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Literatura y globalización, ejes de un nuevo debate

El 4º Encuentro Nacional de narradores realizado en Villa Gesell, se caracterizó por controvertidos cruces de opiniones políticas.

Angélica Gorodischer fue una de las participantes del encuentro.
Alertó sobre las profecías erradas de la modernización más furiosa.

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Por Juan Ignacio Boido desde Villa Gesell

t.gif (862 bytes) El tema del 4º Encuentro Nacional de Narradores de Villa Gesell carecía por completo de ese encanto que puede llegar a desatar batallas campales en las mesas redondas de escritores: Literatura y Globalización. ¿Qué puede decir un escritor sobre el mundo globalizado? Es más: ¿qué es exactamente el mundo globalizado? Y ése fue el foco de las primeras ponencias: definir de algún modo qué es la globalización, aunque los coordinadores de las mesas organizadas para el sábado y para ayer trataran de volver, una y otra vez y sin demasiado éxito, sobre la pregunta: ¿Cómo escribir en argentino? Pero, quizá porque la primera ponencia vació el cargador sobre la globalización, lo que parecía un tema casi inhóspito terminó siendo el centro de una escalada que duró dos días y cuatro mesas, y en la que se empezó y terminó hablando casi exclusivamente de política.
Y el primero en hablar fue Eduardo Belgrano Rawson: “Hay gente que cree que tener una computadora es estar globalizado. Tenemos los mismos McDonald’s que hay en el resto del mundo, y un chico que camina por Italia puede comprar lo mismo que acá: La novena revelación, las Spice Girls y el libro de Soros. Si eso es globalización, yo me voy. Porque la globalización, a diferencia de la guerra, es excluyente. No es, como dice Rushdie, una cuestión de por qué en Irán pueden o no usar zapatillas Nike, sino algo mucho más profundo: a los franceses les aniquilaron el cine y no saben qué hacer. Acá, nuestros presidentes y generales le dicen a los norteamericanos americanos. Que ellos se llamen así, bueno, que se llamen como quieran, pero que nosotros les digamos así es una barbaridad. Hoy cualquier chico te cuenta la historia de Pocahontas, pero no sabe que en Tierra del Fuego vivió Fuegia”.
Angélica Gorodischer decidió alertar sobre las profecías erradas de la modernización más furiosa: “El otro día leí un ensayo inglés escrito en 1904 que explicaba muy claramente cómo, por culpa de los cambios tecnológicos, había muerto la novela. ¿Cuántas veces se ha dicho que murió la pintura de caballete? Pero no. Yo hoy leo novelas que se paran al lado de novelas escritas en el año mil. Y las dos son la novela”. Para Vicente Battista la globalización no es ninguna novedad. Porque antes, dijo, la globalización era de izquierda y se llamaba internacionalismo: “Cuando yo gritaba ‘¡Proletarios del mundo uníos!’, en realidad llamaba a una globalización proletaria. La globalización existió siempre”. Según Juan Forn, último en hablar en la segunda mesa del sábado, la globalización tampoco es ninguna novedad, pero además por motivos literarios: “Para los escritores, el mundo global no es nada nuevo. Basta pensar en autores de ciencia ficción como Philip Dick, que en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (sobre la que se adaptó Blade Runner) imaginaba un mundo sin solidaridad. Eso hoy ya no tiene nada de fantástico ni de futurista. Por eso lo que tenemos que tratar de hacer los escritores es registrar esos anacronismos de una época, como hizo Dick en su momento”.
Si hasta entonces casi todos los diagnósticos coincidían en condenar la globalización, el domingo, la mesa compartida por María Esther de Miguel, Eduardo Blaustein, Alan Pauls, Guillermo Saccomanno y José Pablo Feinmann despertó una serie de argumentaciones políticas a ese rechazo. Blaustein habló pestes de los escritores encerrados en sus propios universos, categoría en la incluyó a todos sus cogeneracionales. E insistió en la responsabilidad moral que el escritor argentino tiene con “el mundo de los morochos”, justo antes de volver a la pregunta: ¿cómo se escribe en argentino?, para promover un debate sobre el Proyecto Asís de defender al castellano del satanismo del inglés. “Cuando voy en el tren me pregunto qué siente el morocho ante la mirada carapálida?” Lo que hasta entonces parecía el primer estallido de una batalla campal se vio suspendido cuando Pauls dijo que el debate le interesaba si se ponía el foco sobre esosmomentos en los que “dejamos de sollozar por el sometimiento de una lógica capitalista implacable” para presenciar cuando esa lógica falla: “Cuando cae la Bolsa de Tokio y eso hace estragos en la Groenlandia, algo que trae consecuencias en Buenos Aires. Pero lo que más me preocupa no es que veamos las mismas películas, leamos los mismos libros y comamos las mismas hamburguesas, sino que todos tendamos a pensar lo mismo sobre esos bienes culturales. Eso es lo terrible: la globalización es una máquina para producir consenso”.
Entonces habló Feinmann. “Ya no existe el deseo de construir un país. La generación del 37 –Echeverría con ‘El Matadero’, Sarmiento con el Facundo–creían en la literatura como una de las formas para construir la Argentina. Hoy no tenemos nada por delante. Ni el talento literario ni la fuerza de un Sarmiento para derrotar a un Rosas”, dijo, despertando al público, que por primera vez empezó a interrumpir y discutir fervientemente los argumentos de la mesa. Media hora después, sin que se hubiera disipado ese aire de No hay futuro, ni callado los que seguían discutiendo entre ellos en la sala de conferencias, Saccomanno intentó reivindicar el placer contagioso de la literatura: “Cuando un amigo mío está leyendo Anna Karenina y despierta a la mujer a las tres de la mañana porque se murió Anna, es fascinante. Esto es lo que puede hacer la literatura: quitarnos el sueño. Y no es poco”.

 

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