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Historia de dos exilios y de un
mismo regreso a pelear por Kosovo

Desde el exilio parisino, serbios y albano-kosovares emprenden el regreso a los Balcanes para tomar las armas. En esta nota, cuentan por qué no les queda otro camino.

“Fuera la OTAN”, dice el cartel en una manifestación serbia.
“Toda mi familia está allí y no puedo seguir viendo todo por TV.”

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Por Oscar Guisoni desde París

t.gif (862 bytes) Las bombas caídas en el centro de Belgrado en la madrugada del sábado son el pretexto que Zoran y sus amigos necesitaban para terminar de tomar una decisión largamente meditada: el retorno a Serbia, dispuestos a ponerse a disposición del ejército yugoslavo para enfrentar a la OTAN. Un nuevo éxodo ha comenzado.
París se despierta cada mañana, desde el inicio del conflicto, con la noticia de una nueva escalada militar en los Balcanes. Para los serbios que se encuentran en la capital francesa, la indignación no parece tener fin. “Desde hace unos días que venimos pensando”, cuenta Zoran, agitado, mientras carga la combi en la que se disponen a partir, con frutas, verduras, arroz y chalecos antibalas en dirección a Belgrado.
“Toda mi familia está allá y yo no puedo seguir mirándolo todo por la televisión, así, sin hacer nada”, dice otro de sus amigos, un joven de unos 30 años que prefiere el anonimato. “Que los occidentales comprendan de una buena vez qué tipos de enemigos se han ganado.” Un patrullero de la policía nacional francesa, estacionado a cincuenta metros de la Renault Space sobrecargada, es el único signo evidente del control que pesa sobre ellos en París.
“Yo nunca estuve en guerra –dice Zoran–, pero no tengo miedo. Todos los días hablamos por teléfono con nuestras familias y por lo que sabemos, cada día que pasa es peor. Hoy bombardearon el Ministerio del Interior, mañana van a destruir todo Belgrado y cuando nos demos cuenta será demasiado tarde. Por eso nos vamos, preferimos morirnos allá a quedarnos en este país de mierda que ahora es nuestro enemigo. Lamento que los franceses tengan tan poca memoria... a Hitler lo enfrentamos juntos, esta vez vamos a estar del otro lado.”
Las mujeres observan a los hombres cargar la combi sin decir palabra, una de ellas le acerca una cesta con tomates. “Me dijeron que en Belgrado cuestan carísimos desde que empezó la guerra”, comenta antes de volver a ocupar su puesto de observadora. “Ya dijeron todo lo que tenían que decir”, comenta Zoran, señalando a las mujeres. “Mi hermana piensa que estamos locos, que no tenemos que ir... Todos los que vamos somos solteros, sin hijos. Cuando nuestros amigos se enteraron de que salíamos para Belgrado muchos se quisieron sumar, pero el coche no es tan grande y a los que tienen familia acá preferimos dejarlos.”
Armas dicen no llevar, sólo los chalecos antibalas, que según Zoran “podemos pasar por la frontera sin tener problemas... No sabemos si nos van a servir, pero al menos es algo”. Sus amigos lo reclaman para ajustar una valija inmensa en el portaequipaje y Zoran se despide encogiéndose de hombros al hablar “no sé si volveré a ver París, ya no me importa, seguramente se vive mejor aquí, pero después de lo que pasó lo único que siento es asco... Asco y mucha rabia”.
Donde la necesidad de retornar se ha vuelto algo más que una histeria nacionalista es en el seno de la comunidad albano-kosovar. El Ejército de Liberación del Kosovo (ELK) ha difundido en las últimas horas más de un llamado a la OTAN pidiendo una intervención terrestre capaz de detener la enorme catástrofe que se abate sobre la provincia.
En la Ciudad Universitaria Internacional de París, Fehmi se prepara para dejarlo todo y partir a combatir en Kosovo. “Mi madre me ha llamado desde Albania, donde llegó hace unos días y me ha dicho que mi padre está en las montañas peleando, junto con mis hermanos. Para mí es una obligación juntarme con ellos –comenta–, si es que todavía están vivos.”
La indignación ante un ataque que no comprende es similar a la que sienten sus enemigos serbios. “Mi pueblo está por desaparecer, hace días que los responsables diplomáticos de la ELK le están pidiendo a la OTAN que les envíe armas a las montañas, que se las tiren desde un avión... y nadie hace nada. Es como si entre ellos y Milosevic se hubieran puesto de acuerdo para borrarnos del mapa.”
De la aparición de Ibrahim Rugova en la televisión serbia, junto a Milosevic, prefiere no hablar. “No es la primera vez que los serbios lo usan para confundirnos –comenta– y nadie sabe si no lo hizo bajo presión. Ayer (por la noche del viernes) se difundió la noticia de que se había pedido una intervención militar de la OTAN para impedir la masacre, pero yo ya no me creo más nada de lo que dice la OTAN. En los últimos días lo único que han hecho es difundir noticias que Milosevic ha desmentido una por una.”
Los grupos de apoyo a la UCK han alquilado un ómnibus y en él piensan mandar al menos 45 personas hasta Albania. Fehmi viaja con ellos. “Si todo va bien, el lunes ya vamos a estar en las montañas.” Para él y para la mayor parte de los hombres que viajan, esta será la primera vez que van a combatir. “No tenemos preparación militar, yo jamás he tenido un arma en mis manos... Si te digo que no tengo miedo, te miento, pero no puedo quedarme aquí... Si mis hermanos y mi padre se mueren y yo no hice nada, me voy a sentir culpable para toda la vida.”
Faltan apenas unas horas para que el micro emprenda el largo viaje. Mientras Fehmi termina de armar su mochila suena el teléfono. Cuando termina de hablar la expresión de preocupación es aún mayor que antes. “Macedonia ha cerrado definitivamente la frontera –dice– y no sé qué espera la OTAN para entrar... dentro de unos días mi gente se estará muriendo de hambre, ya hay enfermos, hay pestes, no tienen qué comer... Y lo peor de todo es que esto recién empieza.”
Cuando lo dejamos en su habitación de la Ciudad Universitaria, el teléfono continúa sonando. Junto al que partirá esta tarde, ya son dos los micros que los partisanos de la UCK han enviado a la zona del conflicto desde París. Y en los próximos días, a medida que los voluntarios sigan inscribiéndose, serán muchos otros los que saldrán con el mismo destino. Un nuevo éxodo ha comenzado.

