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Cómo sobrevivir a la sudestada en una sucursal del Matto Grosso

Seis expertos boy scouts se perdieron en una selva cercana a  Punta Lara. Acorralados por el río, pasaron la noche sobre los árboles. Llamaron por celular y los rescataron al otro día.

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Por Pedro Lipcovich

t.gif (862 bytes)  Un grupo de exploradores argentinos se extravió en la selva del Matto Grosso... pero en Punta Lara. Cinco jóvenes scouts, que el viernes habían salido de excursión desde Hudson hacia la costa del río, se extraviaron en la Selva Marginal, una zona de 50 kilómetros cuadrados cuyo microclima, flora y fauna corresponden a una jungla tropical, y donde habitan, incluso, boas constrictoras. Encerrados por las aguas que hacía crecer la sudestada, los expedicionarios pasaron la noche del sábado arriba de un árbol. Recién ayer lograron reencontrar el camino de regreso, donde fueron localizados por un destacamento de bomberos que había ido en su auxilio.
Alejandro López Aquino (de 25 años), Leonardo Bolert (21), Adrián Luque (24), Jerónimo Jaquet (22), Aldo Sánchez (21) y Mauricio Balbuena (23) fueron boys scouts durante la niñez y la adolescencia y continúan ligados a la Asociación Scout Argentina (que tiene unos 15.000 miembros). El viernes pasado, a las 8, emprendieron una excursión a pie: proyectaban ir desde Hudson –a 35 kilómetros de La Plata– hasta Boca Cerrada, junto a la localidad de Punta Lara. Ya en dos oportunidades anteriores habían hecho ese trayecto de 18 kilómetros. El viernes recorrieron la primera mitad, por la orilla del río Pereyra, e hicieron noche al borde de la Selva Marginal.
La selva, declarada reserva provincial hace dos años, es un rectángulo aproximado de 6 por 8 kilómetros de lado. Alejandro López Aquino –quien hace seis años, como scout, efectuó un reconocimiento de ofidios y arácnidos en la zona– contó a este diario que allí “hay insectos y arañas típicos de la selva tropical, y también víboras, incluso boas constrictoras.” Es que en la Selva Marginal se ha generado un microclima donde prospera la flora y fauna que llegó en islas flotantes por el río, en forma similar a lo que sucedió en la Reserva Ecológica porteña, pero desde hace más de mil años.
“En vez de seguir el camino que habíamos tomado otras veces, que bordea la selva a 50 metros de la arboleda, decidimos ir hasta la costa del Río de la Plata y tomar un camino viejo que figuraba en nuestro mapa. Sabíamos que el camino estaba en desuso, pero nos dijimos que seguramente quedaban los vestigios: estaban, sí, pero a los 600 metros se perdió el camino. Continuamos y cuando quisimos volver a la costa nos habíamos desorientado, no había ningún punto de referencia, estábamos totalmente perdidos”.
Al final se orientaron por el ruido de las aguas del Río de la Plata, hacia la costa: “Pero la vegetación era casi impenetrable. No podíamos pasar ni de perfil con las mochilas, tan tupidos eran los árboles y las enredaderas de frambuesa silvestre, llenas de espinas, y las cortaderas de casi tres metros de altura que nos lastimaban la cara: no avanzábamos más de 200 o 300 metros por hora, y llegar a la costa nos llevó desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde”, contó López Aquino.
Cuando por fin llegaron al río, “había olas muy altas y mucho viento; el agua subía bastante rápido”. Entre los expedicionarios hubo indecisión, discusiones, “se llegó a un momento cercano al pánico, hasta que yo tomé una decisión”, cuenta López Aquino y explica: “En momentos como ése, aflora el líder. Yo no soy un líder nato pero, en esas circunstancias, el que piensa más serenamente es el que manda”.
La decisión que tomó el líder fue dura pero necesaria: pedir auxilio por su teléfono celular y treparse a un árbol. “Nos subimos los seis. Parecíamos palomas, ahí arriba toda la noche, pero dormimos bastante bien. A las 7 y media de la mañana, el río estaba en bajante. Con el agua hasta la rodilla volvimos por la costa y pudimos retomar el camino por el que habíamos venido.”
Entretanto los familiares de los exploradores, alertados por el celular, avisaron a los bomberos de Villa Elisa que, comandados por Patricio Liaño, emprendieron la búsqueda pero tuvieron que suspenderla “a las dos de la mañana por los fuertes vientos y la lluvia”, explicó el bombero. Lareanudaron en la mañana del domingo, y alrededor de las 9 encontraron a los jóvenes, que venían por la orilla del arroyo Pereyra, no tan sanos –por acción de las cortaderas– pero salvos.

 

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