OPINION
Contra la guerra
Por Rossana Rossanda * |
Nadie
podía creer que detrás del ataque de la OTAN contra Yugoslavia hubiera fines
humanitarios. Quienes lo decidieron sabían muy bien que multiplicarían la violencia en
Kosovo y agregarían una carga de destrucción y muerte.
Nadie podía creer que los bombardeos inducirían al presidente yugoslavo Slobodan
Milosevic a aceptar aquello que no aceptó en las mesas de negociaciones de Rambouillet y
de París. A aceptar la presencia de la OTAN como garante y fuerza de control en el
territorio de Kosovo.
Nadie podía creer que los bombardeos habrían dejado aislado a un líder nacionalista en
un país nacionalista: era previsible que la oposición finalmente se pondría a su favor,
disfuminando así la imagen de Milosevic como represor que por otra parte sabemos
que es bien verdadera.
Solo los incompetentes podían pensar que el ataque aéreo sometería a Serbia, y que no
sería necesaria pronto una fase con tropas de tierra. Kissinger, que de esto sabe,
escribe que se trata de una locura. Y todos saben que los primeros en cargar con el peso
no serán las tropas norteamericanas, porque la vida de los boys es la única sagrada.
Serán los soldados de los países europeos, que fueron los primeros en soplar sobre el
fuego y ahora tienen miedo de quemarse los dedos.
Ahora todos esperan que Rusia saque las castañas del fuego. Después de los ataques de
hoy no será fácil. Pero tampoco una derrota serbia, sea como sea que llegue, hará que
el caldero de los Balcanes sea menos hirviente o peligroso. El ataque hirió un territorio
ya herido, desde la caída de Tito, por conflictos étnicos y políticos. Un incendio
sobre el que Europa arrojó nafta desaprensivamente, si es que no fue deliberadamente.
Los que dicen que se agotaron todas las vías de paz para restituir la autonomía a Kosovo
son ingenuos. Parecen olvidar que fue Occidente el que en Yugoslavia no alimentó la
democracia sino el secesionismo. Y también el que armó al Ejército de Liberación de
Kosovo (ELK), poniendo armas y argumentos en manos de Milosevic. Esta ingenuidad es la que
continúa empañando los análisis sobre las ruinas de la Europa del Este posterior a
1989. Italia podía y debía no unirse a la ofensiva. La adhesión reduce nuestra
fisonomía e identidad y mostró, en la primera prueba, qué idea tienen los que gobiernan
de la Europa de hoy y de mañana.
* Publicado en Il Manifesto. |
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