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OPINION
La Bastilla de Catalinas
Por Julio Nudler

¿La Unión Industrial Argentina se volvió loca? Atacar al gobierno de Menem, descalificar a Roque Fernández y pedir la cabeza de Alieto Guadagni no eran desplantes que nadie esperara de ella, pero tampoco son meros exabruptos de empresarios histéricos porque se les estrecha el mercado y esfuman las ganancias. De pronto, las bases fabriles reventaron el auditorio de Catalinas y empuñaron el megáfono con una lluvia de reivindicaciones.

Algunos preguntan por qué no gritaron así cuatro años atrás, en la depresión que siguió al Tequila, y suponen que la continencia de entonces fue dictada por el miedo a enfrentarse con Menem y Cavallo cuando ambos gozaban de todo su poder. Lo de ahora sería la vana bravata de quien tiene enfrente de un gobierno declinante, con un ministro chirle. Pero esta interpretación psicologista parece apenas parcial.

Las "reformas estructurales" de esta década cambiaron el sentido de las patronales. Por algo la fusión de Adeba y ABRA. Para un banco, ser "nacional" no es más un privilegio sino un estigma. Tampoco tuvo sentido sostener la separación de camas en la construcción después de que el Estado casi desapareciera como comitente.

La industria, por su lado, vio cómo algunos capitanes exitosos se expandían internacionalmente, mientras otros se iban mudando al sector servicios, muchas veces a través de las privatizaciones, única manera de sacarle el jugo al mercado interno con poca o ninguna competencia. Los grandes y medianos industriales de otrora fueron sustituidos por los gerentes locales de las multinacionales que les compraron el negocio.

El tradicional atractivo del poder en la UIA se diluyó. Se vaciaron las cúpulas habituadas a valerse de la chapa para negociar sus intereses particulares con los gobernantes del momento. Ni las transnacionales necesitan disfrazarse de nada para sus ejercicios de lobbying, ni el programa neoliberal justifica estar día y noche caminando pasillos oficiales.

Entre el éxodo o el desinterés de los hoy poderosos, la Unión Industrial quedó a merced de sus bases, que reivindican su periférico carácter de pymes en una entidad que solía desdeñarlas. Esta revolución, que quizás entusiasme a algunos, también puede querer decir que la UIA actual ya no representa para el Gobierno un grupo de presión con el que sea preciso negociar.

Como demostró accidentalmente el apagón de Edesur, otros son los que tienen políticamente agarrado del pescuezo al poder gubernamental. Los pequeños industriales se acordaron muy tarde de alborotar. Ocho años de convertibilidad los han diezmado.

 

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