Con Diego Cagna (en un momento especialmente feliz) ausente, además de la baja del Mellizo Guillermo, Boca pareció sufrir cierta orfandad creativa, que en general hacía que Riquelme, semipermanentemente cuestionado por los utilitaristas que descreen de la destreza, buscara los socios que no estaban.
Y entonces se puede debatir –lo que de vez en cuando no estaría del todo mal si se hace desde la buena leche y la ecuanimidad–, cuánto hace falta Guillermo Barros Schelotto en Boca, respecto de la falta que le hace a Gimnasia y Esgrima de La Plata el chiquilín Messera, ausente ayer.
Es un poco la historia reciente de los que no están. Por lesiones, por los juveniles o por lo que fuere. Es lo de Huracán con Montenegro y Sixto Peralta y lo de River reteniendo a Saviola. ¿Cuánto es más (o menos) el Mellizo para Boca –tema de otro análisis en la siguiente página de Líbero– que Messera para Gimnasia?
A primera lectura el debate vale por enriquecedor, pero si la discusión es entre paladares negros, seguramente habrá coincidencia en las conclusiones. Sin Guillermo y sin Messera, dos de los mejores jugadores del fútbol argentino, Boca–Gimnasia será casi inexorablemente un partido devaluado.

 

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