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  AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR
AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR

 



FACETAS DEL "DAÑO PSICOLOGICO" EN LA ARGENTINA DE HOY Y SU REPERCUSION EN LA SALUD MENTAL
Solitarios, asustados gladiadores contemporáneos

Un relevamiento de los inadvertidos daños que las actuales condiciones de vida generan en conductas habituales de la vida cotidiana y, en especial, en las profesiones "psi".

Por Hernán Kesselman

t.gif (862 bytes) La perversión ética individualista y eficientista, cultura dominante del mercado, es una infección social que obliga a interrogar nuevamente la ética de la cura y de la trasmisión de los conocimientos en el campo de la psicología, configurando un daño psicológico en y entre nosotros mismos, pacientes y terapeutas. Describiré algunas formas, que sintetizan el cortejo sintomático y los signos comentados con frecuencia en mis grupos de estudio. Estos comentarios, que parecerían no ser pertinentes a la tarea clínica, pasan a formar parte de ella cuando se convierten en objetos de estudio. Incluso, como nos enseñó Pichon-Rivière, pueden configurar cuadros diagnósticos para una psicología y psicopatología de la vida cotidiana de los trabajadores en salud mental.

Estilo portero eléctrico. Los pacientes privados de terapia grupal tienden a no tolerar el estar con el otro, escuchando en silencio; sienten que el otro, al hablar, les ocupa el espacio para expresar sus propios problemas. Como en la información mediática, donde es lo mismo lo trágico que lo banal, en la máquina de producción de subjetividad singular o colectiva se puede manifestar un zapping psicológico, una imposibilidad de respetar la pausa. El sentido de la pausa es reponer la diferencia que la sobreinformación y las noticias barren en el que escucha y mira. Pero se acrecienta la voracidad del "me toca a mí". Sin darse cuenta de que en el silencio, si sabe esperar, seguramente podrá ser hablado por los otros, a través de las multiplicaciones resonantes o de los discursos ajenos. Pausa de la que surgen las voces de las diferencias conectadas entre sí. En lugar de esto, cada uno espera que hable el otro y termine lo antes posible, para que no le quite tiempo a su discurso, lo cual organiza un sistema de comunicación donde sólo puede hablar uno por vez: es el sistema Portero Eléctrico.

Otro tema conectado con éste es la dificultad de cobrar un honorario grupal. Hasta 1976 era norma común, tanto en los grupos de estudio como terapéuticos que conducía en la práctica privada, la designación de un rol de tesorero o recaudador, rotativo entre los integrantes, que se ocupaba de la recolección de mis honorarios, las colectas para materiales diversos y proponer soluciones compartidas frente al inconveniente económico que pudiera presentar algún o algunos integrantes. En la actualidad, desde que retorné a la Argentina en 1986, esto es impracticable en nuestro medio, donde se naturalizó que a nadie le compete hacerse cargo de los problemas económicos de sus compañeros de grupo. Actualmente en los grupos, todo lo de cada uno podría ser responsabilidad de los demás... menos el dinero. Cuando alguien sufre, todos o casi todos apoyan y a todos les concierne, aun cuando sólo se trate de llegadas tarde o de ausencias que desfiguran las condiciones de seguridad psicológica del encuadre. Pero cuando alguien debe dinero, es un problema del que me debe, no tratable en grupo sino privadamente conmigo, el terapeuta. Cada uno paga lo suyo "a la americana", como cuando van a tomar un café al bar de la esquina.

 

Resonancia y rebote. Lo íntimo, exhibido públicamente, es incoherente, provoca la mirada obscena; ya que nada en sí es obsceno, sino en la medida en que alguien lo muestra para provocar una mirada o una escucha obscena. En los grupos con seguridad psicológica, lo íntimo, al socializarse, deja de ser íntimo para ser personal. Y, al ser personal, corresponde con su singularidad a la subjetividad grupal, resuena en la intimidad de cada uno, en lugar de rebotar como un boomerang que retorna o como contra un frontón que devuelve sin incorporar. Así, la dinámica circulatoria de estas intimidades se diferencia del strip-tease, donde el que se desnuda muestra el cuerpo y el que mira está en la oscuridad. En una sesión, cuando alguien pide ayuda o plantea un problema personal y cada uno, en lugar de resonar con el otro desde su diapasón vibratorio personal, se lo rebota proponiéndole precozmente soluciones, dándole consejos o haciéndole interpretaciones sobre su conducta, allí no hay grupo análisis operativo sino un "psicoanálisis individual en público", donde se acentúa al antedicho síndrome de Portero Eléctrico y algunos pacientes pueden sentir que han pasado toda la sesión sin haber tratado "su" problema y pensar que lo que mejor le convendría serían sesiones individuales.

