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Por Cristian Alarcón Las imágenes de la guerra regresaban con la frecuencia de las bombas inglesas en esos setenta días del 82. En el último mes, en estos días que rodean al siniestro 2 de abril como el frío fango a los pies en la trinchera, había intentado suicidarse dos veces y había estado internado cuatro días en el Pabellón de Salud Mental del Hospital de Campo de Mayo. Finalmente, Luis Alberto Lopresti, 37 años, veterano de Malvinas, un hijo de 12, se colgó en la soledad de un departamento porteño, el domingo de Pascua, después de haber perdido su trabajo como remisero. Así pasó a engrosar la lista de 265 ex combatientes que se han quitado la vida desde el conflicto armado en las islas. Ayer, sus familiares y el presidente de la Federación de Veteranos de Guerra de la Argentina, Héctor Beiroa, responsabilizaron al Ejército Argentino por las pésimas condiciones en que son atendidos los sobrevivientes de la guerra en Campo de Mayo. Se los dopa, se los encierra, y se los devuelve a la calle sin ningún tratamiento. Desde 1983 que Lopresti pasaba por el Hospital Militar, en el deambular de quienes no disponen de servicios de atención alternativos. Si bien existe un programa de atención para veteranos de guerra dependiente del PAMI, no son muchos, de los 16 mil ex combatientes, quienes conocen las vías institucionales para llegar a él. Desde que salió de la guerra terminó siempre volviendo a ese lugar, quizás porque es más directo. Pero no lo trataban bien. Lo dopaban y no le daban contención, pero además los mezclaban con psicóticos y enfermos peligrosos. El contaba que las enfermeras no les decían el nombre, sino que los llamaban loquitos. A ver loquito, de aquí, o loquito de allá. Nunca por el nombre, le dijo a Página/12 Karina Lopresti, una de sus hermanas. Los veteranos de guerra continúan denunciando, después de 16 años, la poca contención social y estatal para quienes regresaron con serios traumas de Malvinas. Las pesadillas, el alerta permanente confundido a veces por los psiquiatras con la paranoia esquizofrénica, el adormecimiento emocional, o las evocaciones de escenas de la guerra que aceleran el ritmo cardíaco y generan angustia y ansiedad son algunos de los síntomas que pueden culminar en los casos severos con el suicidio. Consultada por Página/12, la psicóloga Cristina Solano, a cargo del servicio de salud mental de PAMI para Veteranos de Guerra, explica que la salida al trauma ha sido casi siempre individual. Por parte de la sociedad y del Estado no hubo ninguna contención. Casi todos los supuestos tratamientos que se implementaron fueron solamente para hacerlos callar. Los tratan en general como psicóticos y cuadros delirantes con terapias represivas, terapias de silenciamiento. Según los datos del servicio, que se desprenden de un testeo a nivel nacional, el nivel de suicidio de veteranos de guerra es alarmante: uno por mil por año. Lo que significa un promedio de 15 suicidios anuales. La familia Lopresti no sale del dolor. Venían acompañando el proceso depresivo de Luis. Cuentan que luego de unos de los intentos de muerte en el Hospital Militar se reunió un cuerpo de siete médicos y todo lo que hicieron fue darle un medicamento para la ansiedad. Después él volvió a ir con el padre pero cuando le mostraron el pabellón donde lo querían meter él no quiso dejarlo allí porque era un asco. Además Luis volvía más depresivo, ya no era ninguna ayuda. Su madre intentó que pasara las Pascuas en la casa de la familia, en Vicente López. El rechazó la invitación y, como solía hacer, cortó el teléfono. No tuvieron noticias de Luis hasta el lunes. Su pareja volvió del Chaco y lo encontró muerto. Ayer sus hermanas eran difíciles de ubicar. Estaban en un hospital de Vicente López. El padre de Lopresti sufrió un ataque cardíaco luego de la triste noticia sobre el destino de su hijo. Ayer este diario intentó hablar con algún profesional del servicio de salud mental del Hospital Militar de Campo de Mayo. En el pabellón dehombres atendió una enfermera. Soy civil y la única persona que está acá, llame por la mañana, contestó. Luis Lopresti dejó dos cartas. En ambas pide perdón por su decisión, y reitera lo que decía en vida: Quiero volver con mis compañeros. No quiero ser un estorbo para mi familia ni para la sociedad.
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