Un atajo hacia el Senado Por Mario Wainfeld |
Los tres integrantes del gabinete nacional se alinearon de izquierda a derecha (o si se quiere por orden de estatura), unieron sus manos y entonaron con conveniente énfasis la marcha peronista. Carlos Corach, Raúl Granillo Ocampo y Miguel Angel Toma concelebraron así su victoria ante una nube de fotógrafos. Los reporteros gráficos se apiñaban para consagrar el momento, en parte porque esa foto es de rigor y en parte porque durante toda la campaña fue imposible obtener una imagen gráfica del ministro del Interior junto a sus compañeros de lista. Ni los afiches ni los actos registraron su presencia. Corach fue un candidato clandestino hasta que se abrieron las urnas. A las siete de la noche celebraba su ingreso directo al Senado, sin que su tránsito fuera intermediado por los ciudadanos porteños. A las nueve cenaba con el presidente Carlos Menem, festejando. A medianoche sus compañeros de las otras dos listas seguían objetando su victoria pero el gesto del Presidente sugiere que ya está consagrado. La senaduría que el PJ Capital atesora hasta el año 2001, en la que Corach (si las objeciones no prosperan) se sentará desde el 10 de diciembre, es uno de los subproductos del Pacto de Olivos. Radicales y peronistas acordaron modificar la Constitución para que hubiera tres senadores por distrito en vez de dos. El engendro se completaba atribuyendo ese senador a la minoría del distrito. El tercer senador era básicamente una contrapartida para el radicalismo (minoría en muchas más provincias que el PJ) a cambio de la presa mayor: la reelección presidencial. Su finalidad esencial (valga rememorar que al momento de sellarse el Pacto el Frepaso no estaba aliado a la UCR y asomaba como alternativa) era mantener la hegemonía del Senado en manos de los dos grandes partidos. El modo elegido era manifiestamente antidemocrático: sustraer al voto popular una enorme cantidad de bancas. La vida tiene sus vueltas y un menemista de pura cepa capitaliza un invento amañado básicamente para favorecer a la UCR. Eso sí, conservando lo esencial: posibilitar que los senadores sean ungidos para cubrir necesidades de los partidos y no de los votantes. Horacio Massacessi y Eduardo Angeloz son ejemplos de políticos desprestigiados que ocupan una banca merced a ese pecado original. Los ignotos senadores truchos justicialistas de Chaco y Corrientes agregan a su irrepresentatividad la ilegalidad producto de la inescrupulosidad del peronismo (que para esos fines fue toda unidad ya que el duhaldismo y el menemismo avalaron la violación constitucional). Que Corach se quede con la tercera senaduría de la Capital es, desde la lógica interna del oficialismo, sagaz: premia a quien a diario ejercita el difícil arte de defender lo indefendible, explicar lo inexplicable y poner la cara en la puerta de su casa para recibir cachetadas que genera la Rosada en su conjunto. No sería apenas un beneficio individual para Corach: le agrega poder a futuro al menemismo. Corach no será un senador más. Si la Alianza opositora llega al gobierno lo hará en un marco de relativa debilidad institucional (gobernando menos provincias que el PJ, con ajustada mayoría en diputados y minoría en senadores). No es difícil predecir, en ese escenario, que el flamante senador será para el nuevo gobierno un hueso duro de roer. El Ministerio del Interior, si se lo maneja como lo hizo Corach (y como lo hizo uno de sus antecesores, Enrique "Coti" Nosiglia, otro político sin votos habituado a moverse entre bambalinas que está presto a recibir un suculento premio de su partido, en este caso el Comité Capital del radicalismo) garantiza relaciones personales perdurables con poderes reales no siempre democráticos (la policía, los servicios de inteligencia, los líderes sindicales más acomodaticios) y también permite acceso a ingentes recursos económicos. Pactos preexistentes, relaciones opacas que --sumados a la innegable muñeca de Corach-- lo transformarán en una referencia política no menor. El menemismo estuvo ayer a un tris de pagar muy caro el error de haberse presentado dividido en dos listas. Y terminó en un final cabeza a cabeza enfangado por denuncias recíprocas. Por vía de un mecanismo tortuoso pero no ilegal aseguró un espacio institucional para uno de sus paladines. Un rebusque que parece escaparse entre los dedos a Erman González o Claudia Bello quienes, por el canto de una uña, deberán afrontar el cambio de gobierno sin el sedante paraguas de la inmunidad parlamentaria.
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