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ACERCA DE LAS BRUJAS Y LAS
HISTERICAS, Y DE QUIENES LAS ENVIARON AL INFIERNO
Iniciadoras en el erotismo y en el saber
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Historia y análisis del desafío
que fue sostenido primero por las brujas esas histéricas, y después por las
histéricas, esas mujeres que no existen pero que las hay, las hay. La cara sin maquillar de Marie Falconetti en la película La
pasión de Juana de Arco, de Carl Dreyer.
En manos del doctor o del demonio debe entregarse al tormento del
torturador. |
Por Carlos D. Pérez *
Es moneda corriente que a
fines del siglo XIX las histéricas desafiaban el orden de la psiquiatría, incomodando al
médico hasta hacerlo reaccionar con enojo y poca elocuencia, tachándolas de simuladoras.
Esa moneda ya circulaba quinientos años antes cuando se afirmaba que las brujas, con sus
pactos satánicos, ponían en riesgo la paz moral de los cristianos bienpensantes.
No había forma de encasillar el ataque histérico en el canon de los trastornos
neurológicos, el arco que esas mujeres trazaban con su cuerpo era invulnerable a los
ensayos terapéuticos. Las brujas, por su parte, se mofaban del dogma católico y la ley
de gravedad a horcajadas de la escoba, consumando en aquelarres y misas negras una
perversidad que no escatimaba el sacrificio de niños. La escena, reiteradamente contada
por ellas en la sala de tortura de los inquisidores, es ésta: Un lugar apartado, quizá
un bosque, de noche. Con el cuerpo untado y montadas sobre bastones o escobas, los
lúbricos mangos también engrasados, llegan las sacerdotisas de Satán; otras cabalgan
animales o se presentan con forma bestial. Los debutantes en el aquelarre deben, antes que
nada, abjurar de Cristo y entregarse al Demonio, quien preside la ceremonia con el aspecto
monstruoso de hombre-animal, a veces con algo de macho cabrío akerra, en
vasco. Luego de que le sea besado ritualmente el culo, comienza el banquete, la
danza lasciva, el desenfreno orgiástico. Al volver a casa, de madrugada, hombres y
mujeres llevan consigo los ungüentos del mal, logrados sobre la base de grasa de niños
sacrificados, de ser posible cristianos.
En una Europa habitada por tres millones de habitantes, luego de que la Iglesia incautara
los bienes de varios millones entre los siglos XV y XVII, quinientas mil mujeres fueron
quemadas en la hoguera, una vez agotada la persecución de leprosos y judíos. Tamaño
lente de aumento y distorsión colocado sobre la mujer ha de valernos de algo, además de
la conciencia funesta de los estragos a los que condujo una moral obcecada en el ideal
inmaculado, virginal, de la gran madre.
A propósito del tratamiento de las histéricas, Freud le confía en carta a su amigo
Fliess: No estoy lejos de la idea de que en las perversiones, cuyo negativo es la
histeria, estaríamos frente a un resto de un antiquísimo culto sexual que otrora quizá
fue también religión en el Oriente semítico (Moloch, Astarté). Astarté es uno
de los nombres de Ishtar, diosa de la voluptuosidad que con su cortejo de putas sagradas
reinó hace cinco mil años en Babilonia iniciando al hombre en el erotismo y el saber.
Más adelante, en la misma carta agrega: Sueño entonces con una antiquísima
religión del diablo, cuyo rito se prolonga en secreto, y entiendo la rigurosa terapia de
los jueces de brujas. Freud no duda de que histérica y bruja sean idénticas,
reiteradamente lo afirma. Obviamente, los testimonios de las brujas acerca del pacto
satánico nos han llegado por boca de sus torturadores, necesitados de un demonio suelto
en el mundo, con licencia para los estragos, de modo que justifique impulsar la ley y el
orden celestial que expurgue el pecado erótico, a Dios gracias y desgracias eterno como
sus enemigos, el cuaternario de Trinidad y Virgen.
Hada, sibila, hieródula, hetaira, hechicera, esfinge, maga, pitonisa, adivina, bruja,
histérica, grela, castrada, desalmada o inexistente, cada época o cultura vela en su
insomnio el arcano descubriendo, destacando o directamente inventando la condición que se
atribuye a la mujer. La iniciadora en los caminos del erotismo y el saber, saber encarnado
en una voz verdadera, oracular, conocedora de los secretos de la naturaleza, arrastrada a
la hoguera como bestia satánica, a pesar y contra todo, permanece. No creo en las
brujas, pero que las hay, las hay, solemos decir. El catolicismo fue más
expeditivo: en el Malleus Maleficarum, libro mayor de doctrina acerca de estas mujeres,
escrito en 1486 por dos trastornados dominicos a encargo del papa Inocencio VIII, se
establece que la creencia en la bruja y su pacto satánico con el mal es obligatoria, pues
quien descree comete herejía y es pasible de excomunión. ¿Por qué es necesaria la
bruja? Porque ella sostiene el andamiaje doctrinario, la vacilación ante la mujer
convertida en artículo de doctrina, no menos necesario que entenderla castrada, en falta.
