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Moral de bragueta

Por Osvaldo Bayer

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t.gif (862 bytes) En derechos humanos quedaríamos como falsos predicadores si nos mantuviéramos en exactas definiciones académicas e ignoramos nuestra realidad. Mientras nosotros nos imaginamos con todo entusiasmo un mundo en el derecho, el altruismo y la defensa de la vida, caen bombas, misiles y toda la parafernalia de la cobardía que da la fuerza bruta, en ciudades abiertas y matan niños, jóvenes encintas, adolescentes que escriben poesía, maestros que enseñan a escribir y soñar, a trabajadores de la salud que tratan de curar una herida mientras otros matan desde centrales de cohetes o de aviones que ya ni muestran sus caras. Sonríen los fabricantes de armas, sonríen los inmorales demagogos, los militares ponen caras de imprescindibles. Y los pueblos miran para otro lado y no reaccionan mientras no les toque a ellos. Los obispos rezan. Los intelectuales, callan. Los dirigentes sindicales del sistema visten cada vez mejor y se dedican a sostener a los que están en el poder siempre y cuando no se los investigue en su corrupción. Y los políticos profesionales se comportan como siempre.
Acabo de leer el testimonio del periodista alemán Erich Glauber de su visita al campo de refugiados de Györ, en Hungría. Se llama Detrás de alambre de púa rodeado de un hedor infernal. Yo lo hubiera titulado: A cincuenta años de la declaración de la carta de derechos humanos. En ese campamento de refugiados van a parar kosovares pero también todo aquel ser humano del tercer mundo que busca meterse –sin visación– a través de las fronteras para buscar trabajo en los países grandes de Europa, es decir, las víctimas directas de la globalización. Ese artículo comienza así: “Apática, la afligida mujer está sentada en la cucha de abajo de un armatoste para dormir. La mirada de la mujer de unos treinticinco años está fija en el vacío mientras las cuentas del rosario se deslizan durante horas por sus dedos. Hace apenas dos semanas que esta kosovar apareció con tres hijos en el campamento en los suburbios de la ciudad industrial húngara de Györ. La mujer no responde a mis preguntas. Al primer día de su llegada, su hijita enferma fue llevada a un hospital. Desde ese momento a la mujer no se le permite visitar a su propia hija, ni siquiera le informaron sobre su enfermedad. En el campo reina un hedor infernal. Con una capacidad para 80 internados ya hay 240 personas. El piso del único retrete está inundado de materias fecales y basura. Para comer deben ir en grupos de veinte a otro campamento y lo tienen que hacer a paso rápido y luego comer en veinte minutos, porque esperan otros turnos. Los refugiados entre sí se entienden por señas cuando son de distintos países, porque hay sólo un traductor para todos. Cuando la gente no aguanta más y protesta en forma desesperada, los guardianes sacan sus porras de goma y les pegan a todos, también a las mujeres. El jabón y la pasta dentífrica enviados por el Alto Comisariado de Naciones Unidas en forma gratuita para los refugiados les son vendidos por los guardianes. Esto desespera a los perseguidos porque no reciben dinero y deben oblar lo poco que tienen”. Bien, basta.
Pero no nos lavemos las manos y apaguemos el televisor pensando qué bárbaros son los seres humanos de otras latitudes. Vayamos al Bajo Flores. Esto ya no es extranjeros con extranjeros, sino argentinos con argentinos, o argentinos con latinoamericanos, que es lo mismo, mejor dicho que debería ser lo mismo. El Bajo Flores es espejo de nuestra vergüenza, es la copia del campo de refugiados de Györ. Si se comparan los noticieros del mismo día se va a ver que son idénticos los rostros de los niños con esa tristeza que da el sentir el desamparo en que los dejan. En vez de reír con los juguetes, aprenden a soportar lo injusto entre asombrados y asustados. Aprenden las injusticias desde el vientre de sus madres.Aprenden a saber, desde que miran la luz, que para ellos nunca llegarán la felicidad y la ternura, dos mil años después de Jesucristo. Qué fracaso para los cristianos: dos mil años y cada vez hay más globalización de la hipocresía y el egoísmo.
Ni los niños de Györ ni de Kosovo ni del Bajo Flores –aquellos más blancos, los nuestros con el hermoso color de la tierra– son considerados seres humanos por una sociedad mundial egoísta y corrupta. Ni tampoco los niños de Belgrado a los cuales se les mandan bombas y misiles en la forma más cobarde y bestial. Pero claro, luego el hombre de la Casa Blanca de Washington, descendiente directo de Antístenes el Cínico, pide disculpas si hay niños que mueren después de autorizar el lanzamiento de bombas y misiles. Pero después, en brutal constancia, prosigue con más misiles, como postre, de acuerdo con los principios éticos de nuestro comisario Patti, cambiándole sólo una palabra: primero tiro y después pido disculpas.
Hemos visto cómo nuestros así llamados “representantes del pueblo” se lavaron las manos de su responsabilidad con comunicaditos de palabras que se las lleva el viento en vez de salir a la calle, acampar en la villa quemada y decir: de aquí no nos movemos hasta que las familias con niños no reciban una casa de material.
A apenas dos centenas de días del segundo milenio vemos como la Biblia ha ido a parar junto al calefón. Donde el Papa pide por Pinochet y a nosotros se nos da a elegir entre candidatos, uno que se pasó sonriendo a la dictadura y luego levantó el brazo para darles el perdón a los asesinos de uniforme y el otro “no se dio cuenta” de que en su provincia se prohijó la maldita policía. Es así que hoy la única esperanza de que se prenda una lucecita al final del túnel son los organismos de derechos humanos con esas mujeres del pañuelo blanco a la vanguardia, que no paran de caminar.
La OTAN ha pisoteado a Naciones Unidas. Desde la guarida militar defensora de un sistema de privilegios se mata desde el aire con bastante precisión, una precisión que tal vez muy pronto ayude a matar sin tener que pedir disculpas. Principios morales ya no sirven para nada. Se ataca a Serbia que quiere la llamada limpieza étnica a tiro limpio pero se ignora el genocidio contra el pueblo kurdo por parte de los turcos. Claro, la diferencia es que Turquía –que nunca fue castigada por la matanza de cientos de miles de armenios en la segunda década de este siglo– es gran compradora de armas occidentales y tiene un territorio estratégico en la política internacional. Negocios son negocios. Moral occidental y cristiana. Clinton y su moral de bragueta. El Papa y Pinochet, don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín, siglo veinte cambalache problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil.
A doscientos días del segundo milenio nuestros modelos patrios son Bussi, Patti y Rico. Nuestro himno nacional, el tango “Cambalache”. Discepolín desde el cielo sonríe traspasado de tristeza. Cinco cajas manzaneras llegan al Bajo Flores con doce horas de retraso mientras que nuestro Presidente juega al golf a pocos pasos del súper aeropuerto de Anillaco. Los argentinos somos derechos y humanos.
Pero todavía no se ha borrado la palabra coraje que las mujeres de pañuelo blanco grabaron para siempre en las calles argentinas. Y ya despuntan los Hijos en las anchas alamedas que abrieron sus padres. El general Balza se ha escondido en el Hospital Militar. Tiene hernia de disco.

 

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