Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Los serbios y kosovares que llegan desde el frío

No solamente albano-kosovares sino también serbios huyen de la guerra y algunos de los refugiados llegan hasta París. En esta  crónica, testimonios de dos tipos de exilio con un mismo destino.

Vecinos: “La noche del ataque nuestros vecinos serbios vinieron a decirnos aterrorizados que nos marcháramos, que la policía estaba matando a todos”.

Refugiados de Kosovo en la frontera con Macedonia.
Llegan a 15.000, la mayor cantidad de desplazados en una sola ola.

na18fo01.jpg (18346 bytes)

Por Oscar Guisoni desde París

t.gif (862 bytes) A una semana del inicio del ataque aéreo de la OTAN contra lo que queda de la antigua Yugoslavia, los primeros refugiados de Kosovo y los pocos serbios que han podido dejar el país comienzan a llegar a París. En diálogo con Página/12, protagonistas de las dos partes en conflicto describen el largo camino que han tenido que recorrer para dejar atrás la zona de guerra.
Darko es un montenegrino emigrado a Belgrado en busca de trabajo. Bastaron tres días de ataques ininterrumpidos de la Alianza Atlántica sobre la periferia de la capital para convencerlo de la necesidad de abandonar Serbia. “Como los aeropuertos están todos fuera de servicio, la única opción era irse por tierra”, cuenta. “Llegar hasta Novi Sad en autobús fue una odisea. Los militares usan la autopista del norte que conecta Belgrado con la frontera húngara como pista de aterrizaje de los Mig 29 y a cada rato nos teníamos que desviar por caminos en muy mal estado. Luego vino lo peor: el paso de la frontera. Ahí me encontré a familias enteras desesperadas por huir, y como la burocracia estatal serbia es un caos, los padres no tienen los papeles que les autorizan a llevarse a los menores de 18 años del país. Sin esos papeles, por más que los dos padres estén con ellos, la policía serbia no te deja partir. Mucha gente pega la vuelta. Prefieren morir bajo las bombas antes que dejar a sus hijos.”
Para Loïck, otro montenegrino llegado de Podgorica, la capital, estar en París no es un gran alivio: “Toda mi familia está allá y yo pude venir porque tengo nacionalidad francesa. Lo que no comprendo –continúa cada vez más exaltado– es con qué criterio nos atacan también a nosotros. Nuestro presidente ha sido un opositor a Milosevic desde el principio, en Montenegro hasta tenemos un partido albanés en el gobierno”. Loïck dejó Podgorica “después de que las bombas empezaron a caer cada vez más cerca del centro de la ciudad. Y llego acá y la televisión muestra cómo los misiles de la OTAN destruyen los objetivos militares con ‘precisión absoluta’. Eso es mentira, ¿cómo puede la gente creerse eso? ¿Cómo pueden ser tan soberbios?”
En el restaurante “Erase una vez la Yugoslavia”, el Comité de sostén a los Serbios en Europa se reúne todos los días para seguir la crisis a través de la televisión oficial de Belgrado, que captan por satélite y miran en una pantalla gigante colgada de una de las paredes. Para Dragan Jurik, su portavoz, “son pocos los serbios que han dejado el país. Hay un gran fervor nacionalista. Llegado el caso, improbable, de que la OTAN ataque por tierra, muchos de nosotros estamos dispuestos a regresar al país a hacer la guerra”. Tenemos que explicar que somos argentinos para evitar la mala disposición con que reciben a la prensa occidental.
Si salir de Serbia es complicado, abandonar Kosovo es para los albaneses una cuestión de vida o muerte. Ayudados por los partisanos de la LDK (la Liga Democrática del Kosovo de Ibrahim Rugova), Hafiz y su familia lograron lo que parece un imposible: después de tres días de marcha, llegaron a París luego de haber abandonado su viejo Renault 18 sin matrícula en la frontera entre Montenegro y Bosnia.
Vienen de Pristina, la capital de la provincia, en donde Hafiz era profesor de la Universidad clandestina sostenida por la LDK, como parte de la política emprendida en los últimos años para lograr que les restituyan la autonomía perdida. “Al día siguiente del inicio del ataque comenzaron a llegar a la ciudad los rumores de que los paramilitares serbios estaban arrasando las aldeas, quemando las casas y diciéndole a todo el mundo que había que irse. ‘Váyanse, que les ayude la OTAN’ escribían en las paredes.” “Nosotros vivíamos en un edificio de departamentos y teníamos vecinos serbios con los que manteníamos una excelente relación. La noche del ataque vinieron a decirnos aterrorizados que nos marcháramos, que nadie nos iba a poder proteger, que la policía estaba matando a los profesores de la Universidad y a los militantes políticos de la LDK por todos lados”, cuenta. “Juntamos las pocas cosas que pudimos y el viernes por la mañana nos metimos en la caravana de vehículos que iba en dirección a Montenegro.” “Cuando llegamos a Pec, los militares de la base habían montado un puesto de control en la carretera y estaban sacándoles los papeles a todo el mundo. Era impresionante ver a la gente huir en camiones, a pie, como fuera. Nos desarmaron todo el equipaje y nos quitaron la comida. Después le pusieron una pistola en la cabeza a mi mujer y me pidieron que les diera todo el dinero que teníamos. Gracias a Dios la mayor parte la salvamos porque lo llevaba ella escondido entre su ropa interior. Había gente de los pueblos del norte que contaba cosas atroces. Los paramilitares aprovechaban la noche, según dicen, para que los aliados no puedan obtener fotos por satélite de lo que están haciendo, y entran casa por casa sacando a la gente a la calle a punta de pistola. Después prenden fuego a las casas, para que nadie pueda volverse atrás.” “En la frontera con Montenegro nos quitaron todos los documentos que teníamos y hasta nos arrancaron la matrícula del coche. Es terrible. Ninguno de nosotros tiene un solo documento que diga quiénes somos, es como si en realidad nunca hubiéramos existido. Cuando intenté comunicarme con mis hermanos que se quedaron en Pristina, me di cuenta de que me habían cortado el teléfono celular. Ya no sé si alguna vez volveré a verlos”, relata Hafiz y se interrumpe visiblemente emocionado por el recuerdo.
Una vez en Montenegro, la red de apoyo clandestina de la resistencia albanesa le otorgó los documentos que le permitieron llegar hasta Croacia. “En la frontera con Eslovaquia no nos querían dejar pasar porque no teníamos papeles. Tuvimos que explicar una y mil veces que veníamos de Kosovo.” Al final, con lo que Hafiz llama “una gestión oportuna”, logró los pocos papeles que le sirvieron después para entrar en Italia, donde la policía aduanera se mostró mucho más compasiva. “Si no fuera porque teníamos unos ahorros y no nos lo quitaron, hoy estaríamos en un campo de refugiados”, comenta, y antes de despedirse nos pregunta “¿Qué se sabe de Rugova?”. “Apareció en un reportaje televisivo, sano y salvo, pidiendo que detengan los bombardeos”, le contestamos. “Tiene razón –concluye–, yo no sé a quién le debemos la brillante idea de este ataque. Lo único que han logrado es precipitar a nuestro pueblo a una catástrofe.” Luego se vuelve a meter en los vericuetos por los que tendrán que pasar, seguramente, junto con su mujer y sus dos hijas, para recobrar aunque más no sea una pequeña porción de la identidad “desaparecida”.

 

PRINCIPAL