FOTOS DE GUERRA Por Rodrigo Fresán |
Dos fotos el mismo día en el mismo diario y, otra vez, la certeza de que las fotos --volver a ver a esas fotos de las últimas Navidades, la feliz familia unida y todo eso-- suelen ser animales mentirosos. La primera foto es una foto del bon-vivant y corresponsal de guerra Robert Capa. La foto es famosa --como casi todas las fotos de Robert Capa-- y se llama Milicianos en el monte de Sollube, cercados por los nacionales. 7 de mayo y fue tomada durante una guerra titulada Guerra Civil Española. En la foto se ve a un hombre joven sin nombre y desconsolado apoyado contra un árbol contemplando el cuerpo de un camarada muerto o herido sobre una camilla, los dos a punto de ser alcanzados por las fuerzas enemigas. La foto fue reproducida por el diario El País con motivo de una retrospectiva de Capa en Madrid, lo que provocó una carta de lectores de un tal Felipe Francés, desde ahora el ex joven anónimo en la foto de Capa. Felipe Francés contó que, en realidad, estaba durmiendo luego de darse un paseíllo para recoger setas por lo que en realidad eran los bosques de El Escorial --donde nunca se escuchó un tiro-- y lo del hombre caído en la camilla, bueno, "no me acuerdo para nada pero se me ocurre que deberían ser los de la Cruz Roja haciendo prácticas por ahí. De Capa nunca supe nada hasta ahora cuando mi hijo me mostró la foto en el periódico. Ya lo dije: había un silencio monacal en esos bosques, estaba dormido". Así que, seguro, el despierto Capa pasó por ahí e hizo ¡click! y no es la primera vez que se pone en tela de juicio su método. Miliciano caído --su foto más famosa-- no hace mucho fue acusada de tramoya. Una cosa es cierta: Robert Capa --como el cronista Ernie Pyle, aquel otro sensibilizador y humanizador de la guerra que inspirara al Ernie Pike de Oesterheld y Pratt-- murió sin darse cuenta víctima de uno de los últimos latidos de la Segunda Guerra Mundial. Su jeep pisó una mina, creo. Y es que el que a guerra mata --o vive; y nada más riesgoso que vivir de la guerra-- a guerra muere. Con la guerra no se jode y, de acuerdo, puede que haya pocas cosas más fotogénicas que la guerra, pero la cuestión está en que a la guerra no le gusta que le saquen fotos o la vean de lejos. La otra foto no es una foto famosa --no la sacó un fotógrafo famoso, pertenece a la agencia Reuters-- pero ya va a serlo y responde al nombre paradojal de Primera derrota del Invisible. El Invisible es un avión-fantasma F-117 --hasta ahora supuestamente inmune a la acción de los radares y, por supuesto, difícil de ser fotografiado-- que cuesta 45 millones de dólares y acaba de ser derribado de los cielos de Yugoslavia. En la foto, una exuberantes y eufóricas matronas serbias bailan lo que parecen ser sentidas danzas folklóricas sobre lo que parece ser los restos de un ala negra. Es una buena foto. Cabe preguntarse, dentro de unos años, si alguna de esas hembras rotundas no dará un paso al frente para afirmar que "no entiendo, estábamos festejando en el bautismo del pequeño Kolya y Kemar, que estaba borracho, empezó a molestar con su cámara y...". Seguro. Sólo queda esperar. Después de todo, en la esencia de la fotografía se esconde, siempre, la elegancia de una excelente falsificación: toda fotografía es, después de todo, una forma de pretender detener con gesto divino y fuera de lugar lo que no se detiene y --si se lo piensa un poco-- aberrante solidificación de un segundo de nada. Y, se sabe --lo sabe ahora un ex miliciano llamado Felipe Francés, lo va a saber cualquier día de éstos un ama de casa que quizá se llame Anya Mitravika y que nunca vio un avión, cualquier avión, o algo por el estilo-- todo lo sólido se desvanece en el aire.
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