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GLORIOSA POLICÍA

Por Martín Granovsky

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t.gif (862 bytes) Si usted hizo zapping al principio o al final de "Hora Clave", se perdió algo interesante. O se ahorró una úlcera, depende.

El tema era la policía. Al final, Mariano Grondona ensayó una moraleja: los argentinos no podrán decir que les importa la seguridad mientras no le dediquen dinero. Mientras no exijan que los responsables del dinero lo usen bien. Después leyó las respuestas al televoto. La pregunta era si había que darle más o menos poder. Votaron 32.961 personas. El 23 por ciento dijo que había que quitarle poder a la policía. El 77 por ciento pidió más poder. Grondona dijo hasta el jueves y en el medio quedaron dos horas con policías en actividad, policías retirados, Luis Majul haciendo buenas preguntas a Luis Patti, la abogada María del Carmen Verdú preguntando, también a Patti, si la seguridad se garantiza con dos cables de 220, el comisario Edgardo Mastrandrea pidiendo más sueldo y más exigencia hacia los policías, familiares de las víctimas del gatillo fácil, familiares de policías víctimas del gatillo de un pistolero, una señora que perdió a su hija y, sobre todo, muchas imágenes y algunas opciones demasiado forzadas.

La imagen más poderosa fue la inicial, la que vino después de la presentación de Grondona. Las cámaras mostraban una y otra vez el entierro de los catorce policías bonaerenses muertos este año. Una toma enfocaba a un padre llorando. Otra, los compañeros de un suboficial mientras llevaban el ataúd. Otra más, la bóveda de lo que seguramente era el panteón policial. La música era casi fúnebre, como la que a veces ponen en los noticieros para ilustrar un incendio y agregarle drama al drama. La locutora iba leyendo los nombres de las policías y los policías muertos. Parecía más un homenaje de "Hora Clave" que el disparador de una polémica sobre la seguridad.

En realidad, en un principio fue un homenaje, porque Grondona comparó a los policías muertos con los caídos en Malvinas y ensayó este planteo:

--Estamos como frente a un cambio de imagen. Hasta ahora, la imagen era la de la nota de Noticias antes del asesinato de Cabezas, la "Maldita policía". Era la imagen que llevó a que Arslanian decidiera depurarla, limitarla, quitarle facultades, para llegar a una policía menos fuerte, menos poderosa, menos brava.

Y siguió así la tesis:

--Una segunda imagen, ahora, compite con aquella: pobres policías que mueren como moscas. El policía, de victimario, pasa a asumir la imagen de víctima, de persona que muere por 400 pesos.

Para rematar en esta pregunta:

--¿Debemos seguir conteniendo a la policía, a riesgo de que nos defienda menos?

Si fuera por el televoto, la respuesta es no.

El problema es que resulta absolutamente imposible saber si el televoto representa o no lo que piensa la gente. A diferencia de una buena encuesta de opinión, que se realiza a partir de una muestra, de una miniatura a escala de lo que sería la sociedad entera, el televoto no tiene escala alguna. Llama el que quiere. Opina el que tiene voluntad de hacerlo. Y, a veces, contesta el que se siente imbuido de algún ánimo militante o el que está más enojado y, en este caso, cree que la seguridad se arregla con mano dura, policía brava y gatillo fácil.

El otro problema es que, a menudo, las ultrasimplifaciones no abren el debate social. Más bien sirven para profundizar un estereotipo y grabarlo a fuego.

¿Qué tiene alguien en la cabeza, estos días, cuando quiere contestar si hay que darle más poder a la policía? Lo siguiente: los policías mueren, los chicos roban, los chicos matan, los políticos no endurecen las leyes, así no se puede vivir, los ladrones entran por una puerta y salen por la otra, más policías mueren por culpa de los abogados de derechos humanos. El estereotipo supera siempre otros fragmentos de la realidad, y los anula por excesivamente complejos.

La maldita policía era --es, aún, en muchos sitios-- una combinación de violación de las garantías individuales, corrupción, contactos mafiosos con el narcotráfico y militarismo. Quitarle poder a la maldita policía significaba --significa, porque la reforma policial recién comienza en Buenos Aires y Mendoza, y en otros distritos ni empezó-- desmontar ese Estado dentro del Estado, democratizarlo, profesionalizarlo y romper la utilización del aparato de la policía por parte de políticos en busca de su consolidación territorial. Entonces, sigue siendo útil el objetivo de restarle poder a la maldita policía, o a los viejos, malditos métodos de la policía, limitar las violaciones a los derechos humanos y prohibir la picana como la única forma de defender a los ciudadanos del delito.

También es evidente que eliminar el gatillo fácil no equivale a restarle todavía más poder a las fuerzas de seguridad. Sólo les recorta la facultad de aplicar una pena de muerte que las leyes argentinas no contemplan ni podrían incluir por razones constitucionales. Les impide cometer homicidio, que eso es la muerte innecesaria de una persona a manos de un policía.

La seguridad, como dijo el propio Grondona, debería ser parte de una política de Estado, más allá del conflicto entre los partidos, pero sería absurdo creer que el camino a la solución pasa por instalar dos falsos demonios. De un lado, los familiares de las víctimas del gatillo fácil. Del otro, los familiares de los policías asesinados, que pueden decir, como el padre de una muerta, "esta policía no es maldita, es la gloriosa policía". Ajeno a su propia opción inicial, el mismo Grondona exigió que la sociedad debería preocuparse más en concreto, o sea en energía y presupuesto, de la seguridad y la inseguridad. Pero esto no entraña más poder --tal vez, incluso, menos, y a la vez más control-- sino más equipamiento, más dinero, mejores sueldos, más entrenamiento técnico y teórico, y el blanqueo de los gastos reservados y su transferencia a gastos en seguridad públicos y con posibilidades de escrutinio público.

Más poder, en la Argentina, siempre supuso más poder absoluto. Y de ése ya hubo bastante. Hasta el jueves.

 

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