Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


EL AUMENTO DE LA DELINCUENCIA Y LA VIOLENCIA, SEGUN EL ESPECIALISTA JUAN PEGORARO

“Una guerra social larvada”

En menos de diez años se duplicó la población carcelaria, al mismo tiempo que las cifras oficiales demostraban una profunda transformación social, con el aumento de la marginalidad y la exclusión. La inseguridad se instaló en todos los aspectos de la vida de las personas y no sólo está relacionada con el tema de la delincuencia.

na12fo01.jpg (6798 bytes)

Por Luis Bruschtein

t.gif (862 bytes)  “La delincuencia y la violencia han crecido y es suicida no darse cuenta de que este fenómeno se produjo junto con una transformación profunda de la sociedad y el aumento brutal de la inequidad social”, afirma Juan Pegoraro, del Instituto de Investigaciones Sociales Gino Germani y profesor titular en la carrera de Sociología de la UBA en la cátedra Delito y Sociedad. Pegoraro asegura que la mano dura no dejó de existir nunca y demostró que no sirve para detener esta ola creciente de inseguridad. Para el investigador, la inseguridad no se puede reducir a un solo motivo y a un solo remedio:
–No se puede banalizar este tema y reducirlo a una solución mágica. Primero habría que dilucidar qué es la seguridad o qué es la inseguridad. Está la seguridad personal relacionada con los delitos interpersonales que han crecido mucho en los últimos años. Junto con ellos han crecido también otros niveles de inseguridad, como la inseguridad en el trabajo, la inseguridad en la salud, inseguridad en la vivienda. Se ha generado una especie de miedo social que está en la base de esta situación. No es solamente que los pobres delinquen. Delinquen todos, diferentes fracciones sociales con diferentes modalidades. Hay funcionarios o empresarios que han cometido delitos de cuello blanco que generaron un gran daño social, como las quiebras del Banco Mayo, del Banco Patricios, la quiebra del Banco de Crédito Provincial en La Plata, el escándalo IBM-Banco Nación que han dejado un tendal de personas victimizadas y sin embargo, parece que esos sectores son inmunes a la persecusión penal. Entonces hay un mensaje a la sociedad. Es el mensaje de que las instituciones no las protegen. Y si las instituciones no las protegen, se da vía libre para que se cometan delitos. Es decir, los de abajo, que son los pobres, que son en general quienes cometen estos delitos interpersonales, sienten que el mensaje de los de arriba es que va a ser difícil que a ellos los metan presos. Y esto se suma a un problema de desesperación social, producto de estas inseguridades que hablábamos.
–Ahora se le llama la cultura de la inseguridad, algo que se incorpora a la sociedad como norma de vida...
na12fo02.jpg (19049 bytes)–Son los efectos de un modelo de mercantilización de una cantidad de servicios que ofrecía antes un “estado compensador”, que ya no los brinda. Se ha mercantilizado la educación, la salud y en gran medida el acceso al trabajo. Esto lleva a una gran descomposición social. Y esto quiere decir dificultades de tener lazos sociales que permitan entender que el otro es un ser humano con el cual se pueden tener lazos de solidaridad. La gente no confía en la policía. Se crea un ciudadano no solidario, un ciudadano con pérdida del ejercicio de su ciudadanía. El grado de degradación social en el que viven varios millones de personas en la Capital, en el Gran Buenos Aires y en varias ciudades del interior crea una situación complicadísima. Porque además aumentó la inequidad social. Según los datos del Indec, en el año ‘75, el 20 por ciento más pobre se apropiaba del 7,2 por ciento de los ingresos, y bajó ahora al 4,2 por ciento. En el ‘75, el 20 por ciento más rico se apropiaba del 41 por ciento y ahora del 53,2. El otro 60 por ciento de la población pasó del 36,7 al 26,6 por ciento. Estos datos hablan de una transformación social brutal, de empobrecimiento, de exclusión social, de pérdida de condiciones de vida. Este 20 por ciento de la población son casi siete millones de personas. Es un modelo de enriquecimiento de unos y empobrecimiento de otros. Es el empobrecimiento del 80 por ciento de la población. Una persona dedica la mayor parte de su tiempo al trabajo, la vida se organiza, de alguna manera, alrededor del trabajo. La identidad de una persona que trabaja es la identidad del trabajador, el que no trabaja, no tiene identidad en ese aspecto. Esa ruptura de las identidades personales es muy fuerte. Aquí hay algo asícomo cuatro millones de personas que no pueden trabajar. Se ha roto con identidades personales. Este es el marco social donde se debe analizar el tema de la inseguridad, que no tiene solución con medidas legislativas, ni con más represión ni con más armamento de la policía.
–¿Pero en qué medida aumentaron estos delitos en relación con aquellas cifras?
–En menos de diez años se duplicó la población carcelaria. Del ‘89 al ‘97, se duplicó la población carcelaria y va en aumento. Si uno se plantea un escenario en cinco años más, con estos niveles de polarización social, vamos a tener bandas de menesterosos deambulando por la ciudad. Y no tienen la culpa ellos.
–Pero en este análisis, los pobres serían los únicos que están al borde del delito. Ser pobre ya implicaría peligro.
–No. Sólo para este tipo de delitos violentos, desesperados, casi irracionales.
–Otro dato atemorizante es la forma en que aumentó el grado de violencia en los delitos...