 


 

LOS PACIFISTAS Y LOS VERDES PROTESTAN EN ALEMANIA
Los socios rebeldes de Schroeder

t.gif (862 bytes) Con Alemania en guerra por primera vez desde 1945 y su Fuerza Aérea sobre Belgrado, el movimiento pacifista está excitado como en los aquellos días de los ‘80, cuando se oponían al establecimiento de los misiles nucleares de la OTAN en el país. Los pacifistas saldrán a las calles con protestas y marchas en al menos 40 ciudades.
En un intento por mantener la atención de la opinión pública, el gobierno de Gerhard Schroeder optó por comparar a Slobodan Milosevic con Adolf Hitler para persuadir a los alemanes que el fascismo en Europa debe ser detenido y que la Alemania democrática, por sobre todas las demás naciones, debe contribuir al esfuerzo. Y la propaganda tiene su efecto. Más del 60 por ciento de los alemanes están de acuerdo en bombardear Yugoslavia. Pero los cuadros son muy diferentes cuando se habla de la participación de tropas alemanas: sólo un 25 por ciento aprueba los desplazamientos de tierra.
Pero los Verdes, el socio menor en la coalición de Schroeder, están inquietos. Un creciente número de Verdes, una de las corrientes más importantes de la Alemania de la posguerra, está furioso con su líder, Joschka Fischer, ahora ministro de Relaciones Exteriores. Fischer pasó de ser un pacifista a defender el “humanismo militar”, el uso de la fuerza para obligar a la observancia de los derechos humanos sin importar las fronteras. Los Verdes debatirán este tema en una reunión especial, pero 500 de sus miembros ya firmaron una petición en contra de la campaña de la OTAN.

 

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