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Por Pablo Plotkin Se apagaron las luces, calló la música funcional y entonces Deep Purple se plantó por segunda vez frente al público argentino, a más de treinta años de su gestación en Hertford, Inglaterra. El cantante fundacional de la banda, Ian Gillan, ensayó un pasito de baile simpático, aulló un agradecimiento y empezó a cantar las primeras estrofas de Ted the mechanic, mientras sonreía y, conocedor del público local y sus reacciones, les mostraba los pulgares levantados a las 4000 personas que colmaban el estadio de Obras. Dos horas más tarde, el quinteto abandonaba el escenario después de descargar la adrenalina vieja pero intacta de Highway Star: en el medio, durante los 16 temas que tuvo el show, Purple desplegó todo su virtuosismo, a veces un poco excesivo en función de las canciones, y los fans reeditaron esa costumbre argentina de recibir con pasión suprema a los gigantes de la historia del rock internacional. Pasaba con los Ramones, pasa con los Rolling Stones, con Kiss, y ahora Deep Purple también podrán decir, antes de su próxima visita: El público argentino tiene algo especial.... Formada en 1968, Purple es una de las bandas más influyentes de la primera ola del hard rock inglés, integrante de la sagrada trilogía que conformó junto a Led Zeppelin y Black Sabbath. El grupo que tocó el jueves y anoche en Buenos Aires y que lo hará esta noche en el Patinódromo de Mar del Plata presenta un 80 por ciento de miembros originales. Pero el único que ya no está es nada menos que Ritchie Blackmore, guitarrista y coautor junto a Gillan de la mayoría de la discografía púrpura. El encargado de reemplazarlo es Steve Morse, un guitarrista ultravirtuoso, muy rápido, a veces demasiado barroco. Pero no podría ser de otra manera, porque Purple concentra su fórmula en eso: un heavy metal para nada lineal, con influencias setentistas del rock sinfónico, que se manifestó en las dos noches de Obras a través de los largos climas que disparó Jon Lord desde sus teclados y toda la grandilocuencia de Morse. Los más festejados fueron, claro, los éxitos que la banda concibió en los 70: el inspirado Woman from Tokyo, acompañado con un coro general del público, Lazy, Highway Star y Smoke on the water, con esos acordes que aprende todo iniciado argentino como el abc del guitarrista duro. Watching the sky, de Abandon, su último disco, mostró que Purple también puede hacer heavy con sonido actual y Fireball, de 1971, sirvió para que Roger Glover y Ian Paice bajista y baterista, respectivamente se explayaran también en esos inevitables solos llenos de técnica y velocidad. Antes de los bises, Speed King un tema incluido en In Rock (1970) sirvió para que Gillan vocalizara, en medio de una gran zapada, el estribillo de I cant help falling in love, esa declaración de amor inmortalizada por Elvis Presley y nuevamente popularizada por UB40 en los ochenta. Ya en la fase final, el grupo se permitió rescatar Seventh heaven, del jazzero John Tropea, un hombre que publicó el único disco de su carrera en los 70. Fue otro momento de zapadas extensas y diálogos puntillosos entre los instrumentos (hay que tener en cuenta que el último tema de Made inJapan, álbum en vivo de 1973, dura veinte minutos). Después fue la hora de arrasar al público con Highway Star, una potente despedida que demostró que, más allá de algunos pasajes que parecieron interminables, Deep Purple sabe llevar dignamente su corona.
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