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SUBRAYADO

Las guerras de los roces, parte II

Por Carlos Polimeni


t.gif (862 bytes)  Desde que hace una década, en una de sus primeras decisiones importantes de gobierno, el presidente Carlos Menem privatizó los canales, Telefé y el 13 dejaron claro que los otros tres de aire deberían conformarse con disputarse posiciones en el pelotón de atrás. La privatización de las emisoras, en cumplimiento de pactos preexistentes, y de apoyos electorales concretos, le dio al diario Clarín la segunda joya para sus aspiraciones de big holding nacional y a la editorial Atlántida una proyección audiovisual de su viejo imperio revisteril. Telefé, acaso porque lo tuvo claro de entrada --tomó a su canal como una prolongación catódica del cosmos de la revista Gente-- hizo lo que Ayrton Senna en su época de esplendor: picó en punta, en un esfuerzo brutal de concentración y se las arregló para mantener de ahí en más ese lugar, la mayor parte de las veces con comodidad. A Canal 13 no le quedó otro recurso que aquel en que era maestro Alain Prost: correr desde atrás del puntero, buscando no cometer errores, y presto a dar el zarpazo ante cualquier renuncio. Como otras figuras importantes de la historia, el canal sentía que tenía objetivos, pero no plazos, y zafaba así de la presión del liderazgo del rating. Si la fórmula uno es un circo de dinero, la televisión argentina no le va en zaga. Entre Telefé y el 13 se han repartido a lo largo de estos diez años de menemismo más del 70 por ciento de una torta publicitaria que, esta temporada --en que hay una crisis de anunciantes y notables reducciones de gastos en los canales-- supera los 350 millones de dólares. Los canales no juegan su carrera como llaneros solitarios, todo el mundo lo sabe ya: son costosos mascarones de proa de dos colosos, que a su vez están disputando una gran parte del mercado periodístico.

Atlántida, y por ende Telefé --así como Azul Televisión y Radio Continental, entre otros medios-- fueron adquiridos por el CEI, el grupo de inversiones del Citibank, que tiene intereses en muchos otros sectores y medios vinculados a la comunicación. El imperio de Clarín fue incorporando durante todos estos años radios --Mitre y su FM 100-- operadores de cable --Multicanal--, canales de cable, empresas de telefonía celular, merchandasing de clubes de fútbol, etc. En 1999, con todo ese cosmos de intereses girando, algo empezó a cambiar.

Lo que empezó a cambiar es que las mediciones comenzaron a registrar un ostensible acercamiento del rating general del 13 al de Telefé, con todo lo que eso tiene de adrenalínico en una competencia en que, además, los millones de dólares van y vienen. A esta altura, las dos partes --y por extensión el resto del medio-- parecían acostumbradas a soportar adversarios difíciles. El 13, por citar un ejemplo, resignado a que la revista Gente oficiase como house organ de Telefé, con una cifra interminable de tapas dedicadas a cada avatar de la vida pública o privada de Marcelo Tinelli, Susana Giménez o Natalia Oreiro. Telefé, a que Clarín ningunease sus éxitos y jugase, también, siendo el diario argentino de mayor circulación, al oficio de house organ del 13, con una retahíla de chivos de Panigassi, Roxy y cualquier objeto que pasara cerca de la mirada de la factoría de Adrián Suar. En realidad, a lo que estaban acostumbrados era a que las cosas no cambiaran en ese orden casi perfecto de uno primero, el otro más atrás, el dinero fuerte para ambos, y allá lejos y sin posibilidades, América, Azul y ATC (que todavía existe). Cuando uno y otro se olieron en proximidad, los buenos modales cambiaron y comenzó, sin que nadie lo avisara, la guerra de los roces.

Telefé descubrió, con miedo, que puede ser destronada y el 13 vio, con el gesto del que no se había resignado, que era ahora o nunca. Las posturas se radicalizaron. Los medios de ambos emporios se sacaron las caretas: Gente es más que nunca lo que a Telefé le venga bien, Clarín menciona a Marcelo Tinelli sólo para hacerle daño. Tan nerviosas están las partes y tan tensadas sus sensibilidades, que más de una vez en estos últimos días han confundido la independencia periodística con la enemistad. Marcelo Tinelli y Jorge Jacobson, con un libreto en común tal vez redactado por un tercero, afirmaron esta semana que dos notas objetivas de Página/12 sobre el estado de la competencia eran voceras de los intereses del Grupo Clarín. Tinelli lo hizo utilizando su estilo habitual de "entro y salgo" porque en el fondo soy un muchacho de barrio, no quiero incomodar a nadie. Lo hizo como cumpliendo una orden. Jacobson, acudiendo a su repertorio histriónico habitual, que mezcla consignas facistoides, modales de energúmeno, tonos de señora gorda y lamidas de media casi amorales a sus empleadores. La batalla seguirá esta semana --Jacobson, que es a su holding lo que Carlos Corach al de Menem, sobreactuará su indignación por esta nota; Clarín seguirá buscándole la roña a Tinelli-- y la ferocidad de los enfrentados por la ambición, permite pronosticar hasta a un ciego que habrá heridos y contusos. Página/12, que intenta responder a los intereses de sus lectores, no a los dos grupos económicos que disputan poder, seguirá reportando desde el frente. Aunque no les guste a minúsculos arlequinos que, como colgaron su ética de una percha, intentan hacer creer al mundo que eso es normal, y que todos hacen o harán lo mismo.

 

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