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Por H.C. Una trombosis cerebral agravada en las últimas semanas por una neumonía terminó ayer con la vida de Eva Franco, que dedicó 87 de sus 92 años a la actuación, convirtiéndose en una de las figuras más significativas del teatro argentino. La actriz falleció en un hospital de Mar del Plata, ciudad donde se había radicado en la década del 70. Su carrera, que alcanzó su esplendor en los años 40 y 50, acredita variados matices, que incluyen actuaciones en cine y en televisión. Pero su gran pasión fue el teatro. Samuel Eichelbaum le dedicó Pájaro de barro (A Eva, se lee en el libro), y no fue ésta la única obra ni el único autor que le entregó obras para que las estrenara. Pájaro... subió a escena el 3 de julio de 1940 en el Astral por la Compañía Argentina de Comedias Eva Franco, y la dirigió Eichelbaum. La obra se repuso en el 69, dirigida por Armando Discépolo, y también con Eva, pero ya en el rol de señora, lejos de la chinita Felipa del 40, cuando la acompañó su hermana Herminia Franco, en un papel menor. Eva interpretó obras de autores noveles y clásicos hasta sumar un repertorio de doscientas piezas, nacionales, y sobre todo clásicos españoles. En 1994, cuando recibió el premio ACE a la mejor actriz de reparto en drama por su papel de la vieja pícara Martiniana en Barranca abajo no resistió la tentación de rendir homenaje al maestro y director Antonio Cunill Cabanellas y recordar el halago que le dedicó Federico García Lorca: Tú también tienes ángel. Sobre el poeta que la dirigió en un clásico español, dijo entonces: Era un muchacho alegre. La actriz tuvo el tiempo y la experiencia suficientes para reencontrarse con sus propios personajes y encarnarlos desde otras perspectivas y otros roles. Fue en su juventud la gurisa tísica de Barranca abajo, y la ña Martiniana del uruguayo Florencio Sánchez, por ejemplo, personaje que estrenó la madrina de Eva, Herminia Mancini, en 1905 en la compañía de Pablo Podestá, donde José Franco encarnó al torturado Don Zoilo. Como éste, otros cruces y confluencias tuvieron para la actriz carácter de rescate. Le gustaba recordar que a los cuatro años jugaba al teatro en lugar de la rayuela, preparándose sin saberlo para ser después cabeza de compañía, apoyada por su padre, el empresario y actor José Franco, unido a los Podestá. Fue justamente en el circo de esta familia de actores donde Eva recibió su bautismo. Era una beba que dormitaba en su cuna cuando estalló un incendio. Rescatada, fue entonces que Pepe Podestá le dijo a su padre: Tu hija ha sido bendecida por el fuego sagrado del teatro. Desde niña aprendió a vocalizar, preparándose para diferentes repertorios, sainetes, zarzuelas. Debutó a los cinco años en una pieza de Carlos Mauricio Pacheco, y siendo muy niña actuó en la compañía de Vittone-Pomar y la de su padre, Arata-Simari-Franco. En Eva los recuerdos estaban siempre a flor de piel, y era un placer escucharla. Una palabra apenas le despertaba un mundo de imágenes. En sus últimas entrevistas se la vio lúcida e inquisidora, hablando con impresionante claridad entre gestos tiernos y observaciones sagaces de una infancia a la que ninguna otra imagen lograba superponerse. Solía decir que el teatro era su vida. Tuvo dos hijos, nietos, y vivía plácidamente en Mar del Plata. Conoció a Carlos Gardel y a Eva Perón. No se casó con un artista. Para ella el artista o el empresario metido en el mundo del espectáculo era sinónimo de hombre asediado, y no quería estar cuidando a su marido, como cuidó a su padre (contaba que también Evita se acercó a él). Respecto de los propios pretendientes se mostró siempre pudorosa, sin embargo deslizó el nombre del socialista Alfredo Palacios: fue a pedir su mano, pero José Franco lo rechazó. Era muy mayor para su hija, y además un consumado picaflor. Participó de la vida intelectual y artística de su época, y si bien conoció al detalle la producción de los autores nacionales y la de los clásicos, tuvo sus preferidos, como Alejandro Casona y su obra Los árboles mueren de pie, que recitó en un homenaje que se le hizo junto a María Rosa Gallo, en el Cervantes, las dos por los cincuenta años de teatro. Perteneció a la época en que actuar era casi como respirar: los ensayos comenzaban a las dos de la tarde y las funciones generalmente tres en el día, a las cuatro. De allí su frase: El camarín es como una pieza de la propia casa. Trabajó en cine, incluso en una película muda de 1916, inhallable, La cieguita de la avenida Alvear, y en televisión hizo el primer libreto de Nené Cascallar, Privado y confidencial, grabado en el Palais de Glace. Su última participación fue en Misteriosa Buenos Aires, dirigida por Barney Finn. Una trayectoria de vitalidad que Eva, de aspecto menudo y calibrada voz, seguía renovando con poesías y textos de clásicos españoles recitados en algún escenario de Mar del Plata o de Buenos Aires. La suya fue una vida en continuo cantábile. Recibirá sepultura hoy en el cementerio Los Robles, de Mar del Plata.
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