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Panorama politico
Más Murphy que Maquiavelo
Por Mario Wainfeld

“Es una tremenda verdad y un hecho básico de la historia... que frecuentemente, o mejor generalmente, el resultado final de una acción política guarda una relación absolutamente inadecuada con su sentido original. Eso no autoriza, sin embargo a prescindir de ese sentido.” La frase del sociólogo alemán Max Weber parece calzarle como un guante a lo que ha querido hacer y lo que ha logrado hacer el presidente Carlos Menem frente a la candidatura presidencial del gobernador Eduardo Duhalde. Dedicó un año a armarle (recursos del Estado y del PJ mediante) un candidato alternativo y en definitiva consiguió que Ramón “Palito” Ortega fuera compañero de fórmula de su rival. Gastó otra carta, la de Carlos Reutemann, sin terminar de jugarla. Ahora Duhalde está en la mejor posición relativa desde que perdió las legislativas de 1997 y va camino de ser el candidato a presidente por el peronismo, sin necesidad de elecciones internas. La intención de voto a su favor ha crecido, tanto que las precarias encuestas a siete meses vista sugieren que, detrás, pero está muy cerca de De la Rúa. La hostilidad de Menem y su decisión para enfrentarlo le han permitido compartir con la (¿otra?) oposición un lugar simbólico importante y rentable: el de adversario acérrimo del presidente que termina su mandato, llevando de mochila la mala imagen y el hastío que suelen agobiar las espaldas de quienes han estado mucho en el poder.
Si Menem hubiese planeado una conspiración para beneficiar al gobernador bonaerense en forma encubierta, difícilmente hubiera logrado dejarlo en un sitial mejor. Pero la actual situación del PJ no se explica por teorías conspirativas. Menem no es un Maquiavelo ni un doble agente, lo suyo tiene bastante más que ver con la ley de Murphy, las cosas le vienen fallando, ha cometido errores graves, beneficiando a quien quiso hundir.
Pudo acordar con él o pudo oponerle con buenas chances un candidato. Contaba con la flor y nata de los dirigentes peronistas. No los miembros de su gabinete, piantavotos insignes incapaces de ganar una diputación, sino con los gobernadores o ex gobernadores del PJ. Ninguno de ellos tuvo una química rápida con Duhalde. No les gustó que se mandara solo como “candidato natural” sin dialogar con sus pares. Esa actitud y las efectividades conducentes (léase el Fondo del Conurbano que Duhalde logró para su provincia en detrimento de otros distritos más chicos) lograron que los gobernadores del interior resucitaran todas las dudas y recelos que tradicionalmente los separan y enfrentan con el “centralismo bonaerense”.
El mendocino Arturo Lafalla, el entrerriano Jorge Busti, ni qué decir el santafesino Jorge Obeid esperaron pacientemente un candidato que no fuera Duhalde. Todos ellos estaban bien dispuestos a sumarse a una línea “menemista sin Menem”. Pero Menem no se conformó con armar una línea interna posiblemente ganadora o al menos competitiva a costa de resignarse a lo inevitable y nombrar un delfín.
Es difícil saber si la parquedad del senador Carlos Reutemann es un recurso, un límite o apenas un modo de ser. Lo cierto es que –hace bastante tiempo y a su manera– definió bien cómo iba a tratar Menem a sus eventuales delfines. “No quiero ser un preservativo”, dijo arcaico, pero gráfico, el santafesino. Y para acompañar a Menem había que serlo y muy elástico. Reutemann no lo fue y esta semana anunció su definitivo no va más: es que, parafraseando la consigna del Mayo francés, su realismo lo impulsó a pedir lo imposible. A reclamar al Presidente demasiadas seguridades (recursos económicos, tiempo, una renuncia definitiva). Para colmo de imposibilidades, no estaba dispuesto a creer en sus promesas, lo que generaba una ecuación insalvable.
Es el segundo candidato potable que la obstinación del Presidente expulsa de sus filas y, con toda lógica, no le quedan más. Cuatro presidenciables tiene el peronismo y no son pocos. Algunos gurkas piensan tentar al gobernador electo de Córdoba José Manuel de la Sota, y hasta algo le dijeron, pero el Gallego huyó despavorido. Ya le hizo un gran favor al Presidente armando la jugarreta jurídica con el juez Ricardo Bustos Fierro. Y hasta les ladró a intendentes y punteros de su provincia para que no se arrimaran al tren de Duhalde y Ramón “Palito” Ortega. Pero ahora De la Sota (que esta semana tuvo un traspié significativo, perdió a uno de sus hombres en el gabinete, el secretario de Agricultura Gumersindo Alonso a manos de Roque Fernández) está hace tiempo en Brasil, a buena distancia de la Rosada y maquina más en cómo recomponer con Duhalde que en cómo seguir saciando el tonel sin fondo de la ambición presidencial.
Un paso atrás
El retiro de Lole fue uno de los dos casilleros que retrocedió el Presidente en estos días. El otro fue la presentación ante Bustos Fierro de un escrito pergeñado por el ministro del Interior Carlos Corach reconociendo que la prohibición constitucional de un tercer mandato es legal. Como todo lo que hace el Presidente, esa presentación esconde tanto como lo que dice y no termina de cerrar ninguna puerta. Es claramente un paso atrás y una señal de tregua, pero no es el retiro del recurso ni una renuncia. No pone fin al expediente ni puede asegurarse que sea la última movida presidencial (no la fue su renuncia a la candidatura en público y por TV en julio del año pasado...).
