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EL DEBATE SOBRE LOS INSTITUTOS
PORTEÑOS DE SALUD MENTAL
No hay manicomios en la ciudad
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Mientras la Legislatura se
apresta a discutir la nueva ley de salud mental, se enciende la discusión sobre los
grandes centros de internación. Los manicomios ya no existen, sostienen
algunos funcionarios. Existen, y son lugares de secuestro de personas,
sostienen otros profesionales. |
La
Constitución de la Ciudad de Buenos Aires manda desinstitucionalizar y
erradicar el castigo.
En Italia, desde 1978, las internaciones en hospitales psiquiátricos están
prohibidas por ley. |
Por Pedro Lipcovich
Casas de medio camino; talleres protegidos; comunidades terapéuticas; hospitales de
día: son las formas de atención alternativas a los grandes hospitales
neuropsiquiátricos que solicita la Ley Básica de Salud de la Ciudad de Buenos Aires,
aprobada el mes pasado. En ese marco la Legislatura debe dictar la nueva ley de salud
mental, ateniéndose al mandato constitucional de erradicar el castigo y
lograr la desinstitucionalización. El problema va más allá del debate
psiquiátrico, ya que el manicomio es un lugar de violación de derechos
fundamentales, según un investigador. En el debate se plantean dos líneas
básicas: los manicomios no existen y la atención que se brinda es correcta, sostienen
funcionarios oficiales; los manicomios existen y la atención debe reformarse, sostienen
profesionales e investigadores. Pero éstos, a la vez, señalan los riesgos de una falsa
reforma que consistiera en cerrar los neuropsiquiátricos, para reducir gastos y
aprovechar el valor de los terrenos, sin desarrollar nuevas modalidades de atención y
favoreciendo a los manicomios privados.
La progresiva eliminación de los hospitales neuropsiquiátricos sujeta a su
planificada sustitución por redes de tratamiento ambulatorio y salas de internación
breve en hospitales generales se concretó ya en distintos lugares del mundo. La
experiencia más célebre es la de Italia, país que en 1978 suprimió por ley toda nueva
internación en los neuropsiquiátricos, que así poco a poco fueron despoblándose.
Precisamente uno de los conductores de la desmanicomialización italiana, el psiquiatra
Franco Rotelli, estuvo el año pasado en Buenos Aires, invitado por el Gobierno de la
Ciudad, y observó que la desmanicomialización suscita resistencia en quienes
trabajan en los neuropsiquiátricos, y debe inscribirse en un plan de salud mental que les
garantice no perder su empleo. En la Argentina, la provincia de Río Negro ya llevó
a cabo su desmanicomialización (ver nota aparte).
Consultado por este diario, el director de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires,
Roberto Lo Valvo, afirmó que no tenemos manicomios sino instituciones
psiquiátricas: el viejo manicomio no existe más en la Argentina. Nuestros hospitales
psiquiátricos son de puertas abiertas, sólo tienen la seguridad lógica y razonable como
cualquier hospital. Decir que en Buenos Aires existen manicomios es desconocer la
transformación que con mucho esfuerzo encaran los que trabajan en esos hospitales para
mejorar la calidad de la atención. En síntesis, creemos que no se puede
prescindir del hospital psiquiátrico.
¿Y la desinstitucionalización? Bueno, vale para cualquier rama de la medicina:
nadie debe estar internado más tiempo del necesario en una institución hospitalaria; se
trata de que el paciente psiquiátrico que requiere internación por un episodio agudo no
quede allí de por vida, dijo Lo Valvo.
En cuanto a la red de servicios y de protección social que pide la
Constitución, Lo Valvo remitió a otra área del Gobierno de la Ciudad, la Secretaría de
Promoción Social: Hay gente que sale de la internación psiquiátrica y va a
hogares que dependen de esa secretaría, que atiende a los discapacitados, los chicos de
la calle, los sin techo, explicó el director de Salud Mental.
Muy expresivos fueron los términos que utilizó Néstor Marchand, director del Hospital
Braulio Moyano: Desinstitucionalización es una palabra rebuscada pero no tiene
sentido: la metieron en la Constitución esta manga de hijos de puta, son unos boludos
atómicos, afirmó. ¡Cuánta gente se hubiera salvado si la hubiesen
internado!, sostuvo el doctor Marchand, y ejemplificó: Cuando uno tiene una
idea suicida en la cabeza, no hay medicación antidepresiva ni psicoanálisis ni terapia
que se la cure: lo único es el electroshock.