–Creo que eso tiene que ver también con la desesperación social. Tiene que ver con sectores que no tienen nada que perder. Por el contrario, uno lo ve cuando trabaja en la cárcel, que se saca “patente” de guapo y de malo si matan a alguien o asaltan con violencia. En primer lugar ellos juegan a que no los agarren. Pero además, están jugados, saben que si los agarra la policía van a ser torturados, golpeados, y que la cárcel no es un hotel cinco estrellas. Cuando hay gente que pide mano dura, está pidiendo algo que ya existe y que no ha servido para detener el aumento de estos delitos.
–Un planteo señala que la Argentina pasó del extremo hiperautoritario de la dictadura, a un sistema “garantista” y permisivo a partir de 1983.
–La ley tiene que aplicarse a todos y esto tiene que ver con el “garantismo penal”. Cuando se rompe con el absolutismo y se instala el concepto de que todos somos iguales ante la ley, se establece una cuestión de garantías personales frente al poder. ¿Cómo la ley puede sujetar al poder?El poder siempre está en conflicto con la ley. Antes de la Revolución francesa, con el absolutismo estatal, era muy claro que el poder era la ley. Con la República, la división de los poderes y la aparición de los códigos penales se establecieron límites al absolutismo, pero siempre fue una relación tensa, no es que el poder aceptó la ley. Tiene que cumplirla, pero porque hay una presión social que lo obliga a no pasarse. Pero se pasa. Por lo general, el poder tiende naturalmente a transgredir la ley, a que la ley no lo limite, porque esa es la esencia del poder. Ese es un problema que la democracia trata de resolver a veces con más suerte y otras con menos.
–Desde el enfoque anterior se argumenta que las leyes son benignas y hasta el Presidente llegó a hablar de la pena de muerte como factor de “desmotivación”...
–Eso no sirve para nada porque va dirigida a un solo sector social que está desesperado. Las leyes son duras y la actividad policial es muy dura. Eso siguió existiendo y no solucionó nada. Las cárceles también son muy duras. Los que dicen lo contrario no conocen la realidad. El chico que sale con un arma está afrontando la muerte, porque sabe que si lo sorprenden armado tiene grandes probabilidades de morir. ¿Por qué hay gente que mata ahora para conseguir dos líneas de cocaína? Básicamente quiere decir que la sociedad no da satisfacciones de otro modo que no sea la droga. Porque droga hubo siempre. ¿Adónde van a recurrir estos sectores desplazados para satisfacer necesidades básicas? No tienen trabajo, no tienen educación, no tienen salud. Esto de la mano dura, de más represión, de leyes penales más fuertes, pueden probar, pero no van a resolver nada,esa gente está desesperada. Yo diría que hay una guerra social larvada. Esos chicos no tienen ninguna esperanza de vida grata, están condenados.
–La droga aparece como otro elemento muy ligado a la delincuencia. Se roba para comprar droga y muchos roban drogados...
–La droga es un tema importante. Por lo menos el 40 por ciento de la población carcelaria está relacionada con el tema droga. Haber metido el sistema penal ahí ha generado más violencia. Yo creo que hay que despenalizar la cuestión, sacar el sistema penal de ahí. No digo legalizarla, pero sacar el sistema penal de ahí porque favorece absolutamente las actividades delincuenciales, la violencia social, económica, de todo tipo. Ese sería otro mensaje para la sociedad. Hay que hacer campañas para desmotivar su consumo, pero sacando al sistema penal, que lo único que hace es favorecer el comercio ilegal, aumentar los precios, transformar las drogas como la cocaína y otras en sustancias de baja calidad, más tóxicas porque vienen con aditivos y genera una corrupción brutal que mezcla a políticos, policías y funcionarios. Siempre hubo droga en la historia y entonces uno se pregunta porqué en esta sociedad la droga se ha transformado en un elemento criminógeno. Yo diría justamente porque la han criminalizado, le han metido el sistema penal.
—Bueno, pero un asaltante drogado, con un arma y en un estado totalmente irracional es mucho más peligroso...
–Por lo que he estudiado y por las entrevistas que he tenido con presos, por lo general la gente que asalta se droga con cocteles de drogas legales que son mucho más baratas que la cocaína. Se toman Rohypnol o Halopidol mezclados con algunas otras cosas. El Rohypnol es un medicamento que se le da a los ancianos. Y lo mismo sucede en las cárceles. Disuelven varias pastillas en una botella de cerveza o de refresco y se la toman. –Hay países como México, Colombia, Brasil o Venezuela que ya han incorporado estos niveles de violencia y delito a su vida cotidiana. Esto aparece como un futuro irreversible...
–Estados Unidos tiene dos millones de presos, más otros casi cuatro millones tocados por el sistema penal, con libertad condicional, con “probation”, etc.
–Sin embargo, se ha hablado mucho del alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, y de su política de “tolerancia cero” que logró bajar los índices de delincuencia.
