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FAMA

Por Rodrigo Fresán

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t.gif (862 bytes)  “Eso que dijo Andy Warhol en cuanto a que en el futuro todos van a ser famosos por quince minutos suena lindo, pero es mentira. En el futuro, muy pocos van a ser famosos ni siquiera por un minuto. Y la mayoría no va a ser famoso ni por un segundo”, sonríe el famoso Tony Gardela, productor de televisión. “Me he convertido en todo aquello que detestaba y ahora soy más feliz”, se maravilla Robin Simon, alguna vez neurótica profesora de literatura clásica y ahora relajada y famosa conductora de un programa de televisión dedicado a la vida de los famosos. Lee Simon, novelista frustrado y aspirante a guiones de cine trash, los mira desde afuera sabiendo que él no es famoso y nunca va a serlo.
“No quiero ser famoso. La fama ha arruinado mi vida y la de mi familia. No voy a hacer esa retrospectiva en el Whitney Museum”, aúlla el joven Pecker, fotógrafo amateur de dieciocho años nacido en la disfuncional Baltimore súbitamente convertido en la nueva estrella del mundo artístico neoyorquino.
Los tres primeros protagonizan Celebrity, la nueva y amarga comedia de Woody Allen. El segundo es el héroe de Pecker, flamante film de John Waters (un género en sí mismo, se sabe). Celebrity y Pecker son –además de dos muy buenas películas– un par de perfectos tractacs acerca de la fama y cómo conseguirla, cómo desearla y no tenerla, cómo despreciarla. Esas cosas que marcan el pulso y el paso de este fin de milenio marcado a fuego fatuo por figuras como Monica Lewinsky y su boca. Una época donde el ser famoso –no importa por qué exactamente; lo que importa es mantenerse famoso– equivale al estar vivo. De ahí que los famosos se la pasen hablando, siempre que pueden, sobre lo terrible que es ser famoso. Cábala. Superstición. Aquí, en España, acaba de aparecer un libro de entrevistas titulado El peso de la fama donde el que pregunta –Juan Cruz– sube y baja por personajes que alguna vez fueron personas y que posiblemente sigan siéndolo de puertas para adentro y a solas frente al espejo. Algunos, ya, más personajes que personas (como Isabel Preysler y aquel conductor ganso de “El juego de la oca” que supo ser Milikito y cuyo nombre no recuerdo pero sí recuerdo que la televisión argentina lo importó por una temporada con un sueldo seguramente astronómico) y otros como Pedro Almodóvar y José Saramago que han accedido a la categoría de personajes sin dejar de ser las personas que alguna vez fueron porque siempre –todavía– la fama no puede neutralizar al arte verdadero. Algo está claro: todos ellos existen y seguirán existiendo en la medida en que puedan seguir hablando, desde la fama, sobre los riesgos y molestias y la definitiva fragilidad de la fama que es la cosa más frágil que hay.
En Celebrity, el escritor en picada termina –acompañado por una multitud de famosos, pero más solo que nunca– en la platea de un cine de estreno mirando una película pésima en la que un avión escribe la palabra Help! en el famoso cielo de la famosa New York. Final infeliz. En Pecker, aquel que puede tenerlo todo termina renunciando a la gloria de los otros para acabar imponiendo su versión de la fama. Final feliz pero, bueno, un tanto improbable. La primera está dirigida por alguien que era un famoso director de cine y que después fue un famoso degenerado. La segunda por un famoso degenerado que hoy es un famoso director de cine. Nadie dijo que iba a ser fácil y –en algún sitio, en una delgada línea, se cruzan y se saludan– la fama es, para Allen, un “fenómeno histérico” y para Waters, “la histeria de los fenómenos”. Lo que no impide que ciertas historias verdaderas todavía entibien el alma y alimenten la esperanza: leo que la excelente y virtualmente desconocida banda escocesa Belle and Sebastian fue nominada como grupo revelación en los recientes Brit Awards junto a productos claramente marketineros y famosos como 5ive o Another Level. Imposible que ganaran. Pero como el galardón se decidía a partir de la votación de oyentes de Radio One, la banda escocesa hizo un llamado a sus seguidores por Internet para que los apoyaran aduciendo que era una oportunidad única para “dar un enorme corte de mangas a la industria musical”. Los seguidores –seguidores en serio y no seguidores por quince minutos máximo– respondieron en masa y Belle and Sebastian triunfó por varios cuerpos. Ahí están ahora. Un poco más famosos que antes y tal vez recordando la historia de un fan llamado David Bowie que persiguió a John Lennon hasta casi obligarlo a que compusieran juntos una canción llamada “Fame”. La canción se hizo famosa y David Bowie se hizo un poco más famoso de lo que ya era y tiempo después John Lennon –a quien la fama le importaba poco porque le había importado mucho y entonces, tal vez, experimentaba la indefinible angustia de saber que su fama era invulnerable y que iba a ser famoso por quince años luz mínimo– le firmaba un autógrafo a un fan llamado Mark David Chapman. Un hombre nada famoso, pero con muchas muchas muchas pero muchas ganas de serlo. Aunque no más sea por quince minutos, por favor, ¿sí?

 

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