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Edictos policiales

Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) Esta noche el Gallego está especialmente generoso en la invitación de copas por cuenta de la casa y el bar parece haberse convertido en una gran fiesta de recepción. Después me voy enterando de que últimamente casi todos los parroquianos faltaron a la cita diaria y la razón fue que la mayoría estuvo preso. Cada uno cuenta las circunstancias de su detención.
–Pasó un patrullero frente a casa, vieron la jaula con el canario colgada en la terraza, pararon y me preguntaron: “¿De quién es el canario?”. “Mío”, dije. “¿De dónde lo sacó?”. “Lo heredé de mi difunta anciana madre que en paz descanse”. Y ahí nomás me llevaron preso.
–A mí me pararon en la entrada de la cancha. Me dijeron: “¿Y esa gorra gris y esa camiseta a rayas?”. “Son mías”, dije. “Adentro”, me dijeron.
–A mí unos amigos me invitaron a un asado y me pidieron que llevara la guitarra. Por cosas sentimentales que no viene al caso mencionar, mi guitarra siempre lleva un lazo negro. Tomé un taxi, la policía me paró a las dos cuadras y vieron la guitarra: “Ajá, así que lazo negro, guitarra con luto. Adentro”.
–El otro día me paró la cana en una esquina y me dijeron: “Arremánguese”. Me arremangué. Toda la vida tuve un tatuaje en el brazo, desde muchacho. Un cana dijo: “Ajá, así que un tatuaje con una flor, un barco y el nombre Rosita. Adentro”.
–Estábamos con mi novia sentados en el Botánico y mientras escuchábamos un tanguito de Pracánico, ella me leía Las aventuras de Rocambole, de Ponson du Terrail. Se acercaron dos policías, se miraron entre ellos y dijeron: “Rocambole más un tango de Pracánico, adentro”.
Como es fácil entender el desconcierto en el bar es enorme, nadie entiende nada y las conjeturas van y vienen. El Gallego llena una vez más las copas.
–Calma, señores, todo tiene su explicación en esta vida.
Abre un cajón, saca una hoja y la muestra para que todos podamos verla.
–¿Saben qué es esto?: un texto de Raúl González Tuñón sobre Juancito Caminador, donde describe las inconfundibles características que identifican a los chorros. Y la verdad es que González Tuñón es muy claro en sus dichos. Presten atención. Los ladrones usan gorra gris y camiseta a rayas, llevan una linterna sorda en el bolsillo, se enamoran de muchachas robustas, coleccionan tarjetas postales y usan un tatuaje en el brazo con una flor, un barco y el nombre Rosita. Los ladrones también suelen silbar, bajarse de los coches en movimiento, y bailar el vals. Escuchan tangos de Pracánico, se entusiasman leyendo Las aventuras de Rocambole, y aman sobre todo a su santa y anciana madre. Cuando ésta se les muere cantan un tango, lloran desconsoladamente, le ponen luto a la guitarra y, de los objetos dejados por la difunta a repartirse entre los hermanos, eligen una virgen de plata y el canario.
–¿Y con eso qué nos quiere decir don Gallego? –preguntamos todos.
–Les quiero decir que nuestros sabuesos locales, nuestros herederos de Sherlock Holmes, han adoptado el texto de Tuñón como manual y detector infalible de chorros. Esto que ven en mis manos es un nuevo edicto policial. Es lo primero que se aprende en la Escuela de Policía. Un material que nunca falta en las bibliotecas de las comisarías. Toda la policía es gran lectora de González Tuñón. Se lo saben de memoria. Y yo les aconsejaría que también ustedes hagan lo mismo, para que puedan andar tranquilos por la vida. Así que desde hoy tengan mucho ojo con enamorarse de muchachas robustas, ojo con las tarjetas postales, ojo con los tatuajes, las guitarras con luto y todo lo demás que acá se encuentra prolijamente enumerado. Abran la jaula y larguen a los canarios. Y si alguno tiene una medalla de plata heredada de su difunta y santa madre ni se le ocurra llevarla a empeñar que ahí lo va a estar esperando el largo brazo de la ley.

 

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