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Por Verónica Abdala Jorge Luis Borges seguramente hubiera recurrido a la ironía o al humor ante la noticia de que su figura es y será durante éste, el año del centenario de su nacimiento epicentro de conmemoraciones y homenajes de todo calibre. Vale como ejemplo lo que ocurrió aquella vez que el escritor Juan José Arreola se arrodilló ante él y, besándole la mano, le dijo: Le entrego aquí treinta años de admiración. Borges, como si hubiera pensado la respuesta durante años, le contestó: Pero Arreola, ¡qué manera de perder el tiempo!. O las palabras con las que él mismo renegaba de las razones que justificaban su fama: En mi país, diría que (la fama) se debe a la admiración absurda que los argentinos sienten por las cosas que otros ponen de moda, como el tango. En cuanto a mi fama en Europa, creo que se debe a que soy extranjero y como tal no puedo ser rival de nadie. Lo que es imposible saber es qué hubiera pensado de enterarse que el conductor de un programa de televisión, que en este caso se llama Héctor Yánover y además es poeta y librero, optó por homenajearlo de una manera que, de tan sencilla, hasta podría haberle parecido original: leyendo algunos de sus ensayos, cuentos y poemas. Yánover, que conduce el ciclo La librería en su casa (martes a las 21.30, por canal Bravo), se atreverá con el autor de, entre otras obras, Fervor de Buenos Aires, Historia universal de la infamia, y El Aleph, en dos especiales que se verán mañana y el martes que viene. Y lo hace relegando a un segundo plano su papel de comentarista para convertirse en portavoz. Nadie debería privarse de la satisfacción que supone ingresar en el universo borgiano, recomienda Yánover, casi con timidez, al inicio del primer especial. La Argentina ha parido una especie de gran monstruo literario al que, actualmente, en todas partes del mundo se le rinde culto, dice. Y después, se dispone a leer con la paciente dedicación con que los buenos libreros, una especie en extinción, se despachan explicando las virtudes de tal o cual libro, los relatos que componen El Hacedor, publicado en 1960, o las frases que él mismo subrayó en una vieja edición de Otras inquisiciones, de 1952. En ese libro, Borges sostiene que la lectura es, también, una de las formas de creación literaria. Yánover cumple así con un doble objetivo: por un lado, se da un gusto personal (Me quedaría todo el día leyéndoles este libro: lo he leído quinientas veces y siempre me digo no lo he leído nunca), y, por el otro, logra satisfacer, al menos en parte, las expectativas tanto de los televidentes iniciados como de aquellos que desconocen la obra de Borges. A estos últimos, los guía con calidez a través de una serie de textos que son, en su opinión, los más iluminadores a la hora de un primer acercamiento. Mientras que a los reincidentes los tienta con la posibilidad de develar los infinitos sentidos de un cuento o un poema. La Dedicatoria a Leopoldo Lugones, el relato Borges y yo o El poema de los dones se intercalan, así, con los comentarios de Yánover sobre cuestiones relativas a la vida del escritor. Entretanto, aparecen en pantalla imágenes fotográficas en las que se ve a Borges leyendo, firmando ejemplares, o en situaciones de entrecasa. Yánover, que no les da cabida a los vertiginosos ritmos que ganan lugar en la era del zapping, lee con la parsimonia y la amabilidad de aquel que sabe que muchos agradecerán esa voz que transporta frases geniales. Hasta que en los últimos segundos de la emisión que se verá mañana, se oye por fin a Borges, que irrumpe, desde otro tiempo, como reclamando la paternidad de esas palabras y dice: Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma.
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