–Bueno, tiene dos ventajas que nosotros no tenemos. En primer lugar, la desocupación ha bajado notablemente en Estados Unidos y además hay muchos programas de asistencia social. El otro tema es que los sueldos de la policía son notablemente altos. El sueldo más bajo de un policía en Nueva York es 2500 dólares. Aún así, han empezado a tener problemas con esa política de tolerancia cero. Acaban de matar a una persona con cuarentaypico de balazos sin que tuviera ningún arma, hay denuncias por maltratos graves y torturas. Hay que llegar a un equilibrio entre la defensa de las garantías personales y la represión de una cantidad de conductas que llevan al delito. Que hayan bajado el índice de los homicidios es un tema que en Nueva York también estaba ligado íntimamente a conflictos raciales. Ellos han desarrollado una gran cantidad de programas sociales que realmente llegan hasta abajo. ¿En la Argentina, qué porcentaje de los programas sociales llegan abajo? Por ejemplo el Fondo de Reparación Histórica del Conurbano bonaerense. Han sido siete años a un promedio de 700 millones de dólares, casi cinco mil millones de dólares ¿dónde están? El programa de desarrollo social que manejaba Eduardo Amadeo también era otra cantidad brutal de miles de millones de dólares, se han endeudado con el BID, con el FMI, ¿adónde llegan esos programas?. Si esa plata llegara no habría tanta pobreza, no habría tantos hospitales carenciados. Son miles de millones de dólares que no llegan abajo.
–¿Un policía bien pago sería más confiable? –Yo creo que sí, porque una persona que gana 400 o 500 pesos y se juega la vida está de por sí en una situación injusta. Hay un problema de educación institucional en principio, en cuanto a que una sociedad tiene que discutir para qué quiere a la policía. Pero también es cierto que los sueldos tan bajos crean gran parte de estas situaciones brutales, que a su vez genera toda esta desconfianza de la gente en la policía.
–¿Entonces serían necesarios policías bien pagos, pero bajo control de la comunidad?
–El tema del control es también complejo. No conozco bien la experiencia de Nueva York. Hay consejos que se reúnen cada mes o dos meses con los jefes de las comisarías, pero no sé quién participa. Porque el tema de los consejos barriales que se organizan aquí en Buenos Aires, por ejemplo, es que participan generalmente sectores que son amigos de la policía o las cooperadoras policiales, no participan ni prostitutas, ni travestis, ni homosexuales. Uno de los problemas más complicados dentro de lo que se llama la seguridad comunitaria es lograr una sociedad que confíe en el Estado, en los organismos del Estado para controlar el tema de la delincuencia, sin que se convierta en una sociedad delacional, que denuncia a los chicos que están tomando cerveza, o que cuando denuncia a un sospechoso que va caminando por la calle, esta persona es vejada por la policía. Hay que ser muy cuidadoso con los consejos vecinales. Cuando se dice que gestionar la seguridad por parte de la comunidad. ¿Pero qué comunidad? ¿Qué es la comunidad?¿Son las vecinas que barren la vereda y no les gusta que los chicos pasen con el perro? Ellos denuncian a sus sospechosos. Eso sería institucionalizar vecinos delatores, una sociedad de la sospecha, donde la vida privada pasaría a ser vigilada por estos vecinos que se transforman en policías. Por lo menos, la policía está obligada a ajustarse a normas, en cambio los vecinos no.
–La educación es transmisora de valores culturales, y en ese punto también hay un deterioro muy grande...
–Sí, pero además, la educación es un lugar de integración. Ahora los chicos hacen como que van a estudiar, pero van a la escuela a comer. La escuela y el trabajo han sido históricamente lugares de integración social. Gran parte de las personas que delinquen violentamente son personas marginales, no tienen lugares de integración, de socialización, la escuela no existe, el trabajo es precario o pagan en negro. Pero además no hay arquetipos. Las generaciones anteriores se formaban con arquetipos, con el ejemplo de personas concretas y ese tipo de valores que debería transmitir la escuela, tampoco existen.
–Más allá del diagnóstico, ¿qué se hace frente a la situación concreta de esos chicos que entraron a una casa para robar e intentaron torturar al dueño y vejar a su esposa, o de los chicos que mataron a otro para robarle la campera?
–Yo creo que está la ley, está la norma. Pero hay que aplicarla también a los de arriba, porque si no, no sirve. Si hay justicia, o sea aplicación de la ley, no puede haber inmunidad para nadie.
–La idea de que el problema de la seguridad se resuelve sólo con más seguridad llevaría a ciudades fortificadas. Gente que vive dentro de muros electrificados y con guardias armados. Eso tampoco es calidad de vida.
–En el año 1974, Umberto Eco escribió un trabajo que se llamaba “Hacia Una Nueva Edad Media”. Parece escrito ahora. La agudeza premonitoria de este trabajo es notable. Ellos describen estos barrios cercados, fortificados, con gente que deambula por fuera como las mesnadas feudales que se liberaron con la acumulación originada en los años 1500, 1600, 1700. Era un mundo de castillos fortificados con los burgos que se creaban alrededor de él y la gente que vagaba, que comía lo que podía, que robaba. El gran tema de la llegada del capitalismo fue terminar con el bandidaje porque necesitaban asegurar las vías comerciales. Por eso colgaron acientos de miles de bandidos. Este tema de la nueva Edad Media es un tema que uno lo ve en la ciudad, los miles de personas que deambulan, los asaltos callejeros... Vivir en aldeas fortificadas y con escoltas armadas no es calidad de vida y, efectivamente, el enfoque parcial del tema de la seguridad, aislado del tema social, llevará a esa situación.

