En derechos humanos quedaríamos como falsos predicadores si
nos mantuviéramos en exactas definiciones académicas e ignoramos nuestra realidad.
Mientras nosotros nos imaginamos con todo entusiasmo un mundo en el derecho, el altruismo
y la defensa de la vida, caen bombas, misiles y toda la parafernalia de la cobardía que
da la fuerza bruta, en ciudades abiertas y matan niños, jóvenes encintas, adolescentes
que escriben poesía, maestros que enseñan a escribir y soñar, a trabajadores de la
salud que tratan de curar una herida mientras otros matan desde centrales de cohetes o de
aviones que ya ni muestran sus caras. Sonríen los fabricantes de armas, sonríen los
inmorales demagogos, los militares ponen caras de imprescindibles. Y los pueblos miran
para otro lado y no reaccionan mientras no les toque a ellos. Los obispos rezan. Los
intelectuales, callan. Los dirigentes sindicales del sistema visten cada vez mejor y se
dedican a sostener a los que están en el poder siempre y cuando no se los investigue en
su corrupción. Y los políticos profesionales se comportan como siempre.
Acabo de leer el testimonio del periodista alemán Erich Glauber de su visita al campo de
refugiados de Györ, en Hungría. Se llama Detrás de alambre de púa rodeado de un hedor
infernal. Yo lo hubiera titulado: A cincuenta años de la declaración de la carta de
derechos humanos. En ese campamento de refugiados van a parar kosovares pero también todo
aquel ser humano del tercer mundo que busca meterse sin visación a través de
las fronteras para buscar trabajo en los países grandes de Europa, es decir, las
víctimas directas de la globalización. Ese artículo comienza así: Apática, la
afligida mujer está sentada en la cucha de abajo de un armatoste para dormir. La mirada
de la mujer de unos treinticinco años está fija en el vacío mientras las cuentas del
rosario se deslizan durante horas por sus dedos. Hace apenas dos semanas que esta kosovar
apareció con tres hijos en el campamento en los suburbios de la ciudad industrial
húngara de Györ. La mujer no responde a mis preguntas. Al primer día de su llegada, su
hijita enferma fue llevada a un hospital. Desde ese momento a la mujer no se le permite
visitar a su propia hija, ni siquiera le informaron sobre su enfermedad. En el campo reina
un hedor infernal. Con una capacidad para 80 internados ya hay 240 personas. El piso del
único retrete está inundado de materias fecales y basura. Para comer deben ir en grupos
de veinte a otro campamento y lo tienen que hacer a paso rápido y luego comer en veinte
minutos, porque esperan otros turnos. Los refugiados entre sí se entienden por señas
cuando son de distintos países, porque hay sólo un traductor para todos. Cuando la gente
no aguanta más y protesta en forma desesperada, los guardianes sacan sus porras de goma y
les pegan a todos, también a las mujeres. El jabón y la pasta dentífrica enviados por
el Alto Comisariado de Naciones Unidas en forma gratuita para los refugiados les son
vendidos por los guardianes. Esto desespera a los perseguidos porque no reciben dinero y
deben oblar lo poco que tienen. Bien, basta.
Pero no nos lavemos las manos y apaguemos el televisor pensando qué bárbaros son los
seres humanos de otras latitudes. Vayamos al Bajo Flores. Esto ya no es extranjeros con
extranjeros, sino argentinos con argentinos, o argentinos con latinoamericanos, que es lo
mismo, mejor dicho que debería ser lo mismo. El Bajo Flores es espejo de nuestra
vergüenza, es la copia del campo de refugiados de Györ. Si se comparan los noticieros
del mismo día se va a ver que son idénticos los rostros de los niños con esa tristeza
que da el sentir el desamparo en que los dejan. En vez de reír con los juguetes, aprenden
a soportar lo injusto entre asombrados y asustados. Aprenden las injusticias desde el
vientre de sus madres.Aprenden a saber, desde que miran la luz, que para ellos nunca
llegarán la felicidad y la ternura, dos mil años después de Jesucristo. Qué fracaso
para los cristianos: dos mil años y cada vez hay más globalización de la hipocresía y
el egoísmo.
Ni los niños de Györ ni de Kosovo ni del Bajo Flores aquellos más blancos, los
nuestros con el hermoso color de la tierra son considerados seres humanos por una
sociedad mundial egoísta y corrupta. Ni tampoco los niños de Belgrado a los cuales se
les mandan bombas y misiles en la forma más cobarde y bestial. Pero claro, luego el
hombre de la Casa Blanca de Washington, descendiente directo de Antístenes el Cínico,
pide disculpas si hay niños que mueren después de autorizar el lanzamiento de bombas y
misiles. Pero después, en brutal constancia, prosigue con más misiles, como postre, de
acuerdo con los principios éticos de nuestro comisario Patti, cambiándole sólo una
palabra: primero tiro y después pido disculpas.
Hemos visto cómo nuestros así llamados representantes del pueblo se lavaron
las manos de su responsabilidad con comunicaditos de palabras que se las lleva el viento
en vez de salir a la calle, acampar en la villa quemada y decir: de aquí no nos movemos
hasta que las familias con niños no reciban una casa de material.
A apenas dos centenas de días del segundo milenio vemos como la Biblia ha ido a parar
junto al calefón. Donde el Papa pide por Pinochet y a nosotros se nos da a elegir entre
candidatos, uno que se pasó sonriendo a la dictadura y luego levantó el brazo para
darles el perdón a los asesinos de uniforme y el otro no se dio cuenta de que
en su provincia se prohijó la maldita policía. Es así que hoy la única esperanza de
que se prenda una lucecita al final del túnel son los organismos de derechos humanos con
esas mujeres del pañuelo blanco a la vanguardia, que no paran de caminar.
La OTAN ha pisoteado a Naciones Unidas. Desde la guarida militar defensora de un sistema
de privilegios se mata desde el aire con bastante precisión, una precisión que tal vez
muy pronto ayude a matar sin tener que pedir disculpas. Principios morales ya no sirven
para nada. Se ataca a Serbia que quiere la llamada limpieza étnica a tiro limpio pero se
ignora el genocidio contra el pueblo kurdo por parte de los turcos. Claro, la diferencia
es que Turquía que nunca fue castigada por la matanza de cientos de miles de
armenios en la segunda década de este siglo es gran compradora de armas
occidentales y tiene un territorio estratégico en la política internacional. Negocios
son negocios. Moral occidental y cristiana. Clinton y su moral de bragueta. El Papa y
Pinochet, don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín, siglo veinte cambalache
problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil.
A doscientos días del segundo milenio nuestros modelos patrios son Bussi, Patti y Rico.
Nuestro himno nacional, el tango Cambalache. Discepolín desde el cielo
sonríe traspasado de tristeza. Cinco cajas manzaneras llegan al Bajo Flores con doce
horas de retraso mientras que nuestro Presidente juega al golf a pocos pasos del súper
aeropuerto de Anillaco. Los argentinos somos derechos y humanos.
Pero todavía no se ha borrado la palabra coraje que las mujeres de pañuelo blanco
grabaron para siempre en las calles argentinas. Y ya despuntan los Hijos en las anchas
alamedas que abrieron sus padres. El general Balza se ha escondido en el Hospital Militar.
Tiene hernia de disco.
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