Eso que dijo Andy Warhol en cuanto a que en el futuro
todos van a ser famosos por quince minutos suena lindo, pero es mentira. En el futuro, muy
pocos van a ser famosos ni siquiera por un minuto. Y la mayoría no va a ser famoso ni por
un segundo, sonríe el famoso Tony Gardela, productor de televisión. Me he
convertido en todo aquello que detestaba y ahora soy más feliz, se maravilla Robin
Simon, alguna vez neurótica profesora de literatura clásica y ahora relajada y famosa
conductora de un programa de televisión dedicado a la vida de los famosos. Lee Simon,
novelista frustrado y aspirante a guiones de cine trash, los mira desde afuera sabiendo
que él no es famoso y nunca va a serlo.
No quiero ser famoso. La fama ha arruinado mi vida y la de mi familia. No voy a
hacer esa retrospectiva en el Whitney Museum, aúlla el joven Pecker, fotógrafo
amateur de dieciocho años nacido en la disfuncional Baltimore súbitamente convertido en
la nueva estrella del mundo artístico neoyorquino.
Los tres primeros protagonizan Celebrity, la nueva y amarga comedia de Woody Allen. El
segundo es el héroe de Pecker, flamante film de John Waters (un género en sí mismo, se
sabe). Celebrity y Pecker son además de dos muy buenas películas un par de
perfectos tractacs acerca de la fama y cómo conseguirla, cómo desearla y no tenerla,
cómo despreciarla. Esas cosas que marcan el pulso y el paso de este fin de milenio
marcado a fuego fatuo por figuras como Monica Lewinsky y su boca. Una época donde el ser
famoso no importa por qué exactamente; lo que importa es mantenerse famoso
equivale al estar vivo. De ahí que los famosos se la pasen hablando, siempre que pueden,
sobre lo terrible que es ser famoso. Cábala. Superstición. Aquí, en España, acaba de
aparecer un libro de entrevistas titulado El peso de la fama donde el que pregunta
Juan Cruz sube y baja por personajes que alguna vez fueron personas y que
posiblemente sigan siéndolo de puertas para adentro y a solas frente al espejo. Algunos,
ya, más personajes que personas (como Isabel Preysler y aquel conductor ganso de El
juego de la oca que supo ser Milikito y cuyo nombre no recuerdo pero sí recuerdo
que la televisión argentina lo importó por una temporada con un sueldo seguramente
astronómico) y otros como Pedro Almodóvar y José Saramago que han accedido a la
categoría de personajes sin dejar de ser las personas que alguna vez fueron porque
siempre todavía la fama no puede neutralizar al arte verdadero. Algo está
claro: todos ellos existen y seguirán existiendo en la medida en que puedan seguir
hablando, desde la fama, sobre los riesgos y molestias y la definitiva fragilidad de la
fama que es la cosa más frágil que hay.
En Celebrity, el escritor en picada termina acompañado por una multitud de famosos,
pero más solo que nunca en la platea de un cine de estreno mirando una película
pésima en la que un avión escribe la palabra Help! en el famoso cielo de la famosa New
York. Final infeliz. En Pecker, aquel que puede tenerlo todo termina renunciando a la
gloria de los otros para acabar imponiendo su versión de la fama. Final feliz pero,
bueno, un tanto improbable. La primera está dirigida por alguien que era un famoso
director de cine y que después fue un famoso degenerado. La segunda por un famoso
degenerado que hoy es un famoso director de cine. Nadie dijo que iba a ser fácil y
en algún sitio, en una delgada línea, se cruzan y se saludan la fama es,
para Allen, un fenómeno histérico y para Waters, la histeria de los
fenómenos. Lo que no impide que ciertas historias verdaderas todavía entibien el
alma y alimenten la esperanza: leo que la excelente y virtualmente desconocida banda
escocesa Belle and Sebastian fue nominada como grupo revelación en los recientes Brit
Awards junto a productos claramente marketineros y famosos como 5ive o Another Level.
Imposible que ganaran. Pero como el galardón se decidía a partir de la votación de
oyentes de Radio One, la banda escocesa hizo un llamado a sus seguidores por Internet para
que los apoyaran aduciendo que era una oportunidad única para dar un enorme corte
de mangas a la industria musical. Los seguidores seguidores en serio y no
seguidores por quince minutos máximo respondieron en masa y Belle and Sebastian
triunfó por varios cuerpos. Ahí están ahora. Un poco más famosos que antes y tal vez
recordando la historia de un fan llamado David Bowie que persiguió a John Lennon hasta
casi obligarlo a que compusieran juntos una canción llamada Fame. La canción
se hizo famosa y David Bowie se hizo un poco más famoso de lo que ya era y tiempo
después John Lennon a quien la fama le importaba poco porque le había importado
mucho y entonces, tal vez, experimentaba la indefinible angustia de saber que su fama era
invulnerable y que iba a ser famoso por quince años luz mínimo le firmaba un
autógrafo a un fan llamado Mark David Chapman. Un hombre nada famoso, pero con muchas
muchas muchas pero muchas ganas de serlo. Aunque no más sea por quince minutos, por
favor, ¿sí?
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