Por James Neilson |
Al presidente Carlos Menem aún le quedan casi nueve meses en el gobierno, pero debido al fracaso del operativo re-reelección su poder pronto se verá reducido hasta que se aproxime al conservado por su antecesor Raúl Alfonsín, luego de la derrota del radicalismo en las elecciones de 1989. Si la Argentina fuera una democracia ya madura con instituciones fuertes dicha realidad no tendría mucha importancia, pero por desgracia no lo es. Lejos de intentar afianzar las instituciones, Menem, fiel al lema maquiavélico de dividir para reinar, hizo lo imposible por debilitarlas, socavando así las estructuras políticas que lo hubieran ayudado a sobrevivir sin demasiados problemas a las tensiones previsibles de la fase final de su mandato. A partir de ahora, Menem comenzará a pagar el precio por su miopía. Aquí, el destino de un jefe personalista pero desprovisto de autoridad suele ser tan triste, como aquel de un portador de una enfermedad denigrante: sus amigos servibles lo abandonarán, sus subordinados no obedecerán sus órdenes y sus enemigos lo despreciarán por impotente. Desafortunadamente para él, Menem se las ha arreglado para granjearse algunos enemigos muy peligrosos, entre ellos el nuevo caudillo peronista, Eduardo Duhalde. Aunque el bonaerense acepte una tregua, no podrá permitirse el lujo de dejar dudas sobre quién es el que realmente manda en el PJ. Además, los seguidores de Duhalde, sus filas engrosadas gracias a la llegada de contingentes de ex menemistas ansiosos de ofrecerle pruebas contundentes de su lealtad, no pueden sino tratar de humillar a los pocos incondicionales que a pesar de todo se nieguen a distanciarse del Presidente. Para Menem, gobernar con todo el mundo en contra en medio de una feroz crisis económica que reclama soluciones será una pesadilla. Los líderes de la Alianza juran que harán cualquier cosa para que la gestión de Menem termine bien, pero también saben que no les convendría en absoluto ni a ellos mismos ni al país dar a entender que podrían tratar de protegerlo de las denuncias por corrupción que sin duda alguna se multiplicarán en los próximos meses. Obligados a elegir entre la voluntad de impedir que se produzca un vacío de poder donde estaba una presidencia muy fuerte por un lado y la de comprometerse con la legalidad por el otro, los aliancistas no podrán procurar frenar la ofensiva antimenemista. Antes bien, tendrán que encabezarla, lo cual plantea el riesgo de que la última etapa del menemato sea por lo menos tan agitada como la del período de Alfonsín.
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