El propio Freud lo advierte: si el sexo de la mujer se nos antoja siniestro, ha de ser
porque nos ilusionamos en que sea la clave del pasadizo por el que al nacer extraviamos la
feliz morada, y abandonados quedamos a la tristeza, a la angustia. El amor es
nostalgia, concluye nuestro padre, él también hijo del amor. No hay dudas,
preferimos teorizar infantilmente que eso es castración, a pesar de que la mujer nos
enrostre que es lugar de goce, donde lejos de faltar algo un sobrante estalla si el hombre
se anima a reconocerse valerosamente en menos, como lo supo Tiresias a costa de la
ceguera.
En su clásico ensayo sobre la pesadilla, Jones advierte que, según fuera sostenido por
Babinski y otros, a la manera de las brujas extorsionadas por la tortura las histéricas
produjeron, para solaz de los psiquiatras formados en la tradición de la Salpetrière,
todos los síntomas que de ellas se esperaba: bulimia, malacia, anorexia nerviosa con
expulsión de cuerpos extraños como agujas, pseudocynesis, temblores generales,
movimientos propios del coito, fenómenos mediúmnicos, narcolepsia, desmayos,
sonambulismo, catalepsia, amnesia, mitomanía, cansancio de vivir, negativismo, doble o
múltiple personalidad, todo según la escena dispuesta por el soberano maestro de
ceremonias. Cada humano es un módico pecador, pero llevado al infierno, a la sala de
mostraciones hospitalaria o al diván si es cruel, en manos del doctor o del demonio debe
entregarse al tormento del torturador, atento cumplidor del designio de Dios, la ciencia o
el imperativo ¡goza y sé fiel a tu deseo!
¿Es la bruja, la histérica, simuladora? Claro que sí. Con su proceder simula dar letra
a un saber que la precisa para consolidar una doctrina. Cuando Freud escribe la famosa
frase: No creo más en mi neurótica, comienza a darse cuenta de que el
despliegue le estaba consagrado. Llega a inferir que no es más, ni menos, que la
expresión de un deseo. ¿Cual? El de hacernos creer que con su escena confirma nuestra
teoría y así dejemos tranquilo su goce.
A propósito de brujas e histéricas, Freud intuye en la neurosis el negativo de la
perversión. Aunque es preciso advertir que esa perversión es un esperanzado anhelo
neurótico, de igual modo que el demonio es un invento apostólico y la bruja poseída por
Satán, la inmerecida esposa del inquisidor. Tortura superyoica, la truculencia sexual
deviene realidad a condición de que creamos en ella, confesando bajo tormento lo que se
espera escuchar. Dicho de modo más conciso: no es una fantasía perversa lo que
desencadena represión neurótica, como tampoco la bruja generó la encarnizada
persecución cristiana sino a la inversa: la caza de brujas diseñó una presa a su
medida. El cielo necesita del infierno para ubicar el erotismo, sinónimo de pecado, en la
dimensión del espanto.
Ni imposible ni truculento, sospecho en el deseo una imposibilidad posibilitante, la
expresión inefable de lo que rebosa, circundando sin abarcar el arcano que adjudicamos a
lo femenino, convirtiendo a la mujer en primera pecadora y encarcelada depositaria. La
pasión refrenada de Séneca, que el Malleus cita con fruición, llega a una cúspide al
apostrofar: Cuando una mujer piensa a solas, piensa el mal.
¡No hay que liberarla, basta no cerrar el candado cada día para luego pretendernos
pigmaleones! Ella goza, sabedora y piadosa de nuestrosdevaneos, a condición de que no la
desesperemos exigiéndole actuar otra escena en el mentido teatro de un espanto de ojos,
orejas y penes.
Quién sabe si con virtud y destreza no seremos capaces, también los hombres, de ganar la
utopía, de pensar el mal, ya que el bien no puede ser erradicado. Al menos uno, el poeta
Arthur Rimbaud lo hizo, y escribió Una temporada en el infierno.
* Psicoanalista y escritor, miembro del Club de Analistas Círculo Freudiano.
A DIECISIETE AÑOS DE LA GUERRA DE LAS
MALVINAS
Veterano, pasajero del tiempo
Por Oscar Luna *
17 años se cumplen
mañana. Otro aniversario, uno más de ese episodio con fragor a gesta y entorno de
cartón pintado como escenografía berreta de película de cuarta. 17 años tenían muchos
de esa generación, para algunos eternamente perdida, siempre inmadura, acorralados por
una realidad que no daba para mirar.
Entre palabras y grietas nos colamos, escuchando los últimos ecos de la multitud de la
plaza, pero la historia nos atrapó ajenos a los juegos de grandes, nos sorprendió una
tarde vestidos de fajina cuerpo a tierra entre los cardos.