Distinta es la posición del Foro de Instituciones de Profesionales en Salud Mental de la
Ciudad de Buenos Aires reúne a 27 entidades, entreellas la Asociación de Psicólogos, la
Asociación Psicoanalítica Argentina, la Asociación Sistémica de Buenos Aires, la
Sociedad de Psicodrama y de Terapia Familiar, las asociaciones de Musicoterapeutas y de
Psicopedagogos y la Asociación de Psiquiatras Argentinos. Según destacó Miguel Angel
Tollo, coordinador del Foro, no hay que confundir desmanicomialización con el
cierre indiscriminado de las instituciones públicas. En Estados Unidos, el plan de
salud mental de Ronald Reagan simplemente dejó a los internos en la calle, porque
no se ocupó primero de su reinserción social ni de que esa gente tuviera un lugar donde
vivir. El Foro no acuerda con la privatización ni el achicamiento del hospital público
ni con el corte de los recursos para salud.
Por otra parte, en la Argentina hay manicomios privados denunció Tollo:
son clínicas, con contratos con obras sociales, donde se encierra a la gente sin recaudos
terapéuticos. ¿Acordaría Tollo con cortar la internación de personas en
hospitales neuropsiquiátricos, lo cual conduciría a su progresiva supresión? Sí,
pero a condición de que el Estado no abandone su función social y ponga en marcha
estrategias como casas de medio camino, hospitales de día, todo eso que se viene
declamando desde hace mucho pero no se implementa, porque hay intereses que prefieren
conservar todo reunido en el mismo lugar, respondió Tollo.
El investigador Hugo Vezzetti, autor de La locura en la Argentina, afirmó que
reducir la desinstitucionalización al mero propósito de acortar los tiempos de
internación equivale a decir que no hay que transformar nada: desde el comienzo mismo de
los manicomios se sostuvo que la internación no debía prolongarse más que lo
necesario. Para Vezzetti, está bien usar la palabra manicomio,
que destaca la existencia de un espacio particularmente grave de marginación y
segregación. Es un problema que excede el debate técnico psiquiátrico o
psicoterapéutico porque constituye un lugar de violación de derechos
fundamentales.
El camino, según Vezzetti, es una transformación que culmine con el cierre de los
manicomios, reemplazados por formas de asistencia más eficaces, igualmente públicas y
provistas por el Estado. El propio secretario de Salud de la Ciudad (Héctor Lombardo)
admitió que gran parte de los internados no reciben ningún tipo de asistencia, lo cual
es reconocer de hecho una institución de secuestro de personas que no cumple funciones
terapéuticas.
Dos lucas, hotel de lujo
Por P.L.
Mantener a un paciente del Hospital Borda cuesta 1500 a 2000 pesos por mes:
proponemos que la mitad de esa suma se dedique a vivienda y alimentos fuera del manicomio,
o subsidio a la familia para sostener al paciente externado, y la otra mitad en la
atención ambulatoria: centros de salud mental, hospitales generales, casas de medio
camino: así lo sostiene el Frente de Artistas del Borda en su propuesta para
desmanicomializar.
Defendemos el hospital público pero no la estructura manicomial como sistema de
control, exclusión social, maltrato físico y psíquico, exclusión, dice el Frente
en un comunicado que entiende la desmanicomialización, no como expulsión a la
calle de los pacientes ni el cierre del edificio hospital. La entidad postula
equipos interdisciplinarios para atender y ubicar en la comunidad a cada paciente.
Esta nueva estructura implicaría una redistribución de los puestos de trabajo ya
existentes. |
Encierro, golpes y
sobremedicación
Por P.L.
Como parte de la reforma psiquiátrica, habría que juzgar a la gente que hizo
atrocidades en los hospitales psiquiátricos opinó Andrés Mouratian, director de
Radio Babel, que trasmite desde el Borda: muchos directores han hecho experimentos
terribles en nombre de la salud. No juzgarlos equivaldría al error terrible de haber
perdonado a los militares que torturaron, lo cual convirtió en cómplice a toda la
sociedad. Los testimonios de los pacientes no sirven legalmente como pruebas, pero hay que
recabar evidencias para establecer quiénes maltrataron, encerraron, golpearon,
sobremedicaron. Y, si algún día se cierran los hospitales, habría que dejar un servicio
en pie, a la manera de museo del holocausto.
