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OPINION
La piedra fundamental
Por Marta Dillon

Sobre la costanera norte, frente al río en donde encontraron su destino final decenas de miles de personas, hay una piedra lisa, vacía. La llamaron fundamental, pero lo fundamental ha sido silenciado. Esa piedra es la promesa de un monumento para recordar a las víctimas del terrorismo de Estado, pero no fue posible para la comisión que lo organiza ponerse de acuerdo sobre qué es lo que se quiere recordar. Sobre la piedra lisa quedó la ausencia.
La memoria no es un acto inocente. Es un recorte que cada uno hace para construir, con esos retazos, la cobija que abriga nuestra identidad. Podemos recordar a las víctimas sólo porque están muertas, porque fueron asesinadas impunemente, porque nos señalan un destino al que casi todos decimos Nunca más. Pero eso no alcanza. Quienes contamos a nuestros seres queridos entre los caídos necesitamos la historia completa. El método de las desapariciones no fue casual. Se borró a los cuerpos, se abortó su historia, el terror de la incertidumbre obligó a quemar sus rastros, ni siquiera la ausencia y el duelo merecían un lugar, porque no sabíamos qué había pasado. Ponerle una imagen a ese agujero negro que dejaron las desapariciones fue y es un trabajo diario, costoso. Lo primero fue reconstruir los últimos pasos. Los vuelos de la muerte, las salas de tortura, los campos de concentración. En esos relatos no hay contradicciones, no hay temor en denunciar la tortura, nadie tiene dudas cuando una mueca de espanto sigue a la descripción de los crímenes de lesa humanidad. Pero la memoria de los desaparecidos también los necesita vivos. Recordarlos sirve para rescatarlos de esa noche eterna en la que habitan los detalles de su muerte y devolverles su lugar entre nosotros, los sobrevivientes. Eran hombres y mujeres, madres, padres, hijos, esposas y esposos, profesionales, artesanos, obreros. Eran algo más que el futuro objeto de la tortura, eran sujetos responsables de un cambio que ellos creyeron posible. Tenían una utopía y por ese sueño colectivo dieron la vida aunque desde el escepticismo del presente creamos que se podrían haber ahorrado tantos cuerpos. La placa que falta, en esa piedra que intenta fundar un recuerdo permanente que atraviese las generaciones, omite hablar de sus luchas, del sentido de sus vidas y de sus muertes. En ese malentendido entre políticos y organismos de Derechos Humanos que hizo naufragar la frase que hundida en la herida de la tierra recordaría a las víctimas en “reivindicación de sus ideales y sus luchas”, hay una lógica. ¿Cómo conciliar en la conciencia de esos políticos haber negociado la impunidad y levantar un monumento en reivindicación de las luchas de los 70? Es imposible, la impunidad necesita de la teoría de los dos demonios para enjuagar sus culpas. Necesita de una falsa simetría que apile cadáveres de uno y otro lado para abonar un camino que se supone hacia adelante, sin más culpables que un poder extraterrestre –demoníaco– que permita recordar a las víctimas sólo por eso, porque están muertas. La impunidad no sólo ofende a la vida liberando a los asesinos, dándoles incluso la posibilidad de pasearse orondos por ese paseo público que recordará a las víctimas que ellos mataron. Además silencia la voz de los caídos, los hace desaparecer de nuevo y escribe la historia de los que ganan. Sin embargo hay otra historia y es la que escribe la gente en cada lugar de trabajo, en las facultades, las fábricas, los sindicatos y los paseos públicos donde la gente ha homenajeando a los desaparecidos, con nombre y apellido, mencionando con orgullo sus luchas, ejerciendo la memoria que pone la piedra basal de eso que se repite cada vez que se nombra a los caídos: presente.

 

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