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UN TESTIMONIO DESDE LA “TIERRA DE NADIE” EN LA FRONTERA DE KOSOVO
Refugiados a merced de las pestes

En Blace, Macedonia. donde se apiñan 130.000 refugiados albano-kosovares que el gobierno local no quiere, las epidemias empiezan a propagarse. El flujo de fugitivos a la frontera kosovar es tan alto que ya entorpece las limpiezas étnicas de los serbios.

Vista parcial del campo de Stenkovec, montado por la OTAN entre Blace y Skopje,  capital macedonia.
El puente aéreo a terceros países empezó ayer, pero detrás aún quedan cientos de miles de refugiados.

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El País de Madrid
Por Enric González desde Blace, Macedonia

t.gif (862 bytes) Las epidemias se ciernen sobre 130.000 personas encerradas en tierra de nadie, de la región yugoslava de Kosovo, de la que huyen, y en la república de Macedonia, que se niega a absorber más refugiados. El gobierno macedonio confirmó ayer que se habían registrado casos de encefalitis y enterocolitis que hacían temer brotes de cólera y meningitis, pero descartó que pudiera hablarse de epidemia. “Son casos aislados y controlados”, dijo la vicepresidenta, Radmila Kiprijanova. Decenas de miles de refugiados albano-kosovares se arrastran sobre sus propios excrementos en la inmensa pocilga de Blace, expuestos a todo tipo de enfermedades.
Unas 10 personas mueren diariamente en los barrancos fronterizos. Al menos 23 niños han sido hospitalizados y dos de ellos han muerto. Otros tres adultos han sido ingresados en un hospital de Skopje con enfermedades infecciosas. “Nuestra máxima prioridad es sacar a esa gente de Blace”, declaró Paula Ghedini, delegada del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Macedonia. Ghedini indicó que el promedio de 10 cadáveres diarios –sólo una media: la situación es tan caótica que no existen datos exactos– aumentaría si la hondonada de Blace no era despejada. El barranco, en el que los refugiados se transforman poco a poco en espectros de sí mismos, es vigilado por soldados y policías que portan mascarillas. “Una simple medida de precaución”, según el gobierno.
El éxodo balcánico ha adquirido gigantescas proporciones. Con los 226.000 refugiados contabilizados en Albania y los 35.000 de Montenegro, los 7000 de Bosnia y los 6000 de Turquía, más los 130.000 que han entrado en Macedonia, el desplazamiento humano a los países vecinos de Kosovo afecta ya a 400.000.
En Blace esperan unos 50.000 albano-kosovares. Entre 50.000 y 70.000 más se aglomeran al otro lado de la frontera, según estimaciones de ACNUR. Los que están más allá del paso fronterizo ni siquiera pueden verse y contabilizarse, porque la masa de cuerpos se adentra en Kosovo, una región impenetrable en estos momentos a causa de la guerra.
Su situación debe ser terrible, ya que carecen de todo. Los refugiados que han podido conservar su pasaporte –los serbios retiran toda la documentación a los expulsados– y pasan la frontera afirman que nadie come desde hace días. Ghedini dijo ayer que la cola se extiende 25 kilómetros hacia el interior de Kosovo.
La aglomeración humana es de tal magnitud que dificulta incluso la limpieza étnica practicada por los serbios. Los trenes de la deportación masiva ya no pueden llegar a Blace, porque las vías están bloqueadas por miles de personas y vehículos, que la policía serbia se ve obligada a desviar hacia el paso fronterizo de Jacinze, unos 10 kilómetros al oeste. ACNUR teme que el desastre de Blace se reproduzca en Jacinze.
Parece increíble que, después de cinco días de hacinamiento y tragedia, Blace no haya sido despejado. El gobierno macedonio responde que no puede dejar que esa gente penetre en su territorio, a no ser que se trate de un simple tránsito hacia un tercer país. “Casi 70.000 personas han entrado ya legalmente y calculamos que otras 30.000 han pasado ilegalmente a través de las montañas. Dijimos desde el principio que nuestra capacidad de absorción no iba más allá de 20.000. Estamos desbordados. Ya no podemos más”, explicó un portavoz del Ministerio del Interior.
Las autoridades de Macedonia alegan, fundadamente, que la etnia albanesa (un 22 por ciento de la población) es muy impopular entre la mayoría eslava del país y que el flujo masivo acabará por desestabilizar unarepública que, con sólo 2,2 millones de habitantes, mantiene una existencia precaria desde que en 1991 accedió a la independencia. Parece claro, por otra parte, que la etnia albanesa es también muy impopular entre algunos miembros del gobierno macedonio.
La OTAN ha puesto en marcha un complejo mecanismo para recibir, preparar y distribuir en paquetes la ayuda alimentaria que llega del exterior, y la comida ya alcanza a los atrapados en Blace (aunque no a los del otro lado). Los soldados de la OTAN también han construido cuatro campos de refugiados que, aunque insuficientes para resolver la tragedia (su capacidad máxima ronda las 15.000 plazas), permitirían aliviarla. Los campos empezaban a llenarse ayer muy lentamente por las trabas burocráticas impuestas por Macedonia. Frente a la extraordinaria solidaridad mostrada por los albaneses de Macedonia (han acogido en sus propias casas a casi 70.000 personas y sus panaderías trabajan las 24 horas del día para hornear la harina que llega del exterior), los macedonios sólo están interesados por la evacuación. Desde la vicepresidenta Kiprijanova, que ayer mostró su impaciencia por el retraso en la puesta en marcha del puente aéreo destinado a llevarse a los refugiados, hasta el último ciudadano.