Veteranos de acá, veteranos de un día, de un aniversario, veteranos caminantes,
veteranos laburantes, ¿veteranos de qué?
La muerte no se habla, se sufre melancólicamente, la muerte es pensar que el próximo
misil es siempre para uno, es estar solo con el otro, es cruzar miradas de lágrimas, es
ahogarse en la distancia, es aferrarse a los latidos del corazón y es más, es mucho
más. Es volar en pedazos y reconocer la propia ropa en el aire, es buscar una respuesta
donde no existe ninguna pregunta.
Eso parece ser, buscar respuestas donde nunca nadie pudo abrir una pregunta, ser veterano
es como ser un pasajero del tiempo, con un rótulo único, distante, definitivo, porque
nadie quiso ni pudo asumir las responsabilidades de ese acto, donde defendíamos el honor
de la historia sin saber ni siquiera cómo.
En un artículo sobre la guerra y la muerte, Freud señala que la muerte propia no
se puede concebir. Tan pronto como intentamos hacerlo, sobrevivimos como observadores, en
el fondo nadie cree en su propia muerte, o lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente
cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad; por este motivo destacamos el
ocasionamiento contingente de la muerte, el accidente, la contracción de una enfermedad,
la infección, la edad avanzada, y así dejamos traslucir nuestro afán de rebajar la
muerte de necesidad a contingencia. Y agrega: La guerra barre con este
tratamiento convencional de la muerte, pues ésta ya no se deja desmentir, es preciso
creer en ella; los hombres mueren realmente y ya no de individuo a individuo, sino
multitudes de ellos, ya no es una contingencia. Por cierto todavía parece contingente que
un determinado proyectil alcance a uno o a otro, pero al que se salvó quizá lo alcance
un segundo proyectil y la acumulación pone fin a la impresión de lo contingente.
Dejo para otros el análisis sobre las cuestiones geopolíticas que rodearon la guerra de
Malvinas. El sentido de esta nota intenta ser otro, comenzar a correr ciertos velos sobre
esta experiencia negada, desplegar aunque duela el fantasma que todavía hoy retiene a
muchos soldados en aquel frío puesto de combate, reclamando ser mirados,
reclamando que alguien sancione el valor de los actos.
La irrupción de la muerte sella definitivamente la vida; el miedo queda impregnado y
entonces estamos débiles para sobreponernos a la adversidad. Será por eso que los
combatientes se juntan por años entre sí, buscando al otro como referente de la
travesía vivida, acompañando el duelo y abriendo la ilusión de otro tipo de conquistas.
Cuando la guerra y la derrota dejen de ser un tabú, cuando la verdad dé lugar y los
responsables asuman sus cuentas, podremos empezar a dejar de ser hombres errantes, nos
habremos quitado una carga, nos podremos reconciliar con nuestras almas.
* Psicólogo UBA. Veterano de guerra.
POSDATA |
Posgrados. En prevención de
bulimia-anorexia y otros temas en Síntesis. 4326-0055.
Diagnóstico. Diagnóstico diferencial, curso con B. Domb, E.
Fernández, N. Giarcovich, E. Lerner, A. Stepak y M. Meroni en el Servicio de Psicopato
del Hospital Rivadavia, desde el 8 de abril a las 12.30.
Género. Posgrado Psicoanálisis y género de la APBA,
dirigido por Irene Meler. 4334-0750.
Música. Entender de música. Su interés para el
psicoanálisis, en Colegio de Psicólogos de Lomas. Desde el 7 a las 20. 4292-4362.
Comunidad. Salud mental y comunidad para profesionales de la
salud en el Hospital Durand desde el 7. 4861-1121.
Clínica. La clínica entre el testimonio y el concepto por
Hugo Levin en Institución Psicoanalítica de Buenos Aires, el 7 a las 21. 4951-5183.
Alimentarios. Curso de formación en desórdenes alimentarios en
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Angustia. La angustia, panel con Silvia Yankelevich, Juan B.
Stagnaro y Noemí Ribeiz en AEPA, el 7 a las 21.30 en Córdoba 1558. 4862-7985.
Lacaniana. Introducción a la clínica lacaniana, seminario
en la EOL. Responsable: Haydée Rosalen. Jueves de 15 a 16.30 desde el 15. Callao 1033,
5º piso, 4811-2707.
Laboral. Psicopedagogía laboral y sus ámbitos de trabajo,
por S. DAnna y L. Hernández. Asociación de Profesionales en Psicopedagogía.
4375-0771.
Grupo. Curso Grupo y diagnóstico diferencial, en el Hospital
Alvarez, viernes de 8.30 a 10. 4822-4073.
Grupos. Curso introductorio al goce estético en el arte de
coordinar grupos. Dirigido por Hernán Kesselman. 4804-8880.
Psicóticos. Presentación de pacientes psicóticos en Fundación Brizna,
miércoles desde el 7. 4796-4808.
Psicodrama. Taller abierto con Tato Pavlovsky el 10 de 10 a 13.
Inscripción previa, 4866-4242. |
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