Síndrome del interrogador. "Los argentinos no preguntan, interrogan", observó un amigo danés cuando visitó la Argentina. Variante del síndrome anterior. La mayoría de los adultos no saben hablar con un niño si no lo someten a un interrogatorio inacabable. ¿Cómo te llamás? ¿Cuántos años tenés? ¿A qué escuela vas? ¿En qué grado estás? ¿Te gusta tu nueva hermanita? Los niños deben someterse, a veces con una paciencia que pocos adultos tendrían, a las encuestas insólitas de personas adultas que sólo saben acercarse de esa manera. No preguntan para saber sino para extraer del niño palabras de su boca. Y el niño suele responder con una contestación monosilábica que cierra y obliga al interrogador a realizar otra pregunta o a abandonar la tarea de hacerse amigo. Hay personas que nos tratan como si fuéramos niños, interrogando. No saben cómo relacionarse con nosotros de otra forma aunque quisieran.

Síndrome del locutor. Es lo contrario del anterior: especie de sordera psicológica donde el que habla no necesita diálogo sino audiencia. Podríamos dejar el teléfono sobre la mesa, ir al baño y volver y no se darían cuenta. Hablan para depositar sus angustias y comentarios en el silencio de la oreja de quienes los escuchan y pueden hablar largo rato sin necesitar una pausa, una opinión, un comentario. Cuando respondemos, parecería que hubieran escuchado y entendido, pero la secuencia de su discurso muestra la apariencia de su escucha como una excusa para seguir hablando. "No dialogan, locuyen", diría mi amigo el danés.

Síndrome del gladiador. El capitalismo neoliberal instaló una ética feroz en la guerra por la supervivencia al plantear una competencia de todos contra todos: el síndrome del gladiador. Etica antisolidaria, anti-red, de supervivencia individualista. Terapeutas y pacientes, terapeutas entre sí, pacientes entre sí, se acostumbran a desconfiar mutuamente cada uno del otro y la conexión es tan efímera como lo son los contratos temporales en el mercado de trabajo. Siguiendo la lógica de pandilla adolescente que instaló el mercado, no es tanto que la gente quiera estar dentro de los cursos y terapias: lo que no quiere es quedarse afuera. Tienen miedo a perder el tren.

Para más, y siguiendo las costumbre del resto de las ofertas mercantiles, se ha naturalizado por parte de los prestadores en salud mental la mostración gratuita sin ningún compromiso de continuidad. Esto ha convocado un daño psicológico que aparece sin cesar entre usuarios y prestadores en el campo de la salud mental: es el "toco y me voy", tan vistoso en el fútbol y tan doloroso al no garantizar la seriedad del trabajo en nuestro campo. Por parte de los pacientes, ha fomentado un deambular extenso de hipocondríacos, de pacientes resistentes al psicoanálisis o a cualquier terapia procesal (prolongada): en busca de un lifting psicológico que los ponga o reponga en el circuito del éxito, van probando de terapeuta en terapeuta sin darse ni dar el tiempo necesario para crear y atravesar las crisis que necesita toda estructura enferma cuando es enfrentada.

Estimulados por los modelos que absorben desde los mass media, muchos pacientes acuden demandando identidades prêt-à-porter, para la terapia, y fast-food para la formación profesional. Así, es frecuente el abandono sin aviso previo del paciente, que muchas veces ya ha iniciado otro tratamiento con algún colega de esos que no pueden rechazar trabajo o que no se toman el tiempo y el riesgo de comunicarse con el terapeuta abandonado. Amparados por la consigna "ética" de que "el paciente está primero que el colega", transportan la infección subyacente: "El cliente siempre tiene razón".

En la formación de terapeutas, igualmente se da una oferta que convierte al vendedor en esclavo de la aceptación de su consumidor, fomentando una movilidad en el alumnado, que va y viene, sin saber bien lo que quiere, y que en muchos casos suele abandonar los cursos antes de llegar a saberlo. Y así docentes y alumnos se acostumbran a contratarse mutuamente con "contratos-basura" que son mejor que nada y que siempre están a la espera de otra cosa mejor.

La ley del amo y del esclavo se invierte según las situaciones. Cuando es la hora de consumir servicios, el que los presta satisfaciendo la demanda del usuario es el amo; a la hora de continuar el proceso iniciado o a la hora de pagarlo, el que los recibe, paciente o alumno, es el amo. Pero ambos son esclavos del efecto sórdido de una cultura de feroz sobrevivencia laboral: la cultura del "raviol", de la narcooferta: el primero te lo regalan, el segundo te lo venden. La vocación de los prestadores es un recuerdo de las épocas románticas. Y a veces es arbitrariedad que se visualiza en el sometimiento que se impone a los pacientes, junto con la mecanización burocrática en el trato: el maltrato debería estudiarse como una enfermedad profesional, tal como la silicosis en los pulmones de los mineros o la artrosis en la mano de un oficinista.

* Miembro fundador del Servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús (1956); ex profesor de psicología médica en la UBA; fundador de la Escuela de Psicología Social de Madrid y director del Centro de Psicoterapia Operativa.

 

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