 


 

CONTINUA LA LIMPIEZA ETNICA DENTRO DE KOSOVO
Lo que el incendio se llevó

The Guardian de Gran Bretaña
Por Peter Beaumont desde Morini, Albania

t.gif (862 bytes) Primero un poco de humo, una línea enroscándose en torno de los techos de tejas. En segundos más giraba, todavía más negra, hacia el cielo. Luego hay una segunda y una tercera espiral, hasta que el cielo está lleno de un manto negro que hace que sea imposible ver el incendio de la quinta, la sexta y la séptima casa, salvo cuando asoma, ocasionalmente, una llama. A la una y diez, ayer a la tarde, la maquinaria antirrelaciones públicas serbia se puso nuevamente en funcionamiento. Frente a la prensa mundial que esperaba en la frontera albanesa para entrevistar a miles de albaneses étnicos forzados a dejar Kosovo, los serbios quemaron el pueblo de Vrbnica.
Una columna de refugiados de 35 millas de largo fue obligada a terminar el viaje en un valle incendiado, lleno de humo. Tal es su adiós. En el cruce, la única hilera de tractores, autos y cansados peatones cruzando esta frontera a través de la tierra de nadie a la desposesión, fue impulsada a un paso más vivo mientras los voluntarios asistían a los que llegaban, entregando paquetes de comida, paquetes tirados por las ventanillas a los enloquecidos refugiados.
El incendio de Vrbnica, un gesto de desafío al mundo, presagia un oscurecimiento y un aceleramiento de la crisis dentro de las cerradas fronteras de montañas de Kosovo donde la gente soporta sus pesadillas en soledad. El cuadro que emerge es una catástrofe pintada por números, cada detalle formando un cuadro general de horror. Mientras miramos cómo se incendia Vrbnica, Flori Bakalli, ahora un paramédico con Médicos del Mundo pero antes un médico de la ciudad étnicamente barrida de Djakovica, en el sudoeste de Kosovo, relató la última táctica atormentadora. “Ellos (las autoridades serbias) comenzaron a decirle a la gente en la frontera que se los invitaba a volver y regresar a sus hogares.” Aquellos que huyeron a través de la frontera albanesa en Morini ayer bajo la sofocante nube de humo, tenían fuertes razones para no regresar. El temor estaba reflejado en sus rostros, arrugados y contraídos después de tres días haciendo cola para escapar. Sus historias a veces son coherentes, a veces contadas con sollozos. A veces no tienen sentido, salvo por momentos de recuerdos de violencia.
Había un hombre de Suva Reka, en el sur de Kosovo. Su padre todavía está ahí, de manera que no da su nombre. “Fui un testigo ocular,” dice. “A las 5.30 de la mañana, la policía llegó a Suva Reka. Era el jueves (25 de marzo) después del bombardeo de la OTAN. Atacaron el segundo barrio de la ciudad. Venían del camino principal y asesinaban sin ningún aviso. Asesinaron a las familias que dieron sus casas a los inspectores de OSCE -la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, cuyas patrullas controlaban si se cumplía una promesa serbia de reducir las fuerzas en Kosovo–. La OSCE se fue de Kosovo justo antes que comenzaran los ataques de la OTAN. Es un cuento familiar y repetido. ¿Específicamente a quiénes mataba la policía serbia en este caso?, le preguntaban al hombre de Suva Reka. “Mataron a ocho de la familia de Vesel Berisha. Yo vi cuando asesinaban a la hija de 18 años de Ferat Kaice. Le dispararon con un rifle automático. Su casa se estaba incendiando. Estaba asustada y tratando de escapar. Sucedió en el cementerio de la ciudad a las 7 de la mañana. También fui un testigo ocular en Gjinovc. Nos pidieron dinero si queríamos escapar con vida. Nos amenazaron con armas. Pero yo vi cómo golpeaban a mucha otra gente.”
Hay otras historias, otras ciudades, otros pueblos. Con cada minuto llega otra historia. Sólo se pueden escuchar algunas. Cuando nos íbamos,miramos a través del valle al caserío de Gorozhdo. Y mientras mirábamos comenzó a humear.

 

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