|
Por Cristian Alarcón El señor Chang es tan simpático que cuesta creerle las sonrisas con las que le desaparecen los ojos y le crecen los dientes de conejo, mientras atiende en una mesa de la Asociación de Chinos en Buenos Aires, sobre la calle Arribeños, en el bajo Belgrano. No habla el castellano. En un chapucero inglés dice que todos los chinos son buenos, hasta que se le mencionan los nombres Kuan y Zhue Ming, Sou Cheng y Hua Zang. Entonces se le cae la cara y una mueca de disgusto le empuja las comisuras hasta las mandíbulas. Calla por casi un minuto. Murmura: Gangsters matan. En efecto. Los nombres que lo crispan son cadáveres. Fueron asesinados por la mafia china, una red de corrupción dedicada al tráfico ilegal de inmigrantes y la extorsión de quienes intentan hacer su América en Buenos Aires con almacenes, restaurantes o casas de chucherías. Según información de la Policía Federal, son cientos los comerciantes chinos que obtienen paz y protección de sus connacionales por entre mil y tres mil dólares al mes. Si no respetan esos pactos sobreviene el apriete. Es por eso que, como con el señor Chang, a cada pregunta sobre la mafia en el corazón del Chinatown porteño y en los tenedores libres repartidos por la ciudad, la simpatía china se esfuma como el vapor de sus comidas, apenas brota el miedo, que tiene cientos de años. Im an old man, dice el señor Chang, y muestra con los dedos arrugados cuánto tiempo pasó desde que nació en Cantón. Desde niño y de decenas de generaciones que lo precedieron es que sabe de qué se trata la mafia, continuación de las Tríadas chinas, nacidas hace tres mil años, como resultado de la lucha entre dinastías y degeneradas en grupos delictivos con una estructura parecida a la de la mafia italiana (ver recuadro). El señor Chang camina por Arribeños distendido, licencioso. Lleva para acá y para allá las manos y habla durante largo rato sobre su vida y sus nietos chino-americanos. I was six times in America. New York, Chicago, Las Vegas. Ji, ji, ji ríe. Hace con las manos como un disc jockey sobre el vinilo, pero queriendo figurar las mesas de ruleta que lo perdieron. ¿Usted conoce a muchos chinos que quieren ir a Estados Unidos? pregunta el cronista. Y el señor Chang devuelve con un no entiendo, no entiendo, muletilla de todos los ojos rasgados del barrio. La mafia china tiene ramificaciones. Por un lado extorsiona, es dueña de prostíbulos y de salas de juego ilegal, en los doble fondos de locales de comidas. Por el otro, se dedica a uno de los comercios más rentables del globo: la inmigración ilegal. Los chinos que quieren salir del continente o dejar Taiwán persiguen como panacea la radicación en Estados Unidos. Desde que las autoridades migratorias norteamericanos dejaron de pedir visas a los ciudadanos de la Argentina, el país reviste un interés especial para quienes quieren dar el salto de China a la América salvadora. Ese largo paso implica una residencia temporaria en Buenos Aires y otros gastos, incluida la protección. El trámite puede salir entre 30 mil y 40 mil dólares (ver aparte). La estancia en la Argentina es en aguantaderos que funcionan, la mayoría de las veces, al fondo de tenedores libres o de pubs chinos. Niños envueltos Kuan Ming y Zhue Ming fueron asesinados por la mafia china la madrugada del caluroso domingo 7 de febrero. El era un hombre pequeño de 32 años. Ella tenía 31 y lucía siempre ropas occidentales que cubrían casi toda su piel blanquecina. Casi no hablaban con los vecinos, aunque intentaban ser amables. Saludaban con la mano y sonreían, dice una vecina del escenario del crimen, un departamento planta baja B, en Humahuaca 4166, en Almagro, donde no se ven ojos rasgados. Cuesta imaginar a los matones chinos huyendo silenciosamente por esa calle pedestre. Kuan y Zhue regenteaban un pool en Paraguay 3761. Allí estuvieron la noche del sábado 6. Se fueron a la madrugada. Estaba pactado que volverían al otro día para abrir el local. Nunca lo hicieron. Por eso el encargado del pool, el señor Wang, fue a buscarlos el lunes de madrugada. Wang aparece como inquilino de ese departamento y tenía llave del lugar. Por eso entró como a su casa, a la de sus patrones, buscándolos. Anduvo hasta la habitación matrimonial. Sus cuerpos baleados estaban en la cama arropados con sendas frazadas, como niños envueltos. En el lugar de la salsa agridulce, había abundante sangre. A cada cuerpo le regaron seis tiros de calibre 22. El último crimen de la mafia china no había terminado con esa pareja. Fue cuádruple. La misma madrugada fueron asesinados, con otro revólver 22 corto, el taiwanés Sou Tsu Cheng, de 32 años, y su novia de 27, Su Hua Zhang. Los encontraron recién el martes posterior a la muerte porque los vecinos de Villa Urquiza ya no soportaban en mal olor que salía del departamento de Alvarez Thomas 3123. El departamento estaba muy sucio. Había gasas manchadas de sangre seca y agujas hipodérmicas sobre una mesa. En la bañera, guantes de goma y restos de algodón. Cheng era acupunturista. Había atendido a buena parte de su barrio. Era increíble curando dolores de espalda, lo recuerda Roberto, el kiosquero al que a diario le compraba sus Marlboro Lights. Roberto sostiene que hacía días que veía a Cheng preocupado y que éste le había confesado que lo perseguía la mafia china. El cuerpo de Cheng estaba tirado sobre un escritorio empapado de la sangre que le produjeron cuatro tiros en el cuerpo y uno en el cuello. Parecía no haber podido