La presentación judicial del peronismo cordobés ante Bustos Fierro fue siempre una pista falsa. Ningún magistrado en su sano juicio puede decir de buena fe que Menem tiene derecho a aspirar a un tercer mandato. Una decisión de esa naturaleza no puede brotar sino de algún mecanismo tortuoso de presión o de algún modo de soborno o de sumisión a una persona y no a la ley. Su propia inconsistencia hacía que toda cuestión formal fuera una distracción. Si la Corte Suprema de Justicia decidía violar la ley y avalar la ambición presidencial, no faltaba ni sobraba un expediente de Bustos Fierro. Tal era el disparate que lo formal era accesorio. Podía haberlo hecho, en cualquier otro trámite, inventar uno, habilitar un amparo o dar vía libre al Presidente en su juicio de divorcio con Zulema Yoma.
Menem jamás supeditó su eventual candidatura a lo que decían los jueces. Nunca se sintió limitado por la Constitución, como no se siente atado por su propia palabra. Lo que le falta no es un juez que le dé razón (Corach ha sembrado varios en suelo fértil) sino el apoyo de los votantes. La re- re es imposible porque los números no cierran, viene siendo inviable desde hace un año porque le falta lo esencial que no es la voluntad del candidato, ni la de un juez irresponsable sino la de la gente.
La de máxima no va y el Presidente, solito, se ha obturado una muy razonable salida de mínima... Una cosa es tener voluntad e inventiva y otra ser mago. Lentamente toda la plana del PJ irá, como Busti o Palito, a encolumnarse con el candidato. Ya los gobernadores se alejan del Presidente y sus adláteres: ni uno acompañó a Antonio Cafiero en su acto de campaña de esta semana. Al fin y al cabo la victoria no es imposible, y en el peor de los casos hay muchas provincias accesibles para el peronismo (es casi inimaginable que no conquiste más gobernaciones que la Alianza) y centenares de intendencias en disputa.
Lo que viene
“Si al tiempo le pido tiempo, no me lo niega jamás”, cantaba María Elena Walsh y el Presidente sabe mucho de eso. Pero, como filosofaba el payador de Martín Fierro, el tiempo es sólo tardanza de lo que está por venir y el Presidente no parece tener con qué parar lo inexorable. Lo que no quiere decir que ya bajó los brazos, eso no es lo suyo.
El discurso presidencial, como el de los magos y de los tahúres, sólo busca seducir y distraer al espectador para que no miren lo que en verdad hace. El seguirá hablando y sacando cartas (eso sí, cada vez más bajas) de la manga. Intentará más de lo mismo, dilatar la consagración de su archirrival, aunque algún día deba levantar las manos de Duhalde y Ortega.
Desde luego, existe la chance de un acuerdo definitivo con Duhalde, pero ¿qué es definitivo con Menem como contraparte? Duhalde remedaría la situación de Reutemann: por mucho que pida y pacte jamás podrá dormir tranquilo porque no cree en la palabra presidencial. Y, a fuer de equitativos, es costoso inferir qué contrapartida seria puede obtener Menem en una situación de extrema debilidad. La presidencia del partido, suele decirse, pero es ostensible que Menem no la precisa para volver a liderar el PJ si Duhalde pierde y no le alcanzará para contrapesar el poder presidencial si Duhalde triunfa. La impunidad, dirán otros, pero ¿cómo se pacta la impunidad en democracia? Más aún, ¿cómo se garantiza un acuerdo a futuro en una cultura tan informal, pragmática y tributaria de las relaciones de fuerza como la peronista?
¿Qué harán Duhalde mismo y la oposición cuando la campaña deje de ser menemcéntrica? Ninguno anhela ese momento, ya que Menem en decadencia les es inmensamente funcional, los dispensa de discutir otros datos de la realidad. Una anécdota no menor de esta semana es sugestiva. El general paraguayo Lino Oviedo puso en un maletín 350.000 dólares en billetes, se subió a un avión y recaló en territorio argentino. Menem, que es su amigo, su aliado político y quizás algo más, le concedió asilo tal vez por gusto pero también por inequívocas presiones de Estados Unidos y Brasil. Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa, los dos hombres entre los cuales está su sucesor, criticaron la medida. Los aliancistas, además, se hicieron un picnic cuestionando las amistades autoritarias del Presidente. Pero ninguno de los dos candidatos dijo que, de ganar, revisaría el asilo, una medida legalmente posible y una forma nítida de tomar posición. No lo dijeron, claro está, porque no lo harían. Cuestionan (con aguzado criterio ético y estético) los criterios de Menem para elegir amigos pero gambetean poner bajo la mira su estratégico alineamiento internacional.
Menem, salvo un milagro o una flagrante ruptura constitucional (contingencias muy improbables pero nunca imposibles), ya se está retirando. Para ganar la próxima elección es tan necesario como cómodo oponérsele. Mucho más arduo es discutir la realidad efectiva que la Argentina hereda de la administración Menem y que un gobierno de origen popular debería intentar modificar sustancialmente. Una cosa es cuestionar el follaje del menemismo, sus negocios más burdos y muy otra revisar las vigas maestras de su política económica o la relación del Gobierno con los poderes fácticos, empezando con los económicos. Una bolilla que ni Duhalde ni la Alianza parecen querer elegir, distraídos o dispuestos a seguir haciendo algo más simple y –de momento– más redituable. Embestir contra el Presidente quien, sin querer queriendo, les permite a duhaldistas y aliancistas crecer a sus expensas, por ahora sin necesidad de discutir entre sí. Hasta podría decirse sin deseo de discutir si, desoyendo a Weber, se juzgara qué intentan hacer tomando en cuenta sólo qué es lo que efectivamente hacen.

 

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