¿La
Unión Industrial Argentina se volvió loca? Atacar al gobierno de Menem, descalificar a
Roque Fernández y pedir la cabeza de Alieto Guadagni no eran desplantes que nadie
esperara de ella, pero tampoco son meros exabruptos de empresarios histéricos porque se
les estrecha el mercado y esfuman las ganancias. De pronto, las bases fabriles reventaron
el auditorio de Catalinas y empuñaron el megáfono con una lluvia de reivindicaciones.
Algunos preguntan por qué no gritaron así
cuatro años atrás, en la depresión que siguió al Tequila, y suponen que la continencia
de entonces fue dictada por el miedo a enfrentarse con Menem y Cavallo cuando ambos
gozaban de todo su poder. Lo de ahora sería la vana bravata de quien tiene enfrente de un
gobierno declinante, con un ministro chirle. Pero esta interpretación psicologista parece
apenas parcial.
Las "reformas estructurales" de
esta década cambiaron el sentido de las patronales. Por algo la fusión de Adeba y ABRA.
Para un banco, ser "nacional" no es más un privilegio sino un estigma. Tampoco
tuvo sentido sostener la separación de camas en la construcción después de que el
Estado casi desapareciera como comitente.
La industria, por su lado, vio cómo algunos
capitanes exitosos se expandían internacionalmente, mientras otros se iban mudando al
sector servicios, muchas veces a través de las privatizaciones, única manera de sacarle
el jugo al mercado interno con poca o ninguna competencia. Los grandes y medianos
industriales de otrora fueron sustituidos por los gerentes locales de las multinacionales
que les compraron el negocio.
El tradicional atractivo del poder en la UIA
se diluyó. Se vaciaron las cúpulas habituadas a valerse de la chapa para negociar sus
intereses particulares con los gobernantes del momento. Ni las transnacionales necesitan
disfrazarse de nada para sus ejercicios de lobbying, ni el programa neoliberal justifica
estar día y noche caminando pasillos oficiales.
Entre el éxodo o el desinterés de los hoy
poderosos, la Unión Industrial quedó a merced de sus bases, que reivindican su
periférico carácter de pymes en una entidad que solía desdeñarlas. Esta revolución,
que quizás entusiasme a algunos, también puede querer decir que la UIA actual ya no
representa para el Gobierno un grupo de presión con el que sea preciso negociar.
Como demostró accidentalmente el apagón de
Edesur, otros son los que tienen políticamente agarrado del pescuezo al poder
gubernamental. Los pequeños industriales se acordaron muy tarde de alborotar. Ocho años
de convertibilidad los han diezmado. |