EL SENADOR |
Pese a haber frecuentado las aulas del Colegio Nacional de Buenos Aires, Miguel Cané difícilmente lo hubiera elegido como personaje. Es que sus primeros pasos en la política no fueron felices: a los 18 años, el hoy gran "operador" del menemismo, Carlos Vladimiro Corach, hijo de un abogado laboralista de filiación social-demócrata, fue expulsado de las filas de la juventud socialista bajo el cargo de "intrigante". Quizá el principismo de los jóvenes de la Segunda Internacional le haya hecho un favor: una tradición a punto de extinguirse seguía impidiendo a los hombres de la socialdemocracia disputar escaños en la Cámara alta o a aspirar a puestos en el Ejecutivo: un socialista, so pena de gravísimas contradicciones, no podía ser comandante en jefe de las fuerzas armadas ni dirigir a la policía. Expatriado del socialismo, Carlos Corach se acercó a los radicales. Cuando el debate interno en la UCR polarizó las pasiones, Carlos Corach, heredero junto a sus dos hermanos del estudio paterno de Junín al 600, ferviente antiperonista, se alineó con Arturo Frondizi. En el '63 volvió a romper y se abocó a la actividad de abogado laboralista. Sostienen que fue la relación que trabó con Gregorio Pérez Companc en la pesquera Santa Elena la que acercó al "estudio Corach" a la zona naval y a la Cámara de Armadores Pesqueros y Carga. Una vinculación con la industria que todavía se mantiene y lo contactó asimismo con el empresario peronista Jorge Antonio, propietario, entre otras cosas, de la turbulenta pesquera Estrella de Mar. Una insegura cronología indica que recién en 1976 Carlos Corach formalizó su aproximación al justicialismo. En 1981, esa simpatía acabó concretándose en la designación como apoderado del partido. Desde allí respaldó a Antonio Cafiero. Tras las internas de 1988 corrigió el rumbo y puso sus fichas al candidato ganador, Carlos Saúl Menem. El menemismo le iba a dar la primera gran oportunidad en la función pública: después de destinos de segunda línea en el Ministerio de Salud y en el Ministerio del Interior, llegó el ofrecimiento de la Secretaría Legal y Técnica. A la jura iba a asistir, precisamente, Jorge Antonio, un contacto que, por esas cosas de la vida, no perturbaba la amistad del nuevo secretario con el ex presidente de la DAIA, David Goldberg. Eran los albores del menemismo; ninguno de sus tres hijos varones se interesaba por la política y los adláteres de José Manuel de la Sota pedían su cabeza por la sospechosa protección brindada a María Romilda Servini de Cubría, la jueza encargada de investigar el "narcogate". "Debe dejar su cargo", reclamaban. No cabía duda, Carlos Corach era un personaje controvertido. Para el ultramenemismo había nacido un "estratega", una sorda enemistad lo enfrentaba al ministro del Interior Carlos Ruckauf y a Hugo Anzorreguy, contra quien batallaba por el control del Poder Judicial. Para Raúl Alfonsín era nada más y nada menos que "el hombre del gobierno encargado de los trabajos sucios". Corach neutralizaba a los adversarios con un respaldo de fuste: Eduardo Bauzá. En 1995, Carlos Menem presidente le ofreció subir un peldaño en la escala: la jefatura del Ministerio del Interior. Ese año tendría su segunda satisfacción: deseaba ser reconocido por el voto y obtuvo los suficientes para convertirse en convencional de la Constitución surgida del Pacto de Olivos, un acuerdo del que había sido piedra angular. Sabía que nadie sale indemne de ese puesto que es corazón del aparato de gobierno. Pero estaba munido de una coraza de amianto. Y fue la que le sirvió para resistir, imperturbable, los reclamos por el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, el formidable abucheo de los concurrentes al acto de recordación del atentado a la AMIA y las acusaciones de cobijar en su estructura las hilachas del masserismo representadas, entre otros, por Carlos Tórtora y Hugo Franco. Como a Francisco de Quevedo, una servilleta lo puso en apuros. Claro que el ministro no había escrito una epístola "satírica y censoria" a los abusos del sino, por el contrario, media docena de nombres de magistrados incondicionales. Tan incondicionales como su propio apoyo a Carlos Menem en la obsesión reeleccionista. Fracasado el intento y ante la inminencia del fin de un ciclo, el abogado laboralista de Junín al 600 buscó atracar en puerto seguro y se postuló a senador. Ya tenía, de todos modos, un relevo para el 2000: su hijo Hernán, el mismo que no quería saber nada de política en 1991 y ha terminado comprendiendo que pertenecer tiene sus privilegios.
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