 


POR QUE PEGORARO?

Por L.B.

t.gif (862 bytes) El tema de la inseguridad irrumpió ásperamente en los medios de comunicación como ejena12fo03.jpg (18050 bytes) de una durísima campaña electoral y hasta resulta sospechoso que los dos focos de atención se centren en distritos que se oponen al presidente Carlos Menem: la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. Y los candidatos menemistas tienden a banalizar el planteo de este problema desvinculándolo del contexto social que ha provocado esta situación y que ellos impulsaron.
En este marco se apresuran a dar respuestas demagógicas sobre un tema que requiere más que otros de la sensatez porque no sólo es la calidad de vida lo que está en juego, sino la vida misma de las personas. Critican lo que llaman una “sociedad permisiva”, “garantista” o “democratista” y prometen que endurecerán la legislación y que habrá mano dura represiva. Dan a entender que de esta manera la inseguridad desaparecerá como problema en poco tiempo, lo cual se ha demostrado que es falso.
Pese a que el tema irrumpió en medio de la campaña política, no es un invento, se trata de una cuestión real, el problema existe y viene creciendo desde hace varios años, no empezó con la campaña electoral. Es un problema verdaderamente grave y por eso resulta chocante ver cómo estos candidatos azuzan el odio, el temor de las personas o el revanchismo social que solamente pueden provocar situaciones más graves y socavan al mismo tiempo las instituciones que dicen defender. Esta ha sido siempre la lógica de los golpes de Estado que nunca solucionaron nada y dejaron al país peor de lo que lo encontraron.
La inseguridad tampoco obedece a un solo motivo, sino a una cantidad de factores económicos, sociales, culturales, generacionales y a temas concretos como el de la educación, la policía o las cárceles. No se trata de entender los motivos de la delincuencia para justificarla o para ser más o menos bondadosos con los delincuentes, sino para encontrar las soluciones verdaderas cuyos efectos, en ningún caso, serán inmediatos. Por esa razón es un tema que merece un debate menos demagógico y más profundo. La sociedad argentina tiene experiencia histórica en cuanto a ser manipuleada desde la histeria. Durante muchos años, los taxistas tuvieron esa frase famosa de que “aquí se necesita mano dura”, o “se necesita un Franco o un Castro”. Si de algo tendría que haber servido esta experiencia es que ante estas situaciones no hay caminos fáciles ni puramente represivos, como si se tratara de una pelea callejera.

 

PRINCIPAL