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Por Luciano Monteagudo La proyección especial para invitados de Tren de vida, del franco-rumano Radu Mihaileanu, y el arribo de los realizadores Barry Gifford, Whit Stillman y Gaspar Noé, entre un centenar de visitas de todo el mundo, marcará hoy el inicio de Buenos Aires-Festival de Cine Independiente, que durante diez días promete tomar a la ciudad por asalto. Más de 150 films, entre cortos y largos, ocuparán cinco de las salas del shopping Abasto, además de la Lugones, el Cosmos, el Cineplex Lavalle, el Savoy de Belgrano y el remozado Lorange. La movida, que incluye talleres de realización con los daneses del Dogma, un foro sobre distribución y exhibición con gente del Sundance Institute (aún no está confirmada la llegada de Robert Redford) y reportajes públicos con algunos de los principales cineastas invitados, además de una plataforma de lanzamiento para el nuevo cine argentino, es mucho más grande y ambiciosa de lo que la misma Secretaría de Cultura del gobierno de la ciudad había previsto en un comienzo. El mítico realizador Francis Ford Coppola y su hija Sofía, que presenta un corto, llegarán mañana, según informaron anoche los organizadores. El volumen que tomó el Festival implica riesgos concretos de organización, como le sucedió al Festival de Mar del Plata, que desde 1996 viene siendo víctima de su propio gigantismo. Pero si hay algo que los responsables de la muestra porteña quieren evitar son las comparaciones con el coto privado de Julio Mahárbiz. En la presentación oficial del Festival de Buenos Aires, la semana pasada, el secretario de Cultura de la ciudad, Darío Lopérfido, puso especial énfasis en destacar la austeridad con la que había sido concebido el encuentro y aseguró que del presupuesto de su área la muestra erogará, en dinero contante y sonante, 300 mil pesos. Se sabe que un festival de la magnitud como la que cobró el de Buenos Aires no puede llevarse a cabo solamente con esta cifra, pero tanto Lopérfido como Ricardo Manetti y Andrés Di Tella (director general y director artístico respectivamente) señalaron que el festival es posible no sólo gracias el apoyo de una media docena de empresas auspiciantes algo que Mar del Plata nunca pudo conseguir sino también por la propia estructura de la Secretaría de Cultura, que puso todos sus recursos humanos a disposición del festival. De hecho, no será el único que organice el Gobierno de la Ciudad durante este año marcado a fuego por la campaña electoral. Entre el 9 y el 26 de septiembre se llevará a cabo la segunda edición del Festival Internacional de Teatro, que será otra de las grandes manifestaciones que desde la jefatura de gobierno porteño han dado en llamar Buenos Aires 2000. La muestra teatral sobrevivió a su primera edición y ahora le toca al festival de cine demostrar que puede proyectarse en el tiempo, al margen del resultado de las urnas. Esta es una prueba por la que debe pasar también Mar del Plata, estigmatizado por la figura de Mahárbiz, que tiene sumido al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales en su crisis más profunda. Lo que sin duda llegó para quedarse es la notable renovación de la cartelera de cine en Buenos Aires. En este sentido, esta primera edición del festival porteño, con el acento puesto en el cine hecho al margen de Hollywood, no hace sino confirmar una tendencia que tuvo su primera revelación el año pasado con el sorpresivo éxito de público de El sabor de la cereza. Sin otra publicidad que el apoyo de la crítica y la recomendación boca a boca, el film de Abbas Kiarostami llegó a reunir, a partir de un tímido estreno en una sola sala, casi 150 mil espectadores. El circuito de distribución y exhibición comprobó así, de facto, algo que hasta entonces (y a pesar de las multitudes que desafiaban las condiciones más adversas en Mar del Plata para ver los films más complejos) queefectivamente hay un importante sector de público dispuesto a ver algo más que lo que ofrecen las grandes superproducciones de Hollywood. La prueba más rotunda es que muchos de los títulos que van a pasar ahora por la muestra porteña La manzana, de Samira Makhmalbaf, Solo contra todos, de Gaspar Noé, Love is the Devil, de John Maybury, por citar apenas tres que integran la competencia de largos ya tienen distribución asegurada en el país. Y hasta hay más de un comprador incluso interesado por los derechos de otro de los films de la sección en concurso, Beshkempir/El hijo adoptivo, una opera prima proveniente de un país al que ni siquiera es fácil ubicar en el mapa, como Kirguizistán. En este sentido, se diría que, en materia de cine, todo el año Buenos Aires será una fiesta. Casi como un desafío personal al festival porteño, Nicolás Sarquís, programador de Contracampo de Mar del Plata, estrena hoy en el Atlas Recoleta (ver página 28) la película iraní El padre, uno de los mayores éxitos de su sección, inaugurando así un audaz plan de lanzamientos, que incluye casi toda la obra previa de Kiarostami anterior a la Cereza, además de cuatro films de dos extraordinarios directores rusos, Alexandr Sokurov y Sharunas Bartas. Por su parte, el cine Lorange, recién reacondicionado, reabrirá sus puertas para el festival y, una vez terminada la muestra, su primer estreno comercial será (el jueves 15 de abril) nada menos que En presencia de un clown, la última realización de Ingmar Bergman, a los que le seguirán títulos de Alain Resnais (Conozco la canción), Theo Angelopoulos (La eternidad y un día), Ettore Scola (La cena), los hermanos Paolo y Vittorio Taviani (Tu ridi) y de Mohsen Makhamalbaf (Gabbeh, El silencio), otro gran director iraní, en lo que será un año marcado por el exotismo. ¡Ah! Y como si todo esto fuera poco, el próximo jueves, en medio de la furia del festival (aunque completamente ajeno a él), se estrena Celebrity, el opus más reciente de Woody Allen. Pocas ciudades del mundo tienen una oferta de cine como la que este año va a tener Buenos Aires. Y el festival parece una buena oportunidad para empezar a aprovecharla.
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