resistirse a los atacantes. Su mujer, Su, estaba en la habitación, sobre la cama. Ella alcanzó a aferrar con la mano izquierda una caña de pescar que estaba parada a un costado del lecho. Quizás ese último acto le significó una descarga mayor: a ella le asestaron siete balazos. El padrino oriental La investigación de los cuatro crímenes se ha enredado en meandros de silencio y dificultad idiomática. Son pocos los traductores del chino que se habla entre los que viven en Buenos Aires. Y muchos menos los que superan la barrera del miedo asiático. Hubo un solo detenido en la investigación y los avances son tan lentos como los movimientos del Tai Chi (ver aparte). Además, la mafia actúa de manera endógama. En palabras de un comisario xenófobo: Son malos, son crueles, pero menos mal que se matan entre ellos. De hecho, desde 1990 son trece los asesinatos atribuidos a la mortal mano china. En todos esos casos, las víctimas eran orientales. La mayoría de ellos nunca fueron resueltos. En las cárceles argentinas ha habido sólo siete chinos presos por homicidio, de un total de 16 hombres condenados por acciones en las que la mafia de los ojos rasgados parece ser la patrona. Chan Tak Shun tiene 24 años y hace seis que vive en Buenos Aires. Su padre es un hombre con conexiones en la embajada que tiene varios locales de comida en la capital. La caja de uno de ellos el Bamboo es atendida por Chan, quien para su vida occidental, como la mayoría de los jóvenes chinos que quieren adaptarse, se ha rebautizado: aquí es Adrián. Chan es de los pocos que reconoce que existen grupos que piden dinero para no molestar, siempre a chinos. Y que la mayoría paga para que no les pase nada. Pero los peores son de la China continental contra los taiwaneses. Desde el fondo de la cocina del Bamboo, el empleado boliviano Adán Beliz cuenta que trabaja hace cuatro años para chinos. Le llevó dos dejar de ser explotado a 350 pesos al mes por trece horas diarias. Está contento con Adrián como patrón. Ahora son 500 y cumple ocho horas. Adán admite que ha escuchado conversaciones sobre mafia en los locales por los que pasó. Y que en el Chinatown de Belgrano es vox populi que un capo ha sido sacado del país a mediados de febrero. En la Asociación China, una señora hadicho lo mismo a Página/12: El señor más importante se fue a Taiwán, se fue por muchos líos. Las dos parejas chinas fueron asesinadas el 7 de febrero. Si de capos se trata, los chinos saben cómo cuidarlos. El miércoles 22 de mayo de 1996 un grupo comando chino dejó en ridículo al escuadrón de la Policía Aeronáutica Nacional que custodiaba al líder una organización mafiosa, quien junto a otros tres orientales estaba a punto de ser extraditado desde Ezeiza. Fuertemente armado, el bando de chinos entró en las oficinas de Aeronáutica, donde los detenidos esperaban ser embarcados hacia Malasia y luego a China. Los investigadores de la Federal consideran que el jefe mafioso manejaba el negocio de los inmigrantes ilegales y tenía que ver con la orden de sacrificio a toda una familia china ocurrida en 1992. Aquella tragedia, conocida como la masacre de Merlo, fue investigada por el entonces jefe del SEIT Zona Norte, comisario Raúl Torres. En su oficina de Villa Urquiza, donde entre policías muñecos de todo el mundo brilla una colección de sables de samurais, Torres da algunas claves de la mafia y dibuja en distintas partes de un plano a lápiz las posiciones en que quedaron los cinco cuerpos acuchillados. Yen Yu Ying, taiwanés, había instalado en el barrio un restaurante chino con el dinero que había hecho de sus negocios con el tráfico de inmigrantes. Los vecinos solían verlo en la terraza de su casa practicando artes marciales. Su hijo pequeño, de nueve años, explicó en la escuela que su padre entrenaba porque sabe que vendrán a matarlo. Ocurrió la noche del 29 de junio. A los dos chicos les dieron un golpe de daga en el corazón, después de torturarlos frente a sus padres atados. Luego, como Yen parece no haber entregado lo que la mafia buscaba, dieron vuelta la casa y finalmente lo ultimaron a él, a su mujer Lin Ying y su suegra Hsue Chen Chan. Yen intentó defenderse y causó una herida a uno de los asesinos. Esa sangre también tenía una huella digital. Un taxista había sacado de Merlo a dos chinos y esa sangre también quedó en el asiento de atrás del auto. Esas pistas terminaron con la detención de Huan Hua, alias Hong Kong, y Pen Yu, alias Johni, en La Paz, Bolivia. Todo lo que dijeron los sicarios en el juicio oral en el que se los sentenció a 26 años de cárcel fue el leal no entiendo. Kaneko Hwang se desvive mostrando los panfletos que en inglés propagandizan su iglesia budista, la del maestro Dharma Cheng Yen. Allí está él, sobre una de las paredes de la Fundación de Caridad Budista Tzu Chi, hermoso y calvo, como los budas de Hollywood. Era joven, ahora es viejo, explica Kaneko, venida hace 20 años de Taiwán. Argentina muy grande, Taiwán muy chiquito, mucha gente, ahonda en su migración. A la hora en que la mafia aparece en la conversación, la señora Hwang infla sus cachetes maquillados, y sopla. Mire señol, chinos son malos, taiwaneses no. Después de la aclaración chauvinista niega. No sé más, no sé, no sé, repite, hecha una niña, y juntando sus libritos de maravillosas portadas con flores de loto y palacios entre montañas, donde el aroma es el del incienso y los hombres y las cosas están lejos de la muerte.
EL CUADRUPLE CRIMEN DE FEBRERO, EN LA NEBULOSA Por C.A.
|