LA VIDA FELIZ DE JOHN BROWN DURANTE LA "GUERRA HUMANITARIA" Por Mempo Giardinelli |
En el centenario de Ernest Hemingway --que desde luego en este país se recuerda más que el de Borges y no sólo por nacionalismo sino porque el local ganó el Premio Nobel--, los Estados Unidos van nuevamente a la guerra y mi vecino John Brown la mira por televisión, cerveza en mano y haciendo zapping para no perderse el juego de béisbol. Los Estados Unidos van a otra guerra, una más (habría que contarlas, pero creo que no han estado una sola década del último siglo y medio sin tomar parte de alguna), y van, digo, con la alegría de un pueblo satisfecho que ha convertido el trabajo en una de sus religiones; que da más importancia a la Religión que a la Ley; que ha levantado una sólida barrera moral contra el sexo en casi todas sus manifestaciones, y que de tan satisfecho, asexuado y bendecido se toma todo deportivamente. Una nación en muchos otros sentidos admirable, pero cuyos John Brown van a la guerra sin saber lo que hacen. Y por supuesto sin advertir el indecente sinsentido que se les propone: "una guerra humanitaria". Oxímoron atroz, si los hay. La guerra sólo se ve en cuatro o cinco canales, de los ochenta que todo John Brown tiene en su casa. Porque nada, ni la más feroz matazón, conmueve a los televidentes. Pletóricos de básquet, béisbol, concursos de estupideces, programas musicales para negros y --por separado, claro-- para blancos, todos los canales continúan atrapando a los imperturbables y cada vez más obesos habitantes de este país increíble. Por más que uno busca, aquí casi no se dice que los ataques de la OTAN contra Yugoslavia no van a resolver el conflicto de Kosovo. Que la falta de legitimidad internacional de estos ataques no resolverá ni la cuestión étnico-religiosa de los kosovares, ni la cuestión nacional yugoslava, ni el aspecto humanitario que tanto se cacarea. Ni que los bombardeos y la posible invasión paulatina a Yugoslavia implican el peligro de que el conflicto degenere en un nuevo Vietnam, como han dicho algunas pocas voces autorizadas. Porque es claro que hay excepciones: pacifistas sinceros, intelectuales, científicos, investigadores, almas nobles y talentosos de todos los orígenes, es decir las mejores conciencias de este país sí se dan cuenta y están espantados. Pero casi no tienen voz. Porque la voz es la del amo y señor de los Estados Unidos: la televisión, cuyos libretos escriben los más inhumanos intereses del planeta. Se ven las imágenes de Belgrado en llamas, de algún campo de refugiados kosovares hambrientos, de los temibles F-117 despegando como murciélagos letales y, de vez en cuando, al presidente Clinton insistiendo, con cara grave, que "fueron forzados" a emprender esta "guerra por razones humanitarias". Se simplifica todo culpando al nuevo Hitler que ahora es Milosevic (de quien no se dice que hasta ayer nomás fue un aliado al que ellos mismos protegieron y engordaron) y se destaca una de las consecuencias de esta guerra para los norteamericanos: el aumento de la gasolina. Que la semana pasada costaba unos 30 centavos de dólar el litro y ahora cuesta 40. --Can-iu-biliv-it? --me pregunta John Brown cuando salgo a buscar el correo. Y hace un comentario sobre los cerezos que empiezan a florecer en la ardiente primavera sureña. Yo le devuelvo el saludo entre casual y provocador: --Qué barbaridad lo de Yugoslavia. ¿No le parece que es una guerra de intereses bastardos? --Oh, sí --responde velozmente John Brown, acomodando la alfombra de goma de su porche, en la que se lee la palabra "Welcome"--. Ese serbio bastardo no resistirá mucho tiempo. Y antes de entrar se toca la visera de su gorrita. Comprendo enseguida que la vida feliz está en otra parte, pero a mí me asaltan los interrogantes: ¿A quién beneficia realmente esta guerra? ¿Quiénes son los únicos que ganan con esta tragedia? Respuesta: la fabulosa industria bélica norteamericana y de sus aliados de la OTAN. Lo hacen defecando sobre todo el derecho internacional, anulando a las Naciones Unidas y (lo más cínico pero no lo peor) engañando a sus propios pueblos diciéndoles que se trata de una "guerra humanitaria". Los argentinos ya tuvimos la experiencia de Malvinas, cuando más allá de la incapacidad militar de la dictadura sufrimos la prepotencia de los "Aliados". Ahora, cuando este conflicto sólo reaviva la carrera armamentista; cuando las armas nucleares vuelven a ser la única garantía para que un país no sea atacado impunemente, y cuando un país como la Argentina ha sido desmantelado industrialmente luego de perder una guerra contra la misma OTAN (porque en esencia es la misma de 1982, a no engañarse), los ciudadanos deberíamos esperar que nuestro gobierno se plantara con una posición rotunda al respecto: decirle NO a esta guerra hipócrita que asesina víctimas inocentes, que puede destruir un país y una cultura, y que atropella el derecho internacional. Decirle NO a una guerra cínica que augura para el mundo un milenio muy sombrío, en el que los asuntos internos de cualquier Estado estarán abiertos a la acción militar de los más poderosos. Cualquier país o alianza bélica podrá sentirse autorizada a hacer justicia (mejor dicho, la justicia de sus intereses) por mano propia. Me pregunto, entonces: ¿La República Argentina no va a decir nada al respecto, aquí y ahora? Del otro lado de la pared me responde el televisor de John Brown: aquí han ganado los Patriots.
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