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“ANNA: 6-18” Y “BARRIL DE POLVORA”, DOS PELICUlAS PARA NO PERDERSE
Entre el arte y el retrato social

Los films de Mijalkov y el serbio Paskaljevic ofrecen una visión de notable actualidad sobre la Rusia poscomunismo y el conflicto étnico que convirtió a Yugoslavia en un infierno. La posibilidad de ver “Anna: 6-18” es única: no se distribuirá en Argentina. El suceso del ciclo dedicado al italiano Nanni Moretti.

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“Barril de pólvora” retrata una noche de pesadilla en Belgrado, hoy bajo las bombas de la OTAN.
El film de Paskaljevic permite asomarse a la violencia étnica y social que sacude a los Balcanes.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes)  Al margen de la competencia oficial, en la que no conviene dejar pasar las últimas exhibiciones de la película kirguiz Beshkempir y la portuguesa Os mutantes, el Festival de Buenos Aires ofrece hoy, fuera de concurso, un doble programa construido por el azar, pero capaz de hablar de la actualidad política europea mucho mejor que cualquier especial de la CNN. Se trata de Anna: 6-18, del ruso Nikita Mijalkov, y Barril de pólvora, del serbio Goran Paskaljevic. A su manera, cada una ofrece un punto de vista muy particular: la primera sobre el proceso político ruso, en el que Mijalkov se vislumbra como un posible candidato al Kremlin, y la segunda sobre los atávicos conflictos internos que desangran la actual Yugoslavia y que determinaron la ofensiva de la OTAN.
Estrenada en la Berlinale 1994, Anna: 6-18 cobra hoy una actualidad que en su momento parecía difícil de vislumbrar, como si fuera el huevo de la serpiente de un director que parece ansiar un poder mucho más allá de la Unión de Cineastas que preside en Moscú. Anna tiene la particularidad de haber nacido como una home movie, una película casera que Mijalkov comenzó sin ninguna noción demasiado precisa allá por 1979, cuando su hija Anna cumplió seis años y se le ocurrió filmarla, haciéndole algunas preguntas muy simples: qué desea, qué odia, a qué le tiene miedo. Año a año, Mijalkov –en una idea brillante– fue repitiéndole a Anna esas mismas preguntas frente a cámara; primero como una forma de testimoniar el crecimiento de su hija, pero después, cuando tomó conciencia del enorme valor de su material, como una manera de dar cuenta también de la vida de todo un pueblo en un período particularmente crítico de su historia, a través de la historia individual de Anna.
na25fo03.jpg (7950 bytes)El resultado es sin duda apasionante, en primer lugar por la espontaneidad de las respuestas de la niña (que deja de ser espontánea a medida que se convierte en una adolescente, y ya no puede resolver esas mismas preguntas sin pensar), pero también porque revela una cualidad intrínseca del cine: la posibilidad de trabajar con el tiempo, de lograr que el pasado se pueda convertir en un eterno presente. A este material tan personal, tan íntimo, Mijalkov lo confronta con fragmentos documentales de la época y así pasan, como si la rueda gigante de la historia comenzara a girar frenéticamente, los rostros de Leonid Brezhnev y de sus fugaces sucesores: Andropov, Chernenko, Gorbachov y finalmente Boris Yeltsin. El comentario en off de Mijalkov nunca deja de ser crítico hacia sus dirigentes y también hacia su propio pueblo, porque el cineasta no concibe que la misma gente que antes abrazaba ciegamente las consignas del Partido Comunista ahora haya adoptado las formas más envilecidas del capitalismo.
“Esta es una película contra el olvido”, declaró en su momento Mijalkov en Berlín. Pero vista hoy, Anna parece luchar contra el olvido retrotrayéndose a un pasado anterior a la revolución misma. Nieto y bisnieto de famosos pintores, hijo de escritores y poetas (su padre escribió la letra del himno de la URSS), Mijalkov tiene sangre azul en sus venas, y más de un pasaje de Anna parece homenajear la Rusia zarista. Una Rusia que acaba de volver a celebrar en su realización más reciente, El barbero de Siberia, que antes de su presentación en el próximo Festival de Cannes le ha servido como plataforma de lanzamiento político, según consignan los corresponsales de la prensa internacional en Moscú. No por nada en su nueva película –estrenada el mes pasado en el Kremlin– Mijalkov vuelve a ponerse delante de las cámaras, interpretando a... Alejandro III, el penúltimo zar.
Por su parte, Barril de pólvora (o Bure Baruta, como figura en otras informaciones del festival) da una idea cabal del grado de violencia étnica y social que anida en la desintegración de Yugoslavia. El director serbio Goran Paskaljevic –de quien aquí en Argentina se recuerda su fábula La otra América– hace pasar todo el infierno de los Balcanes por una laberíntica noche de Belgrado, que se transforma en una pesadilla brutal. Con rostros frecuentes en el cine de Kusturica, Barril de pólvora está construido a la manera de un film coral, con un intenso mosaico de personajes que se entrecruzan reconociéndose solamente en sus odios recíprocos.
(Anna se exhibe hoy a las 22 en Abasto 2 y no tiene distribución en Argentina; Barril de pólvora se podrá ver hoy a las 19.30 en Abasto 3, y tiene estreno comercial confirmado en el país, aún sin fecha.)

HOY SE EXHIBE “¿SABES NADAR?”
Un Kaplan no-televisivo

Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes) Cuando esta noche Diego Kaplan se haga presente en el Abasto para acompañar el estrenona25fo02.jpg (10864 bytes) de su ópera prima, tal vez esté más tranquilo que en Huelva, donde la exhibió por primera vez. “Aquella vez me paré en la puerta de la sala, para ver la cara de la gente que había pagado para ver mi película”, le confesó Kaplan a Página/12. “Y juro que hay algunos rostros que aún hoy los recuerdo.” Director del “Drácula” de Carlín Calvo (quien finalmente será reemplazado en los últimos capítulos por Alberto de Mendoza), antes director del sexualmente confuso folletín de culto “¿Son o se hacen?” y mucho antes director de videoclips, recién a partir de aquella noche Kaplan se sintió un auténtico director de cine. Lo que siempre quiso ser. Y de lo que ciertamente se recibe con ¿Sabés nadar?, un trabajo pequeño y hermoso, una clase de cine joven pero sabio, moderno pero con clase. Y –¿por qué no?– mucho de clásico.
Basado en un ajustado guión de la jovencísima Constanza Novik, el film comienza con una sorpresiva escena entre Juan Cruz Bordeu y su madre Graciela Borges: una suerte de guiño cómplice que refiere a todo lo que no es el film. Porque en la historia del romance imposible entre Bordeu –un chanta porteño que viaja a Mar del Plata para olvidar un romance fallido– y Leticia Bredice –una camarera aspirante a estrella– poco hay del Kaplan kitsch de las series de TV. Anti-Un lugar en el mundo para la generación televisiva, ¿Sabés nadar? es una declaración de amor al mejor cine, que regala grandes actuaciones y una historia de ésas que merecen revisarse una y otra vez.
(¿Sabés nadar? se exhibe hoy a las 23.00 en el Abasto 5, con presencia del director. Repite mañana a las 18.00. Se estrena en junio.)

 

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