Alfredo Olivera, director de Radio La Colifata también del Borda, señaló
que uno de los factores que sostienen la existencia de instituciones de tipo asilar
es la idea de peligrosidad del loco, entendido como un ser inevitablemente
insensato. Para Olivera, la caída del manicomio se ligaría con un cambio en
la mirada del hombre común sobre la locura. Observó también que muchos
internos, con el alta médica, no tienen ningún punto de apoyo afuera. La radio obra para
muchos como lugar de sostén afectivo y actividad organizadora de la semana, una especie
de institución intermedia, pero es claro que no puede dar casa ni trabajo. |
HUGO COHEN, CONDUCTOR DE LA
DESMANICOMIALIZACION EN RIO NEGRO
Aprender a soportar la incertidumbre
Por P.L.
Lo primero es
aceptar que puede haber una solución distinta a la de los manicomios; mucha gente
todavía cree que son la única respuesta: así empezó su diálogo con Página/12
Hugo Cohen, quien conduce el plan que desde 1988 logró cerrar los hospitales
psiquiátricos en Río Negro, no sin antes poner a punto una red asistencial capaz de
hacer cosas mucho más dignas. Cohen contó a este diario en qué invertirá
el subsidio con el que la Organización Mundial de la Salud distinguió a su provincia, y
expuso ideas y experiencias para tomar en cuenta a la hora de pensar la reforma
psiquiátrica en la Argentina.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) creó el año pasado la iniciativa
Nations for Mental Health: uno de los dos primeros programas que decidió
financiar es el de desmanicomialización en la provincia argentina de Río Negro: Se
trata de la capacitación de usuarios (ex internados), familiares y operadores de salud
mental a fin de desarrollar empresas sociales. En Viedma, un grupo de ex
usuarias puso una empresa de venta de comidas: rescataron lo que sabían antes de sufrir
la crisis, y se autonomizaron. Ya tenemos otros emprendimientos, y el que proyectamos
incluirá a un economista: hay que entrar en las reglas del mercado, con capacidad para
competir, explica Cohen, director de salud mental de la provincia.
En las empresas sociales, los usuarios del sistema de salud mental no trabajan solos:
Participan familiares o incluso enfermeras de salud mental a quienes también les
interesa ganar algo más de dinero. El principio es la heterogeneidad: cuanto más
contactos haya, más salud mental se genera. El resultado es que las personas se sienten
bien y sus crisis se van espaciando.
Eso en cuanto al trabajo. ¿Y la vivienda? Para los que tienen ya cierto grado de
autonomía pero no cuentan con familia o recursos, hemos alquilado departamentos donde
conviven de dos a cuatro usuarios. Previamente se evalúa quiénes podrían convivir, y
nuestros operadores en salud mental hacen visitas periódicas, además de que ellos mismos
se ayudan entre sí.
Otro recurso son las casas de medio camino: Hay personas que sufren una crisis, no
pueden ser contenidas en su domicilio y necesitan un lugar donde pasar unos días: este
lugar puede ser el hospital general, pero muchas veces es mejor una casa en un barrio, con
unas pocas habitaciones y personal entrenado, que les permita transitar la crisis en
condiciones de cotidianidad. La recuperación es mejor y más breve. Al mismo
tiempo, se trabaja con la familia del usuario para que sepa recibirlo: El apoyo a la
familia es esencial en la desmanicomialización.
Cohen subraya que estas formas de atención son sofisticadas a la vez que
económicas: es que el promedio que se gasta por paciente en los hospitales psiquiátricos
de todo el país está entre 800 y 1200 dólares, y con eso se pueden hacer cosas mucho
más dignas que un hospital psiquiátrico. Es lógico el temor de que con el cierre del
manicomio quede gente sin trabajo, pero nuestra experiencia es que los recursos humanos
casi se triplicaron desde el comienzo de la transformación en Río Negro. ¿Podría
adaptarse a estas nuevas modalidades el personal de salud habituado a las prácticas
manicomiales? Están las que atan o encierran porque es su propia forma de actuar en
la vida: de ésos no voy a hablar. Pero están los que lo hacen porque no conocen otra
cosa y porque el que trabaja en un hospital psiquiátrico resulta tan alienado como los
pacientes, más allá de su capacidad o idoneidad. Del mismo modo, cuando una madre pide
un hospital psiquiátrico para su hijo no es porque sea una mala madre:
seguramente pide lo que aprendió a pedir. Se trata de mostrarles, a ese enfermero o a esa
madre, que hay otros caminos para la persona que sufre, y esto sólo se construye con la
práctica concreta.
Esto implica un tiempo durante el cual se transitará con un montante de
incertidumbre previene Cohen y mucha gente tendrá derecho a reclamar lo
viejo, porque todavía no se le habrá demostrado que lo nuevo es mejor.Es que se trata de
una transformación cultural y, cuando se concreta, es sin retorno.
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